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La vida favorece a los valientes

Publicado el 29 octubre 2013 por Elprofedice

Con este post me gustaría conseguir tres cosas. En primer lugar, descifrar el título: La vida favorece a los valientes. A continuación, revisar el concepto que Steve Jobs hizo popular en su famosa charla en la universidad de Stanford: La importancia de conectar los puntos. Y por último, homenajear a mi amigo Roger Grimsdick (derecha en la foto).

Roger y Jesús

No quisiera parecer pretencioso, pero voy utilizar mis propias vivencias, así que aprovecho para disculparme de antemano. Es algo muy valioso y no se me ocurre otra forma mejor de transmitirlo que usándome como ejemplo. Si algo he aprendido como profesor es que no hay mejor ejemplo que ser el ejemplo. Y dicho esto, también debo matizar que no me considero una persona especialmente valiente, aunque en algún momento sí lo haya sido. La cantidad de coraje en mi vida podría compararse con alguna tormenta pasajera entre grandes calmas de cobardía. Hechas estas aclaraciones, empezaré con la explicación:

Hace unos años, con el dinero que ahorré sudando tinta china (literal) trabajando como profesor suplente en infinidad de colegios e institutos de Londres, East Anglia y Norfolk, me compré un barco velero de veintinueve pies de eslora. Me gasté todo lo que tenía en el banco menos diez libras esterlinas que guardé para comer esa semana. Lo arreglé con ayuda de un amigo y cuando terminamos las reparaciones lo echamos al agua para ver si flotaba. Hubo suerte, no entró agua por ningún sitio, así que los del puerto nos adjudicaron una boya detrás de un islote en donde podríamos amarrar sin problemas. Según nos dijeron, a pesar de haber poca profundidad, la quilla se hundiría en el fango cuando la marea bajase y el barco permanecería vertical todo el tiempo.

cup

Decidimos quedarnos a dormir allí esa noche, la sensación de aventura fue enorme. Recuerdo que compramos ‘fish and chips’ en un local cercano para cenar y que la noche estaba clara y las estrellas lucían con la intensidad que sólo el mar y la montaña permiten vislumbrar de vez en cuando. No habíamos hecho casi ningún esfuerzo físico aquel día, pero la tensión había sido tan grande que caímos rendidos de inmediato. La botadura del barco nos había hecho experimentar un remolino de sensaciones, siendo el cansancio la última de ellas. Dormimos profundamente hasta las cuatro de la madrugada, cuando todo empezó a crujir y comenzaron a caerse todas las cosas que no estaban firmemente sujetas. El barco se estaba inclinando y crujía de dolor. Nos despertamos asustados y salimos a cubierta. Para nuestra sorpresa, no había agua alrededor nuestro. Lo único que la noche nos devolvía era un fango denso y oscuro. El barco siguió inclinándose hasta que no hubo más remedio que sentarse en el lado de estribor del casco.

Cuando la marea se retiró por completo, el barco dejó de moverse y quedó totalmente tumbado hacia el lado de babor. Después de unas horas de tensa espera en las que no sabíamos qué hacer, la marea comenzó a subir de nuevo, al principio muy lentamente y luego a toda velocidad. El nivel del agua ascendía rápidamente y el barco no hacía ningún amago de enderezamiento. Mas adelante, supe que muchos barcos se han hundido de esta manera (el casco hace ventosa con el barro y la marea inunda la galería del barco). Afortunadamente, justo antes de que el agua entrase en la zona de flotabilidad, escuchamos un ruido parecido al de un enorme beso de gigante e inmediatamente después el barco comenzó su camino hacia la vertical. La densidad del barro no fue lo suficientemente melosa como para absorber el casco unos minutos más. Aquel amanecer comprendí que no tenía ni idea de navegar y que debía buscar formación. En Inglaterra es legal navegar sin ninguna titulación náutica, pero yo no sabía absolutamente nada y debía hacer algo al respecto.

vistas a Hyde Park

Busqué en internet y encontré el número de la ‘Royal Yachting Association’ de Norfolk. Así fue como conocí a Roger. Cuando conseguí hablar con él, me dijo que las clases habían empezado hacía dos meses, pero que aun así accedería a verme y hablar sobre mi problema con el barco y el barro. Cuando nos vimos, me explicó que debía colocar un cabo que recorriera el casco de babor a estribor y que en el momento de mayor succión tan solo debería tirar del cabo, rompiendo así el efecto ventosa. Un truco que a pesar de su sencillez, probablemente jamás se me habría ocurrido por mi cuenta… Todavía recuerdo aquella primera charla, fue muy agradable y muy cercana. Supongo que me vio tan perdido que accedió a aceptarme en el curso a pesar de estar empezado y de que fuera el único alumno extranjero.

