Revista Arte

La victoria como un impulso ante la barbarie, más que como una conquista arrolladora.

Por Artepoesia
La victoria como un impulso ante la barbarie, más que como una conquista arrolladora. La victoria como un impulso ante la barbarie, más que como una conquista arrolladora. La victoria como un impulso ante la barbarie, más que como una conquista arrolladora. La victoria como un impulso ante la barbarie, más que como una conquista arrolladora. La victoria como un impulso ante la barbarie, más que como una conquista arrolladora. La victoria como un impulso ante la barbarie, más que como una conquista arrolladora. La victoria como un impulso ante la barbarie, más que como una conquista arrolladora. La victoria como un impulso ante la barbarie, más que como una conquista arrolladora.
Cuando en 1909 publicó el poeta e ideólogo italiano Tomasso Marinetti (1876-1944) su Manifiesto Modernista, el mundo occidental habría comenzado a caminar por un precipicio tenebroso, por un falso y equivocado sentimiento que le llevaría a despeñarse, muy pronto, por uno de los siglos más violentos y sanguinarios de toda su historia. Y en ese manifiesto modernista, Marinetti, entre otras cosas, escribiría: La Pintura y el Arte han magnificado hasta hoy la inmovilidad del pensamiento, el éxtasis y el sueño, nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada, el puñetazo. Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo, un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia.
Los antiguos griegos fueron los primeros occidentales que entendieron ya la verdadera diferencia entre la vida y la muerte, entre elegir vivir o elegir equivocarse... Y crearon toda una cultura de libertad incipiente, de elogio a la vida, de riqueza por armonizar lo práctico y lo eterno, lo terrenal y lo divino. ¿Cómo si no iba a surgir el Arte equilibrado, el más idealizado, el más exquisito, aquel que combinara belleza y sabiduría? Porque, o existía belleza o existía sabiduría. Las dos cosas juntas, unidas y entrelazadas, la inventaron los griegos entre los siglos VI y V antes de la era cristiana. Y así no pudieron menos que componer sus dioses con las bellas formas de los más bellos humanos. Entonces asimilaron esa belleza a la propia humana, dándole así un sentido creíble y real pero, a la vez, representando con ello las más elevadas cualidades o virtudes sagradas que habían ideado antes. En su genealogía de dioses, Nike fue la divinidad griega de la Victoria. No de la guerra, que también tuvo su dios, no, de la victoria, de la alegría por vencer a lo contrario, a lo diferente al sentido más elogioso de la vida, por alcanzar así con ella -con la victoria- la gloria más excelsa, el triunfo vital más deseado, o la mayor bendición de la vida.
La representación de la diosa griega Nike combinaba el cuerpo de una bella y joven mujer con unas alas desplegadas a su espalda. El símbolo alado, las alas, indicaba ya un enlace con la divinidad, un rasgo ahora sagrado, muy sagrado, para las imágenes o esculturas que así lo llevaran. Pero, era algo aún más lo que suponía.  Porque todas las efigies sagradas no llevaban alas, tan solo aquellas que podrían cambiar, que podían dejar de ser lo que ellas eran para, así, abandonar ya el sentido de lo que ellos mismos antes habían bendecido. Como Eros, el dios del Amor, Nike tambíen podría dejar de ser, aleatoriamente, un motivo de salvación o de impulso para sus protegidos. Podrían volar, podrían esfumarse como el viento para, tal vez, regresar luego de pasado un tiempo, o no regresar. Por eso llevaba alas Nike, por esto fue compuesta así, en el siglo II a.E.C., la escultura de la diosa griega Victoria que fuera encontrada, descabezada, el año 1863 en la isla griega de Samotracia
El mundo antiguo de aquellos siglos -VI y V a. E.C.- fue entonces un escenario donde dos fuerzas contrarias lucharon por vencer. El inmenso imperio Persa y el conglomerado de pueblos griegos situados alrededor del mar Egeo. Pero habría una diferencia en este enfrentamiento. Uno de ellos quería la victoria para conquistar, para dominar con su civilización el occidente de su imperio. El otro sólo defender con su victoria su propio mundo, ése que ellos habían comprendido ya como el mejor, el más sabio y el más bello, y que, con su forma de emprenderlo, habían alcanzado a desarrollar. Lucharon en una batalla en un golfo muy cercano a una de sus islas, la de Salamina, en el año 480 a. E.C. Y vencieron. Y no pudieron más que agradecer con ello a aquella diosa, a Nike, la diosa que, desde entonces, ellos la igualaron a su más grande diosa ateniense, Atenea. Y decidieron erigir así un templo a su memoria. Una memoria para no olvidar, para elogiar, para seguir viviendo. A pesar de ese deseo, tardaron casi sesenta años en elegir el momento para levantar el templo. Sería construido en la densa Acrópolis ateniense, en un lugar privilegiado a la entrada, elevada sobre los muros y el paramento de relieves, pero ahora en un muy pequeño espacio libre que quedara allí.  
