Revista Arte
En las afueras del cementerio norteamericano nacional de Arlington, en Virginia, situado en los antiguos terrenos de la casa del que fuera histórico general confederado Robert E.Lee (1807-1870), hay un monumento a los soldados confederados que perdieron aquella guerra civil (1861-1865). En la base de esa escultura memorial hay escrita una frase latina, inspirada de un poema de Lucano: La causa de los vencedores place a los dioses, la de los perdedores a Catón.
Catón el joven (95 a.C- 46 a.C.) fue un político romano que le tocó vivir en la difícil época de las luchas civiles y de poder que se desataron en Roma en los años de Julio César. Era Catón todo lo contrario a un político convencional. Su firmeza y probidad rayaba en la obstinación, que llevó tanto como senador, como gobernador y como pretor. Siendo contrario a las ambiciones de César se enfrentó a él respaldando a los optimates (aristócratas senatoriales) en la Batalla de Tapso (antigua Túnez). Catón se encontraba en la cercana población de Útica cuando le comunicaron la derrota. Allí, decidido, obstinado por no vivir en el mundo que César representaba, acabó con su vida. En un alarde de terquedad, cuando sus sirvientes le atendieron al verlo herido, esperó a que, solo otra vez, pudiese culminarlo de una forma irreversible, se quitó las vendas y con sus manos desgarró y extrajo así sus entrañas.
La finalización de la vida de algunos personajes de la Historia ha sido representada por los artistas con mayor o menor acierto. Siempre se trataba de recrear la última escena de aquéllos, en donde los especiales rasgos de esa circunstancia recordara la esencia histórica del homenajeado. Pero, también, algunos creadores obtienen a la vez una genialidad especial cuando, además, subrayan el carácter primordial del personaje. En el caso del filósofo Séneca (4 a.C.-65 d.C.), obra ésta de la escuela de Rubens, se traslada al observador la resignación, la cualidad filosófica que expresó a lo largo de toda su vida. Y es de este modo como se aprecia en el retratado, que acepta, sin complacencia pero decidido, el trágico final.
Con la obra del pintor italiano barroco Massimo Stanzione (1586-1656), Cleopatra -famosa faraona (69 a.C- 30 a.C.)-, el artista consigue aquí reflejar una parte fundamental de la personalidad de la ambiciosa reina egipcia. Es la desazón, esta actitud tan humana, la que la lleva, con la útil sierpe, a llegar por fin a acabar con su fatalidad. Aquí, en la genial obra de Stanzione se vislumbra así su pudor, su intranquilidad y su desánimo, a lo que le ayuda, apropiadamente, el áspid.
El gran Cervantes (1547-1616) nunca acabó de estar satisfecho del todo con sus creaciones, nunca terminó de escribir lo que quería. Hasta el final de su vida, serenamente por fin, determinó escribir y escribir como un resorte vital ineludible. Es por tanto la obsesión, la sosegada, discreta y maravillosa obsesión por crear con su pluma. Dos días antes de morir se afanaba en escribir dedicatorias, y en corregir una de sus últimas obras, Los trabajos de Persiles y Segismunda. Al conde de Lemos, uno de sus mentores, le dedicó una en verso, presintiendo así el final: Puesto ya el pie en el estribo; con ansias de la muerte; gran señor, ésta te escribo.
Por último, una extraordinaria e impactante obra del pintor historicista español Eugenio Álvarez Dumont (1864-1927), Muerte de Churruca. En ella el eximio marino y brigadier -comandante de navío- español Cosme Damián Churruca (1761-1805) aparece herido mortalmente al frente de su buque, el San Juan Nepomuceno, en la Batalla de Trafalgar, 1805. Aquí, en este lienzo, se le describe con la gallardía más valerosa y responsable. A sabiendas de las fatídicas decisiones que se tomaron por el mando de la escuadra -a la que su barco pertenecía-, no evitó nunca estar, sin embargo, a la altura de ese deber marino; deber en el cual y para el cual fue así, él, educado. En una carta dirigida a su hermano antes de salir a la Mar, el ilustre marino al final le dice: Y si llegas a saber que mi navío ha sido abatido, que ha sido hecho prisionero, dí, entonces, que yo ya he muerto.
(Cuadro de Pedro Pablo Rubens, Muerte de Séneca, 1636, Museo del Prado, Madrid; Óleo de Massimo Stanzione, Cleopatra, 1630, Hermitage; Óleo del pintor francés Guillaume Guillon-Lethière, 1760-1832, Catón de Útica, 1795, Hermitage; Cuadro del pintor español Víctor Manzano y Mejorada, 1831-1865, Últimos momentos de Cervantes, 1858, Prado; Cuadro del pintor español Eugenio Álvarez Dumont, Muerte de Churruca, 1892, Prado.)
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