Esperar cortando barbas Aparece inscrito en la fachada exterior junto a su nombre en árabe: “Barbero”. Primera pista para descubrir la fuerte influencia de este idioma en la persona que ha sacado el pequeño negocio adelante. Mohamed es cubaraui. Así se llaman entre ellos, con una sonrisa irónica, los muchos saharauis que cursaron su educación secundaria y universitaria en Cuba. Pasó once de sus 25 años en ese país pero, una vez diplomado en Electrónica, regresó a su lugar natal, uno de los cinco trozos con vida del desierto argelino: el campo de refugiados de Dajda. ¿Qué hace un electricista cortando barbas? “Yo espero aquí. Quiero vivir en mi país natal, pero sobre todo me gustaría regresar a mi tierra. Nunca perderé la esperanza, pero creo que moriré en este desierto”, dice el saharui. El discurso de Mohamed sobre el futuro del Sáhara Occidental refleja su desconexión política sobre la paralización de un pueblo que espera. Él solo espera, sin plantearse mucho qué ocurre mientras.
Fachada de la barbería del campamento
de refugiados saharauis de Dajda
Construir casas no permamentes
Bulah junto a los ladrillos de adobe
elaborados durante una semana de trabajo
El ‘Carrefour’ Saharaui
Salem ante la fachada de su tienda
Entre dunas y nada, se eleva una estructura, también de adobe, con una inscripción pintada junto al dibujo de un brick de leche Puleva: ‘Carrefour’. “Cuando hicimos más grande la tienda, unos amigos y yo buscamos en internet algunos productos para adornar la fachada y que quedase más bonita. Encontramos estos y así quedó”, dice uno de sus empleados entre risas. “El Baraka” es el nombre real de la tienda de comida más grande del campo de refugiados. Aquí trabaja Salem como vendedor. Es otro de los cubarauis de Dajda. También regresó. “Aquí está mi familia. Es difícil vivir aquí y encontrar trabajo pero yo quiero estar con los saharauis”, confiesa el joven. Su horario se extiende desde las siete de la mañana hasta las 12 de la noche, con un descanso intermedio. En sus 24 años de vida ya ha trabajado como electricista particular y profesor de español en la escuela del campamento. El sueldo de todos estos trabajos es bajo, 100 dinares como máximo, cuenta Salem, matizando que como reparador de aparatos electrónicos “no sacaba nada”. “Es duro pero entre todos nos ayudamos. Quiero vivir con mi Sahara, con nuestra cultura, nuestro estilo de vida… Hasta que volvamos a nuestra tierra”, añade. Su testimonio intuye de nuevo cierta desconexión política. “Nosotros nos encargamos de sobrevivir. Vosotros -los periodistas- tenéis que llevar el mensaje para que cambien las cosas”.Nota: Esta cobertura de eldiario.es en el Sáhara es posible por la invitación de FiSahara. La organización del festival ha corrido con los gastos del viaje.
Desde Tinduf (campamentos de refugiados, Argelia). Por Gabriela Sánchez Fuente y fotos: eldiario.es