General Antonio López de Santa Anna.
Muchos gobernantes, en lugar de rodearse de buenos consejeros que les digan la verdad cuando cometen algún error, son felices entre aduladores que lejos de preocuparse por los problemas de la sociedad, piensan solo en su interés personal. Son muy pocos los poderosos que, amantes de la verdad, saben alejarse de quienes hacen de la adulación un oficio.
Usted ha oído hablar sin duda de Antonio López de Santa Anna, famoso demagogo del siglo XIX, que en una de las 11 veces que fue presidente de México se hizo llamar “Alteza Serenísma”. Resulta que el 1 de abril de 1853, al regresar al país para asumir una vez más la Presidencia, fue objeto de una estrepitosa recepción en Veracruz.
Gozaba Santa Anna de la gloria de aquella bienvenida, entre vivas, aplausos y una larga fila de oradores que competían para ver quién decía los mejores elogios, cuando tocó el turno al representante de Puebla, un abogado de nombre Joaquín Ruiz, hombre recto, liberal, de costumbres irreprochables, quien empezó así su discurso:
”Esta pompa, señor –le dijo-, ese exagerado entusiasmo que os rodea, es una burla a la verdad. La nación no cree ni puede tener esperanza en vos, que le ha sacrificado siempre a su ambición y a su capricho”.
A estas palabras, Santa Anna se volvió iracundo, pero reprimiéndose, le mandó continuar.
–Viene usted de la mano del partido enemigo de la Independencia y del progreso del país, órgano de las clases privilegiadas, ladrón de los intereses del pueblo…
Santa Anna se mostró furioso contra Ruiz, pero éste, impasible, prosiguió:
–Yo he sido enviado para decir la verdad. Usted no tiene principio político alguno, es el ídolo del clérigo relajado y del soldado prostituido.
Santa Anna no quiso oír más y mandó que sacaran del salón a Ruiz. Y todavía cuando era arrojado de ahí, Ruiz le dijo: “De usted el pueblo no espera más que males”.
”¿Quién es ese indio indecente?”, preguntó el “héroe de Zempoala”. Le dijeron quién era y de ahí en adelante lo persiguió y desterró, pero Ruiz jamás solicitó gracia ni mostró arrepentimiento de su conducta patriótica y valiente, narra Guillermo Prieto.
Imagen: Wikipedia.