Los Maestros Zen de todos los tiempos han pasado sus vidas promoviendo el valor del silencio, el zazen y de usar el lenguaje lo menos posible. Pero es una paradoja porque para transmitir el mensaje, tenemos que hacer uso de muchas palabras para hacer entender a la comunidad.
Al final de cuentas lo que queremos es que entendamos todos que nuestra actividad principal como budistas, es aprender a contemplar la mente verdadera; que está más allá de gustos y opiniones. Es todo un arte que requiere de constancia y disciplina.
¿Pero qué es la mente verdadera? ¿Dónde está?
El constante flujo de ideas y pensamientos impermanentes que te atormentan no son la verdadera mente. Lo que crees bueno o malo, lo que te da personalidad, tampoco es la verdadera mente.
Lo que depende de factores externos para manifestarse y que requiere imaginación para verlo, tampoco es la verdadera mente.
El corazón dentro del cuerpo y que no se puede mirar a sí mismo, ciego al resto del mundo, tampoco es la verdadera mente.
Lo que no resulta afectado por nuestros sentimientos personales y que vive fuera del cuerpo humano, tampoco es la verdadera mente.
Supón que enciendes la luz de la atención plena para mirar tu interior y encuentras tranquilidad o un sentimiento de unión con la Totalidad de la Vida. ¿Lo considerarías tu verdadera mente? Aunque parezca una solución al acertijo, no lo es. Es tan sólo el resultado de tu práctica de zazen, sin embargo es el primer paso para al fin alcanzar la Mente Verdadera.
Sentarnos y unirnos al silencio de zazen nos acerca a ella, pero tan pronto le das nombre, se desvanece.
Por ello, para hacernos amigos de la Mente Verdadera, la que nos une al flujo de la existencia:
No hay que explicarla.
No hay que interpretarla ni pedir que alguien lo haga.
No uses otra técnica que no sea zazen.
No calcules cuánto tiempo o esfuerzo te llevará, ni marques objetivo alguno.
Solo siéntate en silencio, perdiendo toda pretensión y pregustas; y deja que la vida sea vida.