Revista Cultura y Ocio

La vergüenza de ser un hombre, Primo Levi

Publicado el 31 agosto 2018 por Kim Nguyen

Para ser breve, diría que la supervivencia sobre los demás es para mí el núcleo del sentimiento de poder; y estoy hablando de supervivencia concreta, física, del momento en que se siente uno vivo ante una persona que yace golpeada por la muerte. En ese preciso instante, a una persona se le pasan muchas cosas por la cabeza; primero se tiene miedo, pero también puede ocurrir que se reaccione con indiferencia. Poco a poco, sin embargo, se abre paso, sin que muchas veces llegue uno a confesárselo a sí mismo, un sentimiento de satisfacción por seguir con vida y no haber sido alcanzado por la muerte. En ese sentimiento de satisfacción por haber sobrevivido reside para mí el núcleo del sentimiento del poder. No podemos evitar ese sentimiento, dado que sobrevivimos constantemente a otras personas; pero la forma en que ese sentimiento se asume probablemente sea el más difícil de los problemas morales. La solución que cada individuo da a ese problema es absolutamente decisiva para su valor como ser moral. Quien se conforma fácilmente con la idea de sobrevivir a los demás no puede, a mis ojos, hacer verdaderos progresos morales. Pero no sólo existen aquellos que se confirman fácilmente con eso, también los hay que comprenden con rapidez que la supervivencia puede ser una herramienta para alcanzar un determinado fin, que la supervivencia se puede acumular, que se pueden tener cada vez más muertos a los pies y que del sentimiento de superioridad que emana de ello surge un creciente poder. Y creo que eso es lo que ocurre en la mente del déspota. He analizado en detalle ese sentimiento, he reunido un material importante al respecto. Napoleón, cuya biografía leí siendo aún muy niño, siempre ha formado parte para mí de aquellos hombres a los que no sólo les era indiferente, sino que les resultaba necesario librar guerras, hacer combatir a otros hombres, emprender sin cesar contiendas que, naturalmente, aumentaban su poder cuando vencía, pero que de todos modos le procuraban un sentimiento de supervivencia aun cuando no ganaba. Habría mucho que decir al respecto. Más tarde, cuando analicé más a fondo la personalidad de Napoleón, mi desconfianza hacia los hombres ansiosos de poder se vio confirmada por la descripción de sus últimas semanas en Santa Helena. Allí se ve cómo se aproxima a su propia muerte con espanto inaudito, y es como si ese hombre, responsable de la muerte de cientos de miles de personas, sintiera realmente por primera vez lo que era la muerte. Para mí, lo contrario de esos supervivientes que disfrutan con la muerte de otros son aquellos que no quieren sacrificar ni una sola vida, sino que, al contrario, procuran conservarla. Ése quizá sea uno de los pocos medios que puedo imaginar para superar el horror de la supervivencia, el pecado (empleo conscientemente la palabra pecado) de la supervivencia; hacer algo para mantener por más tiempo con vida a las personas junto a las que se ha vivido. Eso fue exactamente lo que hizo Stendhal. Lo hizo de una manera muy personal. De hecho, en sus libros se refleja, más que en muchos otros autores, cuanto lo rodeó en su vida; sus novelas están llenas de personajes que fueron parte de su vida y a los que se reconoce con facilidad. Están sus libros autobiográficos. Y todo lo que un día representó su vida, todas las personas que formaron parte de ella, incluso a aquellas a las que odió, como su padre, siguen hoy realmente presentes. Hizo lo contrario de los poderosos, de esa tipología de supervivientes; y yo lo quiero y lo venero por ello.

Elias Canetti
Conversación con Gerald Stieg, 1980

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El hecho de haber sobrevivido y de haber vuelto indemne se debe en mi opinión a que tuve suerte. En muy pequeña medida jugaron los factores preexistentes, como mi entrenamiento para la vida en la montaña y mi oficio de químico, que me acarreó algún privilegio durante mis últimos meses de prisión. Quizás también me haya ayudado mi interés, que nunca flaqueó, por el ánimo humano y la voluntad no sólo de sobrevivir (común a todos), sino de sobrevivir con el fin preciso de relatar las cosas a las que habíamos asistido y que habíamos soportado. Y finalmente quizás haya desempeñado un papel también la voluntad, que conservé tenazmente, de reconocer siempre, aun en los días más negros, tanto en mis camaradas como en mí mismo, a hombres y no a cosas, sustrayéndome de esa manera a aquella total humillación y desmoralización que condujo a muchos al naufragio espiritual.

Primo Levi
Si esto es un hombre
Apéndice de 1976

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Creo que uno de los motivos del arte y del pensamiento es una cierta vergüenza de ser un hombre. El hombre que lo ha dicho, el artista, el escritor que lo ha dicho con mayor profundidad es Primo Levi. Sabe hablar de esa vergüenza de ser hombre y lo hace a un nivel enormemente profundo, porque lo hace tras volver de los campos de exterminio. Dice: “Sí, cuando fui liberado, lo que dominaba era la vergüenza de ser un hombre”. Se trata de una frase espléndida, muy bella, y a la vez no es algo abstracto: la vergüenza de ser hombre es algo muy concreto. Y no quiere decir las tonterías que podrían hacerle decir. No quiere decir “somos todos asesinos”, no quiere decir “somos todos culpables por el nazismo”. Se trata de un sentimiento complejo, no de un sentimiento unificado, y significa, primero, ¿cómo es posible que hombres hayan podido hacer eso? Y, en segundo lugar, ¿cómo es posible que a pesar de ello yo haya transigido? No me he convertido en un verdugo, pero no obstante he transigido bastante para sobrevivir. Y en tercer lugar una cierta vergüenza, propiamente dicha, de haber sobrevivido en lugar de algunos amigos que, por su parte, no sobrevivieron. Así, pues, la vergüenza de ser un hombre es un sentimiento extraordinariamente compuesto.
Y creo que en el origen del arte encontramos esa idea, o ese sentimiento muy vivo: cierta vergüenza de ser un hombre, que hace que el arte consista en liberar la vida que el hombre no cesa de encarcelar.

Gilles Deleuze
Abecedario con Claire Parnet


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