Un templo muy pequeño para un sentido tan grande. Pero, es que los griegos fueron los primeros que no asociaron grandeza con tamaño físico. Los primeros en toda la historia de la humanidad que erigieron templos a la medida del hombre, de un hombre, pero de todos los hombres. Para todos los hombres. Los griegos que más sufrieron aquel acoso imperial persa fueron los jonios, los griegos asentados en las costas de Asia menor, al otro lado del mar Egeo. Allí, en Jonia, surgirían el pensamiento filosófico más sutil, el verso lírico más hermoso, o la arquitectura más bella y armoniosa. Por esto el pequeño templo erigido en la Acrópolis para homenajear a Nike fue construido en ese orden arquitectónico, el jónico, el más sublime de todos. Y sus arrebatadoras columnas jónicas resaltarían ante su limitada estructura, cuatro columnas delante, cuatro detrás. El orden, la elegancia, el sentido de equilibrio, el de sabiduría y belleza que aportaban al mundo. No es necesario tanto para albergar ahora lo más sagrado, lo más elogioso, lo más glorioso. Solo belleza, solo medida perfecta para representar con ellas el sentido eterno de lo que permitiera vivir, no morir, para mantener así el impulso ante lo avasallador, ante esa barbarie.
Pocos años antes de comenzar a levantar el templo de Nike, Atenas comenzaría otra guerra. Fue, sin embargo, ahora una contra sus propios hermanos griegos, contra Esparta. Fueron otros griegos ahora, con la misma cultura, quienes lucharían con ellos. Y perdieron. Pero los vencedores no arrasaron nada, sólo consiguieron una hegemonía más frente a la vanidosa Atenas. Mantuvieron el templo y sus dioses. Porque en ese templo de Nike se guardaba una efigie de la diosa, una que no llevaba ahora alas, para que no pudiera con ellas salir volando y escapar, así, ahora la victoria de su lado. Pero, luego pasaron los siglos, y los griegos dejaron paso a Roma y luego al Cristianismo y a su teología. Y así hasta que los otomanos y su imperio -una reminiscencia de aquel imperio avasallador persa- no tuvieron ningún escrúpulo en derruir esa sagrada belleza de templo para, con ella, construir en el siglo XVII una mera y vana posición privilegiada de artillería. Todo acabó ya bajo las piedras amontonadas de la barbarie. Siglos después, cuando Grecia consiguió su independencia frente a Turquía, fueron reconstruyendo toda aquella Acrópolis, piedra a piedra, encontrada ya en parte de lo que también fuera aquel hermoso templo sagrado. 
¿Qué sagaz victoria puede hoy homenajearse en un mundo donde aquellos principios ancestrales, en parte ignorados, hicieron ya construir una idea de vida? ¿Dónde estará hoy la barbarie? Es tiempo de comprender que lo que hoy somos forma parte de todo lo que ya se hizo, tanto de lo bueno -la belleza y la sabiduría ancestrales- como de lo malo -la ideología violenta y el rechazo a la virtud elogiosa de lo eterno-, pero que no se podrá prosperar sino recuperando aquella misma actitud ancestral ante lo decisivo de la vida, esa que elogiamos vivir. La memoria servirá, pero ahora la memoria de lo virtuoso, de lo sagrado -en el sentido trascendente en general-, de lo permanente como una virtud humanística, de lo que hace que una piedra sobre otra llegue a representar lo más insigne, lo más bello, lo más armonioso, lo más ahora también, como ellas, tan lleno de vida eterna...
(Imagen de la estatua La Victoria de Samotracia, Siglo II a. E.C., Escuela de Rodas, Periodo Helenístico, Museo del Louvre, París; Estatua de Atenea-Nike, Siglo V a. E.C., Museo Arqueológico de Atenas; Fotografía actual del Templo de Nike, Acrópolis, Atenas; Acuarela del pintor alemán Werner Carl-Friedrich, 1877, Templo de Nike, vista desde el noreste, Museo Binake, Atenas; Imagen fotográfica de la Acrópolis ateniense derruida, durante el periodo de reconstrucción en el año 1869, a la derecha el pequeño templo de Nike, fotografía de James Stillman; Imagen fotográfica del frontal del Templo de Nike durante el año 1896, donde se observa la reconstrucción del templo jónico, piedra a piedra, encontrado por entonces, Museo Hallwyl, Estocolmo; Fotografía actual de un lateral del Templo de Nike, Atenas; Fotografía actual del mismo frontal del Templo de Nike, con sus columnas jónicas, el arquitrabe y parte reconstruida de su frontón y cubierta.)

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