La ventana alta, de Raymond Chandler
Editorial Debolsillo. 286 páginas. 1ª edición de 1942; Ésta es de 2014. Traducción de Juan Manuel IbeasYa conté que, aunque pretendía leer seguidas y en orden cronológico las siete novelas de Raymond Chandler (Chicago, 1888 – La Joya, California, 1959), protagonizadas por el detective Philip Marlowe, hubo un problema con la compra por internet de los libros que me faltaban y acabé empezando a leer antes el cuarto (La dama del lago) que el tercero (La ventana alta). Lo cierto es que esto tampoco es un gran problema, porque se trata de casos detectivescos diferentes, unidos principalmente por la voz narrativa de Marlowe. Sin embargo, al comienzo de la novela, la secretaría de la señora Murdock, que quiere contratar a Marlowe como detective, le pide referencias, y éste le da los nombres de dos policías: Bernard Ohls, de la oficina del fiscal del distrito, y el teniente Carlo Randall, de la Brigada de Homicidios. Tanto Ohls como Randall aparecían en Adiós, Muñeca.
La ventana alta empieza con Marlowe visitando la casa de la que va a ser su posible clienta, una viuda nada simpática y macerada en vino de oporto, que quiere que descubra dónde está su nuera Linda, desaparecida hace una semana. La señora Murdock sospecha que su nuera ha huido con el doblón Brasher de la colección numismática de su difunto marido. La calidad de conservación del doblón Brasher (una pieza de oro del siglo XIX), que posee la señora Murdock, hace que sea un ejemplar valioso –valorado en más de 10.000 dólares–, aunque difícil de vender. La señora Murdock se ha percatado de su falta tras recibir la llamada de del vendedor Mornigstar interesado en su compra. Marlowe sospechará pronto que esa llamada se ha debido a que alguien ha intentado vendérselo y el señor Mornigstar ha sospechado que se trata de una pieza robada. Como es costumbre, la tarifa de Marlowe será de 25 dólares al día más gastos. Aunque a la señora Murdock no le parece barato, le acabará contratando.
El grueso de la trama se desarrollará en dos días frenéticos. Diría que de las cuatro novelas que llevo ésta es la que se desarrolla en menos espacio de tiempo. Es verano y hace calor en Los Ángeles. Cada vez que Marlowe entra y sale de la casa de la señora Murdock cumplirá el ritual de dar una palmada en la cabeza a una pintura de un chico negro que hay a la entrada. «Al final del sendero, sobre un bloque de hormigón, había un negrito pintado, con pantalones blancos de montar, chaquetilla verde y gorra roja. Empuñaba una fusta, y en el bloque que tenía a sus pies había una argolla de hierro. Parecía un poco triste, como si llevara mucho tiempo esperando allí y empezara a perder las esperanzas. Me acerqué y le di una palmadita en la cabeza mientras aguardaba a que alguien abriera la puerta.» (pág. 8) Si bien el adorno de la casa parece contener una connotación racista, Marlowe se sentirá identificado con ese «negrito» que empezaba a perder las esperanzas.
En la página 23 se habla de un coche con matrícula de 1940, pero será en la página 235 donde el lector encontrará una referencia más clara para saber que la acción se sitúa en el verano de 1941. Sin embargo, en esta novela no hay ninguna referencia a la Segunda Guerra Mundial, como sí va a ocurrir en La dama del lago.
Marlowe tendrá un encuentro (o desencuentro) con un detective bastante chapucero llamado George Anson Phillips, un pardillo al que poderes que no puede controlar van a manejar a su antojo. La soledad de Anson Phillips acaba siendo un espejo deformado en la que se mira Marlowe, quien al finalizar Adiós, muñeca, habíamos dejado iniciando, tal vez, un romance con la joven Anne Riordan. Sin embargo, no habrá ninguna referencia a Anne en esta novela.
Marlowe sigue siendo un hombre cínico; «A los románticos les sigue yendo bien», le dirá al hijo de la señora Murdock en la página 33. Como de costumbre, también los diálogos son aquí chispeantes y contienen gran parte del humor de la novela, gracias a las respuestas capciosas que Marlowe reparte entre sus interlocutores. También el humor surge de las comparaciones que establece en el texto a la hora de describir la realidad.
