Revista Cultura y Ocio

La vida en SI bemol (II)

Publicado el 28 octubre 2014 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

La perspectiva de vida y muerte que estamos desgajando tiene un núcleo antropocéntrico que pone al ser humano como medida de todas las cosas. No quiere decir esto que el mundo exista, físicamente, gracias a que los seres humanos (o humanoides, o alienígenas con conciencia, etc.) existan, respiren y piensen, pues el mundo en sí mismo podría existir perfectamente (y mejor) sin necesidad de conciencias, pero solo existiría en la medida en que lo haría la diosa Visnú si viviese en el centro de la Tierra y nadie la viese, ni pensase en ella ni intentase probar su existencia en toda la eternidad. En otras palabras, si no existen consciencias capaces de pensar en el mundo, ahora o en un futuro, no es relevante que el mundo exista o no.

Otra forma de vivir

De este modo, mientras la física nos dice que somos innecesarios (1), que podemos estudiar el universo por su juventud (2) y que es probable que ni un Dios como el de las religiones monoteístas ni los dioses de cualquier otra doctrina existan, la razón parece susurrar que la respuesta de la existencia y la supervivencia de la especie debe quedar en manos humanas.

La religión vuelve al argumento de la causa primera para entender todo lo que hay a nuestro alrededor, no da pruebas, sino que se explica mediante la ausencia de las mismas. Es decir, a diferencia de la ciencia, y ayudada por la fe, la religión nos dice que existe el monstruo del lago Ness y, como no hemos podido verlo nunca, deberían probarnos que no es así. Racionalmente, el argumento de un Dios cristiano es tan viable como la existencia de un Monstruo de Espagueti Volador (Flying Spaghetti Monster), como puede comprobarse a través de la crítica ontológica que hace el pastafarismo (Henderson, 2005). Por suerte, o gracias a Dios (quién sabe si es un tío verdaderamente gracioso), la argumentación religiosa tradicional es circular: se basa en a) libro sagrado, b) dios, c) fe; todo lo anterior es creación humana, pero se le atribuye la condición de divina y, paralelamente, se hace una lectura que se legitima en ambas direcciones: el hombre legitima a Dios, y Dios legitima al hombre.

Monstruo espagueti

Es el Monstruo de Espagueti Volador, you know.

La respuesta más simple (agnosticismo o ateísmo) es que no existen pruebas que nos puedan hacer creer en esto, sino que la existencia se fundamenta en un “haber” que recoge en su sino miedo, tradición (el paso del mito al logos, por ejemplo) y frustración por la incomprensión: no nos gusta aquello que no entendemos, pero muchos somos demasiado vagos para dedicar demasiado tiempo a pensar en una solución lógica que se adecue con la realidad, por lo que solemos tener la capacidad de conformarnos con algo intermedio.

A través del Big Bang, la teoría M y la teoría de cuerdas, la física, en cambio, explica el porqué, y debería ser un deber humano aprender qué y cómo ocurren las cosas; a diferencia de la religión que busca una aceptación, la ciencia busca la razón. ¿Por qué?

Como seres humanos, nuestro proceso natural es nacer, crecer, envejecer y morir; por el camino, podemos decidir reproducirnos (es divertido), y poco más. Aquí no vamos a entrar en perspectivas freudianas, pues me parece una soberana tontería legitimar la propia existencia a través del sexo, y mucho menos marxistas (o capitalistas que, al menos, en esto, no difieren tanto) que, en última instancia, se definen mediante el trabajo. De igual modo, no veo sentido a perder el tiempo hablando de clásicos, porque estos (bueno, Aristóteles) nos llevarán a Kant y a su Idea para la historia universal, y de ahí al desarrollo histórico de Hegel, o a las ideas de Marx está el canto de un duro.

Ahora, nos asaltan tres problemas mucho más graves que los anteriores, pues no condicionan nuestra no-existencia, sino nuestra existencia-presente. ¿Qué quiere decir esto? Principalmente que tenemos dos opciones: buscar una solución a la muerte (no os riais), o aceptarla con estoicismo como se viene haciendo hasta ahora. Al margen, sobre todo las generaciones cercanas a la mía y, en especial, la mía (generación Y, o milennials según he oído) no tenemos ningún interés en forjarnos un futuro, y hemos quedado bastante tocados con el tema de que no haya trabajo, ni seguridad económica, ni valores universales… Nosotros, vemos corrupción, un futuro negro y un presente por vivir, y firmamos porque no hay más cojones, ¿o no?

Sin embargo, a la vez, si no hay futuro, nos hacemos un poco más punks y nos gustan más todavía los Sex Pystols que a nuestros padres. Y nos preguntamos: primero, por qué trabajar; segundo —que podría definirse de una forma un tanto más abstracta—, ¿por qué preocuparse, o por qué tomarse la vida tan en serio?, y, tercero, ¿por qué aceptar la muerte? Hace cien años, la tercera pregunta se resolvía rápidamente de un modo similar a como se había hecho siempre: “No hay otra opción”, se decía; ¿y ahora? ¿Sigue siendo así? Bueno, vamos con las dos primeras.

(Y continuará. Lo siento de nuevo.)


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