Por Ileana Medina Hernández
"Biológicamente somos seres adictos al amor" H. Maturana
La vida es mucho más sencilla de lo que imaginamos: amor, placer, felicidad por un lado (cuando lo sentimos, se activan hormonas como la oxitocina y opiáceos del placer, las endorfinas); dolor, miedo, sufrimiento, odio, violencia, por el otro (se activan la adrenalina, la hormona de la huida; y el cortisol, las hormonas del estrés).
Nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso-emocional se configuran principalmente a partir de unas o de otras: a partir del amor y el placer (o del miedo y el displacer) que sintamos en los primeros momentos, meses y años de vida, en la vida prenatal y en los primeros años, cuando el cerebro se está conformando.
La represión del amor y el placer (y por tanto un diseño de nuestra red neuronal para la lucha, un cerebro empapado en hormonas del estrés) se transmite inconscientemente de generación en generación a través de una crianza autoritaria, desapegada, fría, adultocéntrica y muchas veces violenta.
Luego, para "reprogramar" a lo largo de la vida el cerebro para la felicidad, hay que hacer un gran esfuerzo, pero no es imposible. El cerebro es plástico.
Placer, displacer. Así de simple.
Somos seres adictos al amor, o sea, al placer. A los subidones de oxitocina y de los neurotransmisores del placer. Todas las adicciones son sucedáneos del amor.
La Civilización se ha basado en la represión del amor, de la sexualidad y del placer desde el momento del nacimiento (o sea, en la violencia y la neurosis), y en el enaltecimiento del deber y el sacrificio, para que podamos ser esclavos del trabajo o soldados de los ejércitos.