A diferencia de las otras novelas que le he leído, en ésta no hay ningún comentario que le haga pensar al lector que Marlowe está narrando desde algún lugar del futuro. Como ocurre otras veces, después de los pocos días en los que se concentra la trama (y en los que Marlowe apenas duerme) hay un periodo de tiempo más largo, pero mucho más corto narrativamente, en el que el lector se despide de la historia y se explican algunos flecos que quedaron sueltos. En la página 39 un personaje llama a Marlowe «victoriano, carcamal», tras preguntar éste si un mafioso es «peligroso con las mujeres». La respuesta será que a las mujeres les gustan los tipos como el mafioso. Ya sabemos que Marlowe es algo conservador (y algo machista) y en las novelas de Chandler la libertad sexual de las mujeres será un elemento más de la corrupción del mundo que rodea a Marlowe. En otro momento, un personaje llama a Marlowe «el caballero Galahard», uno de los caballeros de las leyendas artúricas. Caballero Galahard o Quijote de La Mancha, ya sabemos también que Marlowe es la encarnación de la decencia en un mundo corrupto. Los Ángeles de Chandler es una ciudad donde los poderosos pueden comprar a la policía y tapar sus crímenes, y este mundo es atravesado de forma continúa por Philip Marlowe, que cobra 25 dólares al día más gastos, sin dejarse corromper y tratando de poner algo de orden y justicia en un mundo que carece de estos atributos. En esta novela Marlowe no seduce (o se deja seducir) a ninguna rubia peligrosa; más bien salvara de su propia cárcel mental a una joven (no quiero revelar de quién se trata) que vive atormentada por un crimen que no cometió. A pesar de que Marlowe sabe que las personas que le contratan no son siempre de fiar, su ética del trabajo le lleva a protegerlas mientras le sea posible. Aunque, como ya ocurría en El sueño eterno, dejará que eludan a la policía si considera, desde un prisma personal, que la sociedad no gana nada si él entrega a estas personas a la justicia. Como ocurría en La dama del lago, Marlowe tendrá que enfrentarse a más de un dilema moral y práctico en esta novela: como siempre, tiene la habilidad de encontrar cadáveres a su paso, los policías que investigan los casos quieren presionarle para que les cuente para quién trabaja, pero él no lo hará mientras pueda. Aunque también sabe que si no colabora en nada con la policía, que si no se lleva bien con ella le pueden acabar haciendo la vida imposible e impedir que desarrolle su trabajo en el futuro. La situación de Marlowe no es nunca cómoda.
En La ventana alta no aparece la ciudad de Bay City, como sí lo hacía en Adiós, muñeca y en La dama del lago. En las otras novelas, además de Los Ángeles había algunas localizaciones interesantes, como los casinos en barco de Adiós, muñeca y la zona de las montañas en La dama del lago. No ocurre algo similar en La ventana alta. En la edición de Debolsillo de La ventana alta no hay al final, como en las otras tres novelas de la saga que llevo leídas hasta ahora, unas novelas cortas de Chandler, de las que éste recicla las tramas para fundirlas en una novela más larga. He supuesto que La ventana alta no está escrita así entonces, que Chandler no calibaliza sus obras anteriores para crearla. Ya dije que esta técnica de mezclar las tramas de varias novelas cortas hacía que las tramas de las novelas largas fuesen enrevesadas y complejas. Quizás al carecer aquí de esos modelos trabajados previamente, la trama de La ventana alta sea algo más lineal y sencilla que las de las otras tres novelas (sin dejar de ser compleja). Creo que de las cuatro que llevo La ventana alta me ha parecido algo más floja que las otras. Esto no quiere decir que sea una mala novela en absoluto, porque en realidad es una novela muy buena. Tampoco encuentro muchas diferencias de nivel en las novelas que llevo, simplemente veo este matiz. Aunque también es posible que tras cuatro novelas en las que se explota la misma forma narrativa, con los mismos recursos, ya esté yo dando muestras de agotamiento como lector. Dicho esto, también quiero añadir que me está encantado leer casi seguidas estas novelas de Raymond Chandler, al que considero, desde ya, uno de los grandes autores norteamericanos del siglo XX.