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La Unión Europea y la División Internacional del trabajo

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

De sobras es sabido que en el momento de su configuración la Unión Europea no era un área monetaria óptima en el sentido de Mundell: la baja movilidad laboral entre países coexistía con una creciente diversificación geográfica de las carteras de inversión, lo que significaba rigidez nominal de salarios y un muy limitado impacto redistributivos de los -ínfimos- Fondos Estructurales Europeos. Sin embargo se creyó que la reducción de los costes de transacción que comportaría la moneda única homogeneizaría los niveles de productividad al interior de la economía europea, desencadenando los ajustes estructurales necesarios para que la EU funcionase como una economía homogénea.

La historia ha demostrado que las fuerzas del mercado, en las que se confió plenamente para articular el proyecto económico europeo, en lugar de promover la convergencia entre las distintas regiones del viejo continente, han dado lugar a divergencias entre el núcleo y la periferia, lo que corrobora la necesidad de intervención de una fuerza externa a la voluntad individual para subsanar estas diferencias. Parece ilusorio creer que la política de drástica austeridad promovida por Bruselas desde 2009 pueda contribuir a reducir los desequilibrios estructurales de los que vienen adoleciendo las economías del sur europeo desde los años 70. Para los Gobiernos resulta muy difícil implementar las políticas de oferta que promueven los economistas de la escuela de las expectativas racionales porque no pueden utilizar la política fiscal ni la monetaria para financiarlas.

Una propuesta alternativa es la de la izquierda europea. Yanis Varoufakis es un eminente académico, aunque la mayoría de ustedes lo conocerá por haber sido, durante un periodo de tiempo quizás excesivamente corto, el extravagante Ministro de Economía griego. En

Unión Europea División Internacional trabajo
El Minotauro Global (2008), Varoufakis realiza una magnífica analogía entre el papel que tuvo Estados Unidos como potencia que garantizaba el equilibrio económico mundial entre el final de la primera guerra mundial y la crisis del petróleo -la época dorada del capitalismo-, por una parte, y el rol que está desempeñando Alemania como locomotora del tren que debería conducir a Europa hacia el desarrollo, por la otra. Según Varoufakis, durante la Edad Dorada, los EEUU acumulaban cuantiosos excedentes comerciales, pero a cambio exportaban abundantes flujos de capital en forma de inversiones, transferencias, apoyo, asistencia, etc. hacia el resto del mundo para asegurar así la demanda de sus productos. En la Europa de hoy, la economía alemana es la excedentaria y la periferia actúa como sostén de la demanda. Sin embargo, a diferencia de los EEUU, Alemania no invierte su excedente en los países deficitarios sino que lo utiliza para financiar su expansión y mantener la competitividad de su industria respecto de la de otras regiones económicas del planeta. La conclusión de Varoufakis es que la UE carece de un mecanismo de compensación, una vía para canalizar el ahorro de los territorios excedentarios hacia la inversión productiva en los países deficitarios de cara a reducir progresivamente la brecha de productividad existente.

En realidad, hasta 2007 sí que existió un importante flujo de capitales desde el centro hacia la periferia, pero estos no tomaron la forma de inversión productiva sino que fueron a financiar el boom inmobiliario en países como España e Irlanda, o la demanda de consumo en países como Grecia o Italia. Por eso a la propuesta de Varoufakis debería añadirse la creación de un entramado de agencias oficiales europeas (una banca pública de inversión, agencias de compra, institutos de I+D+i, etc.) que, en colaboración con el BCE, promuevan el cambio estructural en los países periféricos a través de las energías renovables, la industrialización y la diversificación productiva.

Sin embargo estas medidas nunca han pasado por la mente de quienes configuraron la UE, puesto que precisamente la creación del euro, un "patrón oro europeo", tenía como objetivo restablecer la división internacional del trabajo a nivel europeo, una división que el sistema de Bretton Woods había distorsionado. Por otro lado, quienes abogan por el abandono de la moneda única se topan con una fuerte oposición doméstica de los sectores beneficiados por tal división del trabajo en el sur, es decir, los sectores exportadores (servicios y agricultura), así como del sector financiero, gran beneficiado de que el BCE no financie directamente a los Gobiernos sino que lo tenga que hacer a través de él. Salir del euro daría libertad a los estados para llevar a cabo políticas de desarrollo, es decir, proyectos tendientes a promover la industrialización y diversificación productiva, lo que implicaría una política fiscal, monetaria y de tipo de cambio que confrontaría directamente con los intereses de los sectores hegemónicos de las economías del sur.

Mantener la actual fisonomía de la unión monetaria, por lo tanto, conviene a las élites económicas, tanto del norte como del sur de Europa, ya que en ausencia de una tercera revolución industrial que permita el aumento, en paralelo, de productividad, salarios y beneficios empresariales, la única manera de mantener el stato quo es a través de una Europa dual, con un sur deficitario, productor de bienes primarios y servicios, con bajos niveles de productividad y salarios, por un lado, y un núcleo industrializado que se aproveche de los diferenciales de precios relativos para invertir su excedente en su propio sector industrial de cara a seguir incrementando su productividad y mantener su competitividad respecto a otras regiones del mundo (Asia y Estados Unidos), por otro. Por su parte, a Asia y a Estados Unidos sí que le convendría la desintegración del euro, al menos a corto plazo, ya que eso supondría que los países del centro europeo perderían capacidad de "abusar", a través de los términos de intercambio, de los países del sur y de reinvertir su excedente en la mejora de la competitividad de su sector industrial.

José Pérez Montiel (Febrero 2016)


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