¿Con qué dificultades se encuentran el polígrafo o la electroencefalografía a la hora de resolver un crimen?
Una de las aspiraciones de la criminología siempre ha sido poder determinar la culpabilidad de un sospechoso a través de pruebas científicas irrefutables.¿Con qué dificultades se encuentran el polígrafo o la electroencefalografía a la hora de resolver un crimen?
Una de las aspiraciones de la criminología siempre ha sido poder determinar la culpabilidad de un sospechoso a través de pruebas científicas irrefutables. Detrás de este deseo se esconde el ansia por una ciencia infalible que lo pueda resolver todo, que nos lleve a la verdad.
Lo cierto es que la ciencia, por el momento, no es perfecta, ni mucho menos, pero es lo mejor que tenemos. Incluso muchos jueces piensan que artilugios como la ‘máquina de la verdad’ o polígrafo, pueden ser la solución rápida para decidir sobre la culpabilidad de un presunto criminal, pero, en realidad, no dejan de ser versiones actuales de la ordalía utilizada en la antigüedad.
Los datos psicofisiológicos como el ritmo cardiaco, la transpiración de la piel o la respiración, detectados y registrados por los polígrafos, han sido objeto de estudio de la denominada psicología fisiológica desde el siglo XIX. Sus investigaciones dentro de esta disciplina han servido de base a los partidarios del polígrafo para proponerse comprobar la sinceridad de un sujeto a partir de sus datos fisiológicos. Se deduce que si el individuo se activa mucho después de una pregunta, es probable que esté mintiendo, ya que la mentira suele estar precedida por un alto nivel de activación o estrés. Sin embargo, la prueba no es tan fiable como parece.
El grado de variación en las reacciones de cada organismo -lo que viene a ser la propia personalidad- es asombrosa, y no podemos asegurar que un determinado ser humano sude igual que otro, o respire más rápido ante cualquier circunstancia. Los teóricos de la máquina de la verdad parten del hecho de que los seres humanos reaccionamos ante estímulos, lo que, en sí mismo, es ambiguo y da lugar sólo a interpretaciones indirectas.
Sólo preguntando al sujeto podemos llegar a hacernos una idea de lo que puede haber producido esa alteración. Por eso la máquina de la verdad no es fiable. Nuestra reacción a una pregunta puede deberse a múltiples factores: que ésta es ofensiva, que estamos nerviosos o nos da vergüenza, o simplemente que tenemos miedo a equivocarnos. Hay que tener en cuenta la enorme ansiedad que se puede desencadenar en el contexto de una prueba como esa. Pese a tener ciertas referencias en los registros, no podemos saber qué es lo que mueve exactamente el brazo metálico del polígrafo.
Consiste en mostrar a un sospechoso escenas de un asesinato o atentado para detectar si le resultan familiares. A través de unos electrodos en el cuero cabelludo se captan las ondas cerebrales producidas ante el estímulo de las imágenes, y un amplificador conectado a una computadora con determinado programa interpreta la reacción del acusado. Se trata de una versión más sofisticada del polígrafo: la llamada electroencefalografía (EEG), que registra la actividad micro-eléctrica del cerebro y detecta los cambios en el potencial eléctrico producido por el sistema nervioso -los denominados potenciales evocados, como el P300-, originados en respuesta a estímulos generalmente visuales.
Sin embargo, la electroencefalografía sigue aún vinculada a las emociones, por lo que deja de ser determinante en la detección de la verdad. La presencia de potenciales evocados no concluye nada, ya que suelen estar asociados con respuestas de orientación y sorpresa, como cuando oímos el teléfono. Si una pregunta sorprende a una persona, puede causar dichos cambios en la actividad cerebral; también que un individuo con gran imaginación se ponga a visualizar imágenes mentales similares a las del crimen. Puede incluso que haya sido testigo del crimen, pero no el ejecutor, y que esto también desencadene potenciales evocados que nos harían llegar a una conclusión errónea.
