A su Santidad, el papa Francisco I
Su Santidad, hay muchas cuestiones que no comprendo sobre su intervención como mediador entre el gobierno de los Estados Unidos y de Cuba. Más me desconciertan si pienso en las palabras que ha pronunciado en los últimos días.
Justificó la violencia asesina de los extremistas islamistas en París alegando que nadie puede meterse contra la “madre” y no salir impune. Luego, le dijo a una niña ante una multitud que se conmueve con los dramas de los niños solos, sin papás.
Cuba es una niña, secuestrada, violada y mancillada desde hace 56 años por un clan de matones que la convirtieron en su finca personal. Fue tan bien orquestado ese secuestro que no solo dura lo impensable sino que además es visto con beneplácito por inmensas hordas de personas que –como no lo padecen- la aplauden cual si fuera un paraíso terrenal.
Los secuestradores fueron quienes se autoproclamaron víctimas sometidas y ultrajadas por el “imperio” vecino. Pero la única verdad es que el clan gobernante fue quien secuestró a un país completo en propio suelo y obligó a un par de millones a marcharse, ya fuera por razones políticas o por razones económicas (que también son políticas).
Usted, con buena voluntad presupongo, quiso que ambos gobiernos encontraran un camino para terminar con sus diferencias históricas, pero no tuvo en cuenta un factor fundamental: el de la sociedad civil, única víctima desde 1959, y ahora atrapada en una nueva trampa de la que, con suerte, saldrán dentro de otros 570 años como acaba de anunciar Raúl Castro en un discurso reciente.
Nos consta a todos que usted estaba y está al tanto de las múltiples violaciones de los derechos humanos en la isla. Han sido muchos los que se han ocupado de ponerlo al tanto de lo que padecen los pacíficos opositores y, como bien pudo observar, tras los acuerdos alcanzados entre ambos gobiernos, y propiciados por usted, esa situación sólo ha empeorado. Usted ayudó a que se liberaran 53 presos políticos, pero el año 2014 cerró con más de 9000 detenciones arbitrarias y el 2015 empezó mostrando que esa cifra aumentará y nuevos presos políticos acompañarán a los que quedaron fuera de los listados de los que liberaron recientemente.
Me ceñiré al caso que me ocupa (del que personalmente me encargué de hacerle llegar a Usted toda la información): Ángel Santiesteban-Prats, reconocido escritor cubano, quien poco tiempo después de que Usted asumiera su papado le escribió una carta abierta (que además le envié repetidas veces y por diversas vías) denunciando lo que pasaba (aún, por desgracia, pasa) en las cárceles cubanas y pidiendo, no solamente por él, sino por TODOS los presos políticos. Fui yo, bajo mi responsabilidad, quien intercedió ante Usted por él, especialmente cuando casi lo dejan morir de dengue en la prisión, obligándolo a pasar 6 días sin prestar oídos a su pedido de un médico cuando convulsionaba víctima de las fiebres.Nunca obtuvimos de Usted ni del Estado que Usted representa ninguna respuesta a nuestras cartas, aunque fueron enviadas por diferentes vías, incluida la Nunciatura de La Habana, un amigo italiano que hizo entrega directamente en el Vaticano, otras personas que las han acercado también hasta allí, faxes, etcétera.
No necesitábamos una respuesta directa, pero sí que fueran atendidas las denuncias. Tristemente, tras asistir como simples espectadores, ni siquiera como actores secundarios, a la reanudación de las relaciones bilaterales, hemos constatado que para Usted no eran importantes los derechos de los cubanos secuestrados y sometidos por la dictadura más larga que hasta hoy ha existido.
Su Santidad, supongamos por un momento que no le hayan informado sobre el caso de Ángel Santiesteban-Prats (¿tampoco los cubanos que lo visitaron le hablaron de él?). Asumiendo esa circunstancia tan poco lógica que no tenga idea de quién le hablo, existen pruebas de que Usted sabe perfectamente que la dictadura criminaliza a los opositores para justificar su encarcelamiento. Entonces, ¿por qué al oficiar de mediador, ya que liberaban a los tres espías asesinos que permanecían cumpliendo condena en Estados Unidos, no exigió que liberaran TAMBIÉN a todos los presos políticos disfrazados por el régimen de delincuentes comunes?
Usted se ha conmovido hasta la médula con la niña filipina que le hizo una pregunta demoledora sobre la injusticia que padecen los niños abandonados por sus padres y que son víctimas de dura vida en la calle, el hambre y la prostitución. Usted le ha dicho a esa niña, y a todos los presentes, que esa es la única pregunta para la que no tiene respuesta. Pero ya que conoce bien cuál es la situación del pueblo cubano, si pretende cumplir con el mandamiento sagrado de “no mentir”, sí podría Usted explicar a los hijos de Ángel Santiesteban-Prats por qué su papá sigue preso, aislado y permanentemente acosado a pesar de ser inocente, por decir alto y claro lo que piensa de la dictadura que somete a su patria. Le ruego que también les explique por qué ellos están privados de disfrutar a su papá como cualquier hijo, no habiendo cometido Ángel ninguno de los delitos por los que aún permanece tras las rejas. Su único “delito” es querer una sociedad libre y democrática para su país.
Nosotros no tenemos la respuesta. ¿Tiene Usted alguna respuesta para esos niños sin caer en el pecado de la mentira? Vivimos con dolor e indignación ver cómo, a pesar de esta tan anunciada “nueva era”, dejaron a Ángel y a varias decenas más de presos atrapados en las fauces del tirano, mientras sus hijos y mujeres están por completo desprotegidos. Explíqueles, por favor, por qué dice Usted que si alguien insulta a la madre debería devolver con una trompada la ofensa, pero no objeta a un régimen que mata, secuestra y encarcela a quienes pacíficamente reclaman por el respeto a los derechos básicos consagrados por la Declaración Universal de Derechos Humanos y por los postulados de la fe cristiana que Usted representa.
Repito, nosotros no tenemos respuestas, pero hay muchísimos hijos de presos políticos que, como los de Ángel, merecen que se les responda.
Gracias por su atención,
La Editora.