[7/10] El prestigioso Ang Lee lleva a la pantalla la novela “La vida de Pi” de Yann Martel, y lo hace con la vistosidad que le proporcionan unos efectos especiales espectaculares, y con la posibilidad que le brindan las 3D para hablarnos de otra dimensión de la realidad… que no se puede demostrar pero que está ahí para dar sentido a la vida. Un escritor busca una buena historia para su libro, y acude a Pi para que le cuente su infancia en el circo que su padre tenía en la India, su naufragio en el Pacífico camino de Canadá junto a su familia, y su increíble aventura en la isla flotante… en compañía de un tigre de Bengala y de otros animales, supervivientes también de la tragedia. Pero más que esa odisea de lucha y supervivencia, lo que alienta y da fuerza al joven Pi es su constante búsqueda de Dios, su esperanza en que saldrá a su encuentro en medio del dolor, su fe en que siempre está velándole y ofreciéndole el consuelo de su mejilla. Y en ese terreno es donde el director recurre al cuento y a la parábola para explicar una realidad interior en donde la ciencia no encuentra respuestas.
“La vida de Pi” exige el asentimiento de un acto de fe y supone la afirmación en el poder de la razón, porque todo el relato podría verse como el proceso de aprendizaje y maduración de un chico que busca su propio camino en la vida (el aparente sincretismo inicial es buena muestra de ello), algo que va encontrando a partir de la reflexión sobre lo que es mejor en cada momento, del descubrimiento de lo que se encierra tras del dolor y la muerte, desde la experiencia de vivir en un espacio que es de todos y donde no debe imperar la ley del más fuerte. Ese es el consejo que su padre le da mientras están a la mesa, cuando el chaval se debate entre las distintas religiones y una ciencia que asoma por Occidente, y es también el agradecimiento que al final le tributa un Pi que ya ha superado la prueba del dolor.
Un viaje interior de búsqueda y dos historias que son versiones de la misma realidad. Una de ellas permite creer y seguir esperando el momento de reencuentro con las personas queridas, y la otra se conforma con dejarnos inmersos en una aparente tranquilidad. Mirar al cielo (preciosos esos reflejos del firmamento sobre el mar) o quedarse lamentando la desgracia, defender el territorio con uñas y dientes (magnífica la metáfora de la barca como arca en medio de una selva) o convertirla en lugar para la convivencia, quedarse en una isla con aspecto de paraíso natural (encantador y fascinante ese pasaje de ensueño de la isla flotante) o salir de la soledad a la búsqueda del otro (muy sugerente esa imagen del tigre como el otro yo… que nos da miedo y protege al mismo tiempo). Esa es la alternativa vital que se ofrece a todos, para que cada cual elija la que más le convenza y prefiera: la cruda realidad, la fantasía creativa o la fe religiosa (en esto Ang Lee se separa de Martel).
La riqueza de la novela de Yann Martel queda reflejada en la espectacular escena del naufragio que metafóricamente nos hablaría del alma atribulada de Pi, o en el rico colorido de esos paisajes fantásticos que harían referencia a la paz soñada por el huérfano prematuro. Pero, sobre todo, es en el final del relato cuando la historia da un giro copernicano para cobrar un nuevo y trascendente sentido lleno de humanidad… con un Pi adulto desvela su alma de niño fraguada en el dolor y en la fe. Ciertamente, a la película le cuesta arrancar con la presentación realista de la situación, y también es verdad que se abusa de la voz en off de Pi como narrador de su vida, pero pronto se carga de contenido cuando el joven náufrago y el tigre se quedan a solas en un tira y afloja en el océano… hasta que se miran a los ojos y Pi contempla reflejada el alma humano y la esencia de lo divino. Hay cierta reiteración en ese mano a mano épico en alta mar y podría acortarse algo el metraje, pero el chico necesita tiempo para madurar, para descubrir al “tigre que no se despidió” y lo que se esconde tras la desgracia familiar. Además, la belleza de su diseño artístico y el conseguido realismo poético la convierten en una conmovedora y delicada película sobre el sentido de la vida y la muerte, sobre la creación literaria y cinematográfica, sobre el poder de la imaginación y la fe en la Providencia.
Por eso, la película y el libro -el de Yann y el que escribirá el escritor canadiense- nos hablan de la continua salida de Dios al encuentro del hombre, ya sea a través de un cuento infantil y fantasioso, del amor romántico de una bailarina, del poder destructivo de una tormenta o de la placidez de una laguna dulce. Porque, en definitiva, todos los caminos conducen a Dios… y eso Pi lo sabía de pequeño y después lo confirmó de mayor. Sólo necesitó hacer suyos aquellos pensamientos y creencias juveniles, para saber elegir la versión que prefería su corazón porque le interesaba la verdad y no la realidad, y continuar con su vida ordinaria… sin otros tigres que los de su rica imaginación.
Calificación: 7/10
En las imágenes: Fotogramas de “La vida de Pi”, película distribuida en España por Hispano Foxfilm © 2012 Fox 2000 Pictures. Todos los derechos reservados.
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Publicado el 4 diciembre, 2012 | Categoría: 7/10, Año 2012, Críticas, Drama, Fantástico, Hollywood
Etiquetas: amor, Ang Lee, familia, La vida de Pi, muerte, religiosidad, Yann Martel