Las duras condiciones impuestas por el Tratado de Versalles a Alemania en 1919, tras la I Guerra Mundial, sumieron al país, considerado el responsable de esa guerra, en una profunda crisis económica y política. Despojada de colonias y territorios en Europa, Alemania fue obligada a pagar ingentes cantidades de dinero en concepto de reparaciones de guerra. La situación casi acabó con la clase media y exacerbó las desigualdades sociales y también los ánimos. En este contexto, crecieron partidos que aglutinaron el descontento, la rabia, la impotencia… frente a un Gobierno, la república de Weimar, incapaz de atajar y afrontar la crisis. Sólo los partidos totalitarios y extremistas consiguieron aglutinar ese malestar. Ya sabemos lo que ocurrió luego.
80 años más tarde, Alemania goza de una situación de privilegio, convertida en una de las economías más potentes del mundo, decisiva, modélica. Pero esa hormiga que se afana por continuar con el rodillo se encuentra ahora en medio del caos, rodeada de países díscolos que, como cigarras, despilfarran, toman el sol y se alimentan a base de ensaladas, yogourt y pizza y beben tintos de verano. Alemania ha impuesto su fórmula de austeridad luterana, de sacrificio y esfuerzo frente a la pompa y el exceso católicos, donde basta confesarse para expiar los pecados, también el de la pereza. Ordodoxia frente a libre albedrío o cuando el medio pasa a ser el objetivo y se olvida el propósito final.
Sólo un gesto de Alemania, una pequeña venganza, quizá involuntaria, quizá no, que se resarce así de los años convulsos que siguieron al final de la I Guerra Mundial, pero con consecuencias terribles para los más desfavorecidos (un eufemismo que ya engloba a la práctica totalidad de la población con una clase media que empobrece a zancadas).
Ahora, algunas voces sensatas, que nada tienen que ver con las cigarras protestonas del sur, consideran que sin crecimiento no hay salida de la crisis. Parece obvio, ¿verdad? Y lo dice François Hollande, llamado a ganar las elecciones presidenciales de Francia; Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE); Herman van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, o el mismísimo Mario Monti, primer ministro de Italia. También se ha unido al coro su homólogo belga, Elio di Rupio.
(*) Si hay algo prohibidísimo en periodismo es titular con un interrogante. Bien, espero no acabar imputada por desobediencia estilística cual manifestante o acampado pacífico en una plaza mayor o bajo el quicio de una puerta. En mi defensa, expongo que nos encontramos ante una situación excepcional que requiere medidas fuera de lo común, del dogma porque lo conocido no funciona.