«Transformación digital» es la nueva expresión de moda, el último invento para vender más y mejor, aunque siga sin quedar claro qué se vende ni para qué sirve. Nos encontramos nuevamente ante una de esas expresiones ambiguas – yo prefiero llamarlas «nebulosas» – que cada vez cobran más protagonismo en el lenguaje por lo tremendamente útiles que resultan, ya que cada persona las «rellena» de contenido con el significado que quiere…
A día de hoy, hablar de «transformación digital» es hablar de casi todo y, a la vez, no decir casi nada. La transformación digital es una obviedad. La irrupción masiva de «lo digital» es un hecho y está afectando en mayor o menor medida a casi todo lo que conocemos. Parece evidente que la «digitalización» está suponiendo cambios acelerados, y a menudo forzados, tanto en la forma de hacer negocios como en los propios modelos de negocio. La «conectividad» derivada de la llegada de Internet y la posterior «digitalización» de innumerables aspectos de nuestro entorno, ha provocado, sigue provocando y, lo más importante, va a seguir provocando, profundos cambios en nuestro día a día. Son pocos los aspectos cotidianos que escapan de la transformación digital…
Sin embargo, el objeto de este post es mucho más concreto. Mi intención es analizar un discurso muy peligroso para la efectividad de las organizaciones, un discurso falaz que me estoy encontrando cada vez con más frecuencia y que supone la enésima versión de un viejo error: poner a las personas al servicio de la tecnología.
Se habla mucho de la transformación digital como nueva panacea para la mejora de la productividad y lo más sorprendente a estas alturas es que aún haya gente que se lo siga creyendo.
El cambio es evidente. Resulta difícil negar que la llegada de lo digital está suponiendo la desaparición de modelos de negocio que en su día fueron enormemente rentables y la aparición de otros nuevos, casi inimaginables hace tan solo unas décadas, y cuyas rentabilidades actuales resultan espectaculares. También ha quedado claro que lo digital ha convertido a las viejas jerárquías en estructuras innecesarias y redundantes que perjudican la efectividad. Pero utilizar todos estos hechos innegables como argumento para vender la última «tecno-chorrada» me parece muy poco serio y altamente peligroso.
A estas alturas, la gente inteligente ya se ha tenido que dar cuenta de que la verdadera transformación digital va, esencialmente, de personas. Por eso, hoy más que nunca, es imprescindible evitar confundir el «qué» con el «con qué» y el «para qué» con el «cómo». Seria muy triste que volviéramos a tropezar una vez más en la misma piedra.
A día de hoy ya existen datos abrumadores que evidencian que [im]poner la tecnología por encima de las personas es un grave error. ¿Cuántas comunidades corporativas han degenerado hasta convertirse en cementerios digitales? ¿Cuántas intranets acumulan telarañas digitales por falta de uso? ¿Cómo contribuyen a la efectividad, por no decir a la salud, las constantes interrupciones y consiguiente falta de foco que supone el estar «siempre conectados»?
Las personas solo cambian sin quieren cambiar y lo que hace a un profesional del conocimiento más efectivo es tener claro, en cada momento, «qué tiene que hacer y qué no» y «para qué tiene que hacerlo». Los detalles sobre «con qué hacerlo» o «cómo hacerlo» pueden ser relevantes o pueden ser anecdóticos, especialmente si el «qué» y el «para qué» están equivocados.
La «transformación digital» entendida como un saturar el entorno por enésima vez con lo último en tecnología es una nueva moda que ignora la complejidad del problema real. Un problema real que se llama «modelo de gestión» y que difícilmente se va a resolver si solo cambia el modo de implantarlo. Digitalizar un modelo de gestión caduco es tremendamente absurdo porque significa profundizar en el error en lugar de solucionarlo. Como decía Peter Drucker, «no hay nada tan inútil como hacer con gran eficiencia algo que no debería haberse hecho en absoluto».
El primer paso para transformar «de verdad» una organización pasa por transformar su cultura, como bien sabe mi amigo y colega David Criado. El problema real de la efectividad de los trabajadores del conocimiento es que la gente no sabe trabajar en este nuevo tipo de trabajo porque nadie nos ha enseñado cómo hacerlo.
Aunque Drucker lo dijo muy claro en 1.999, seguimos sin querer darnos cuenta de esta gran verdad, que compruebo día a día en mi trabajo: “con relación a la productividad real del trabajador del conocimiento, en el año 2.000 estaremos aproximadamente donde estábamos en el año 1.900 con relación a la productividad del trabajador manual“. Muy poco ha cambiado desde entonces. Seguimos «en pañales». El pasado viernes me lo decía precisamente una persona al finalizar un taller de mejora de la efectividad: «Me he dado cuenta de que la forma antigua de trabajar no sirve y es altamente inefectiva para mi trabajo actual».
Entender que la clave para la mejora de la efectividad en el trabajo del conocimiento pasa por cambiar la forma de trabajar es fundamental. Seguir haciendo lo mismo con nueva tecnología no cambia nada. Lo que cambia las cosas es dejar de hacer lo de siempre y hacer las cosas de otra manera. Citando nuevamente a Drucker: «si quieres algo nuevo, tienes que dejar de hacer algo viejo».
Solo cuando las personas hayan aprendido cómo mejorar su efectividad en el trabajo del conocimiento tendrá sentido hablar de la transformación digital de las organizaciones. Hasta que esto sea así, la transformación digital es otra mentira para vender humo, porque solo servirá para que parezca que cambia todo sin cambiar realmente nada. Emprender un proceso de digitalización prematuro, sin cambiar antes la forma de trabajar de las personas ni la cultura de la organización, es un grave error que distrae la atención de lo que realmente importa: adecuar la forma de trabajar al trabajo del conocimiento.
Creo que la mayoría de la gente coincide en que la transformación digital puede aportar sin duda un gran valor pero, como casi todo, tiene que esperar a su momento. Para ser verdaderamente útil, la transformación digital tiene que esperar a que las personas estén preparadas para aprovecharla.
La solución correcta suele ser distinta de la solución cómoda. Por eso, a menudo se olvida que la tecnología, por fantástica que pueda parecer, es tan solo un facilitador, una ayuda, una mejora. La tecnología rara vez es la solución. La solución, casi siempre, está en las personas.
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