Revista Opinión

La última niebla

Publicado el 23 diciembre 2019 por Jcromero

Al observar los libros colocados en las estanterías de la casa donde vivo y los almacenados en el ebook, compruebo que la mayoría están escritos por hombres. Solo ejemplares de Emilia Pardo Bazán, Carmen Alborch, María Zambrano, Agota Kristof, Carmen Martín Gaite, Almudena Grandes, Carmen Laforet, Belén Gopegui, Eudora Welty, Carmen Martín Gaite, , Margarite Youcenar y unas pocas más.

Ya sé que diferenciar la literatura en masculina o femenina es tan ridículo como afirmar que empodera mucho coser un botón. No obstante, comprobada la minoría me lanzo a la adquisición de libros escritos por mujeres. Con precios muy asequibles compro obras de Natalia Ginzburg, Rosario Castellanos o Siri Hustvedt y, por lo que vale el menú del día en cualquier restaurante, las obras completas de María Luisa Bombal. Así llego a La última niebla, un relato corto escrito en la primera mitad del siglo XX. En realidad buscaba La amortajada, pero al hacerme con todas sus obras me topé con esta obra sorprendente.

La última niebla es un homenaje a la imaginación, a la necesidad de recrear y embellecer la vida de una mujer que, como tantas otras en aquellos tiempos, estaba obligada a representar un papel acorde con el convencionalismo social del matrimonio. Con la niebla como elemento que envuelve, difumina límites y representa lo indeterminado, y valiéndose de otros elementos de la naturaleza, Bombal propone un espacio donde se confunde realidad y ficción, lo vivido y lo deseado.

La protagonista y narradora es una mujer -¿es casual que se nos oculte su nombre?- casada con su primo Daniel, un hombre que sigue enamorado de su primera esposa " que, según él, era una mujer perfecta ". Desde las primeras frases se sabe que más que amor hay frialdad, apariencias y el dominio del hombre sobre la mujer.

La protagonista tiene una vida conyugal fría y desapasionada, un matrimonio marcado por la incomunicación, el desprecio o la mentira. Y frente a ello, aparece la cuñada Regina como símbolo de la felicidad y de libertad sexual. " ¡Yo existo, yo existo!", clama la protagonista, pero es consciente de su realidad: " A mi alrededor, un silencio indicará muy pronto que se ha agotado todo tema de conversación [...]. Luego nos iremos a dormir. Y pasado mañana será lo mismo, y dentro de un año, y dentro de diez, y será lo mismo hasta que la vejez me arrebate todo derecho a amar y a desear, y hasta que mi cuerpo se marchite y mi cara se aje y tenga vergüenza de mostrarme sin artificios a la luz del sol". Entonces, para preservar su instinto vital y su deseo, para sobrevivir a la monotonía de un matrimonio infeliz, la protagonista desplaza su frustrada energía en alguien que se le aparece, " entre la oscuridad y la niebla". Y en ese encuentro, toma conciencia de su propio cuerpo: " Entonces me quito las ropas [...] Y así, desnuda y dorada, me sumerjo en el estanque. No me había vito tan blanca y tan hermosa, [...] Nunca me atreví antes a mirar mis senos; ahora los miro. Pequeños y redondos, parecen diminutas corolas suspendidas en el agua "

Es así como da rienda suelta al deseo insatisfecho y se entrega a un amante real o ficticio, pero que para ella " más que un amor, es mi razón de ser, mi ayer, mi hoy, mi mañana". Bombal nos ofrece fragmentos de sensualidad y erotismo con una prosa sugerente: " Entonces él se inclina sobre mí y rodamos enlazados al hueco del lecho. Su cuerpo me cubre como una grande ola hirviente, me acaricia, me quema, me penetra, me envuelve, me arrastra desfallecida. A mi garganta sube algo así como un sollozo, y no sé por qué empiezo a quejarme, y no sé por qué me es dulce quejarme, y dulce a mi cuerpo el cansancio infligido por la preciosa carga que pesa entre mis muslos "

Probablemente mucho de lo que imaginamos surge de la frustración, de lo que nos resulta inaccesible; es así como proyectamos nuestros anhelos y frustraciones. Y es así como María Luisa Bombal nos conduce de la realidad a las fantasías de una mujer sensible que vive frustrada, insatisfecha y en soledad. La niebla es una metáfora que lo cubre todo, que sirve para difuminar los limites de la realidad y para dar rienda suelta a sus deseos. La protagonista huye del ambiente claustrofóbico de su matrimonio para refugiarse en una naturaleza que le brinda libertad absoluta. Y es en la naturaleza donde toma conciencia de su feminidad y necesidades.


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