Al final Joseph creía haber encontrado su destino en el mundo de la exhibición de fenómenos humanos, esas barracas de feriantes que recorrían el país enseñando a la gente a presuntos monstruos de la naturaleza cuya presentación ante el público suscitaba emociones fuertes en éste. En esta triste condición es cómo lo conoció el doctor Treves, un hombre que al principio se interesó por Merrick desde un punto de vista estrictamente científico, pero después fue capaz de reconocer al ser humano puro y bueno que existía debajo del terrible cuerpo. La enfermedad de Merrick no tenía curación, pero sí que se le podía hacer la existencia más fácil si se le acogía en el hospital y se atendía a sus necesidades de higiene, alimento y cariño humano, algo que Treves terminó consiguiendo. Hasta el momento el hombre elefante solo había conocido una existencia terrible repleta de miedo y sinsabores, pero los años transcurridos en el hospital fueron, según su propio testimonio, plenos de felicidad.
Hay un aspecto muy curioso en el historia de Merrick, y es su afición a la lectura. El acercarse a los libros le permitía aislarse de su triste condición y leía todo lo que caía en sus manos, prefiriendo las historias de tono amoroso y sentimental, además de aquellos textos que reforzaban su natural religiosidad:
"Era un lector ávido que leía desde la infancia y en los libros había hallado un constante consuelo a su soledad. Su conocimiento de la literatura era a un tiempo excéntrico y diverso, pues la selección de sus lecturas había estado más determinada por lo que el azar había depositado en sus manos que por una exploración o un desarrollo de sus gustos. Lisa y llanamente, había devorado cualquier cosa que le saliera al paso y la Biblia y el devocionario anglicano los había releído varias veces, de modo que conocía ambos a fondo. Tenía en su haber una amplio abanico de periódicos y revistas de todo tipo, incluso una idea fragmentaria de las obras de novelistas de mayor entidad, entre los que se contaba Jane Austen. Había lidiado con una sucesión de libros de texto y disfrutado de un sinfín de historias. De hecho había leído y tomado en cuenta todo pedazo de letra impresa que se ponía ante sus ojos."
Para Merrick la lectura no era un mero divertimento, sino que se tomaba tan en serio las historias a las que se acercaba que las tomaba por verdad absoluta, por lo que se preocupaba por el destino futuro de sus personajes. Gracias a que personajes de alta alcurnia, empezando por la princesa de Gales, se interesaron por él, el hombre elefante pudo permitirse ciertos lujos, como pasar unas semanas en el campo (algo que nunca había podido hacer) o acudir a una función teatral, lo que quizá constituyó la culminación de su existencia, por la maravilla absoluta que encontró sobre el escenario. Así lo describe el doctor Treves:
"Uno ha presenciado con frecuencia el deleite espontáneo de un chiquillo que asiste por primera vez a una representación navideña, pero el embeleso de Merrick era mucho más intenso, así como sumamente solemne. Hete aquí un ser humano con el cerebro de un adulto, las fantasías de un muchacho y la imaginación de un niño. Más que deleitado se le veía maravillado y presa de asombro. Estaba sobrecogido por lo que veía, completamente cautivado. El espectáculo lo dejó sin palabras, a tal punto que si le hablaban no prestaba atención. A menudo parecía faltarle el aliento."
La verdadera historia del hombre elefante nos hace amar a un personaje que, a pesar del infierno en vida que tuvo que padecer durante años, jamás renegó de su humanidad y de su anhelo de sencilla felicidad. Al igual que sucede en la película de Lynch, en la narración de Howell y Ford Merrick es capaz de atrapar el corazón del lector.