Lo cierto es que la ciencia, por el momento, no es perfecta, ni mucho menos, pero es lo mejor que tenemos. Incluso muchos jueces piensan que artilugios como la ‘máquina de la verdad’ o polígrafo, pueden ser la solución rápida para decidir sobre la culpabilidad de un presunto criminal, pero, en realidad, no dejan de ser versiones actuales de la ordalía utilizada en la antigüedad.
Los datos psicofisiológicos como el ritmo cardiaco, la transpiración de la piel o la respiración, detectados y registrados por los polígrafos, han sido objeto de estudio de la denominada psicología fisiológica desde el siglo XIX. Sus investigaciones dentro de esta disciplina han servido de base a los partidarios del polígrafo para proponerse comprobar la sinceridad de un sujeto a partir de sus datos fisiológicos. Se deduce que si el individuo se activa mucho después de una pregunta, es probable que esté mintiendo, ya que la mentira suele estar precedida por un alto nivel de activación o estrés. Sin embargo, la prueba no es tan fiable como parece.
El grado de variación en las reacciones de cada organismo -lo que viene a ser la propia personalidad- es asombrosa, y no podemos asegurar que un determinado ser humano sude igual que otro, o respire más rápido ante cualquier circunstancia. Los teóricos de la máquina de la verdad parten del hecho de que los seres humanos reaccionamos ante estímulos, lo que, en sí mismo, es ambiguo y da lugar sólo a interpretaciones indirectas.
Un cóctel de emociones
Es cierto que cuando percibimos algo que nos inquieta, nuestro cuerpo se activa. Es algo totalmente normal. Lo que añade complejidad a este hecho es que las respuestas fisiológicas no tienen un significado explícito. No necesariamente se corresponden con nuestras preguntas, como tampoco son causadas por un único fenómeno psicológico u orgánico subyacente, sino que se originan, en su mayoría, por la interacción de muchos factores. Por ejemplo, tener elevadas las pulsaciones puede responder a estados de ánimo tan diversos como la ira, la tristeza, la alegría o el miedo.Sólo preguntando al sujeto podemos llegar a hacernos una idea de lo que puede haber producido esa alteración. Por eso la máquina de la verdad no es fiable. Nuestra reacción a una pregunta puede deberse a múltiples factores: que ésta es ofensiva, que estamos nerviosos o nos da vergüenza, o simplemente que tenemos miedo a equivocarnos. Hay que tener en cuenta la enorme ansiedad que se puede desencadenar en el contexto de una prueba como esa. Pese a tener ciertas referencias en los registros, no podemos saber qué es lo que mueve exactamente el brazo metálico del polígrafo.
Hacia la lectura del cerebro
Pero la criminología, sin embargo, parece no limitarse a eso. Desde hace algunos años, se viene trabajando en una tecnología capaz de leer la mente. Los laboratorios Brain Fingerprinting de Seattle, en Estados Unidos, bajo la dirección del neurocientífico Lawrence Farwell, aseguran que un test que detecta información almacenada en el cerebro podrá ayudar a conocer la verdad sobre un crimen o atentado terrorista.Consiste en mostrar a un sospechoso escenas de un asesinato o atentado para detectar si le resultan familiares. A través de unos electrodos en el cuero cabelludo se captan las ondas cerebrales producidas ante el estímulo de las imágenes, y un amplificador conectado a una computadora con determinado programa interpreta la reacción del acusado. Se trata de una versión más sofisticada del polígrafo: la llamada electroencefalografía (EEG), que registra la actividad micro-eléctrica del cerebro y detecta los cambios en el potencial eléctrico producido por el sistema nervioso -los denominados potenciales evocados, como el P300-, originados en respuesta a estímulos generalmente visuales.
Sin embargo, la electroencefalografía sigue aún vinculada a las emociones, por lo que deja de ser determinante en la detección de la verdad. La presencia de potenciales evocados no concluye nada, ya que suelen estar asociados con respuestas de orientación y sorpresa, como cuando oímos el teléfono. Si una pregunta sorprende a una persona, puede causar dichos cambios en la actividad cerebral; también que un individuo con gran imaginación se ponga a visualizar imágenes mentales similares a las del crimen. Puede incluso que haya sido testigo del crimen, pero no el ejecutor, y que esto también desencadene potenciales evocados que nos harían llegar a una conclusión errónea.