Unos días después, les dije a Roger y a la clase que iba a mover mi barco desde Brightlingsea (el lugar en que lo había comprado) hasta Wells-next-the-sea (el puerto más cercano a King’s Lynn, donde trabajaba y vivía). En coche tan solo hacen falta cuatro horas para completar el trayecto, pero en barco son necesarios tres días de travesía. Me pidió que no lo hiciera. Insistí. Volvió a decirme que era una locura. Volví a insistir. Entonces se enfadó. Insistí una vez más. Finalmente, decidió parar la clase y enseñarnos cómo hacer una plan de viabilidad utilizando como ejemplo mi travesía. Analizamos con minuciosidad durante días todo lo que debía tenerse en cuenta: la embarcación, las corrientes predominantes diurnas y nocturnas, la experiencia de la tripulación, los partes meteorológicos, la distancia diaria, los puertos alternativos, las zonas potencialmente peligrosas… Y, obviamente, el resultado fue ‘no viable’. Con toda la educación que fui capaz de reunir, les dije que a pesar de todo movería el barco. Llevaba mucho tiempo pensándolo y el amigo que me iba a ayudar a hacerlo había pedido quince días de vacaciones hacía mucho tiempo. Era demasiado tarde para cancelarlo. Además, no podía ser posible que no fuéramos capaces de hacer una travesía de tres días en quince días. El resto de los alumnos me retiró la palabra. A partir de ese día me convertí en el loco español, un hombre muerto.

vistas a Hyde Park1

La travesía fue un desastre absoluto. El primer día nos sorprendió una tormenta de verano. Sólo duró media hora pero tumbó el barco por completo. Fue como la noche del fango, con la diferencia de que ahora estábamos en el mar. Un frente tan negro como el betún nos sorprendió con la vela mayor puesta y el intenso viento imposibilitó que pudiéramos quitarla. Además, el viento sopló hacia tierra arrastrándonos peligrosamente hacia la costa. Afortunadamente no duró demasiado y pudimos recobrar el control. El segundo día nos metimos en una zona de dunas submarinas y encallamos varias veces. Las olas nos golpearon lateralmente y la alarma del sonar de profundidad no paró de pitar en todo el día. Gracias a que el fondo era de arena y a que nuestra velocidad no era elevada, el casco no sufrió ningún desperfecto. Y para terminar, el tercer día, cuando pensábamos que habíamos llegado a nuestro puerto de destino, nos dimos cuenta de que todavía nos quedaban treinta millas náuticas más. El GPS era nuevo y todavía no sabíamos usarlo con precisión. Pero además de estar más perdidos que una cabra en un garaje, me mareé y estuve fuera de combate unas cuantas horas… Llegamos de noche a la boya de entrada y tuvimos que esperar a que la marea inundase la barra de sedimento arenoso que daba paso al canal del puerto. Estuvimos allí hasta las dos de la madrugada. El comodoro del puerto de Wells-next-the-sea no durmió aquella noche. Salió a buscarnos hasta el límite que le permitía su pequeña embarcación, pasamos la barra y nos guió hasta nuestro punto de amarre por el serpenteante canal de entrada. Una auténtica odisea.

Llegamos derrotados pero orgullosos, lo habíamos conseguido. Me disculpé ante el comodoro y nos hicimos amigos. La desgracia también une. En el puerto me esperaba mi novia, fue precioso. Estaba tan preocupada y yo tan aliviado de haber llegado que nos dimos uno de los mejores abrazos de mi vida. Tan sólo habían sido tres días, pero parecía que hubiéramos estado varios meses en el mar. Tenía unas ganas enormes de que las clases de navegación se reanudasen para contárselo a Roger y al resto de los alumnos. Recuerdo perfectamente cómo me miraron todos cuando entré en la clase. Ninguno se atrevió a decir nada. Tenían curiosidad, pero me habían retirado la palabra. Para ellos yo era un loco español que había venido a matarse a Inglaterra. Por fin, uno se atrevió.

-‘Did you do it?’ (¿lo hiciste?).

-‘Of course I did it!’ (por supuesto que sí).

Les expliqué con todo lujo de detalles cómo había sido el viaje. Todos querían saber qué había pasado en cada momento. Muchos de ellos tenían barco desde hacía años y todavía no se habían atrevido a hacer una travesía así.

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Roger era consciente de los riesgos que había corrido, pero también intuyó algo que no es fácil de encontrar: ímpetu. Unas pocas semanas después volví a hacer otro anuncio definitivo. En veranó llevaría mi barco hasta España. El resto de los alumnos volvió a retirarme la palabra. Pensaban que estaba pidiendo a gritos una desgracia. Roger, en cambio, se puso manos a la obra. Me propuso ayudarme con una única condición: debía hacerme cargo de todos los gastos que él considerase necesarios. De no ser así, se daría la vuelta y me dejaría a mi suerte. No lo pensé ni un instante. Acepté. Y al hacerlo, empezó una de las etapas más bonitas de mi vida. Tenía muchísimas cosas que preparar y muy poco tiempo para hacerlo, así que fui a una subasta y me compré el primer coche que sacaron. Un Ford Escort que me costó solamente cuarenta libras esterlinas. Metí todos mis trastos y me mudé al barco. Roger se desplazaba a Wells-next-the-sea a menudo para darme clases particularesrevisar el barco de arriba a abajo. Lo sacamos varias veces del agua, vinieron a revisarlo varios técnicos, pasó la inspección para el seguro, cambiamos infinidad de piezas que estaban en mal estado, instalamos sistemas de seguridad… y por fin llegó el día de partir.

Roger preparó una planificación pormenorizada de la travesía hasta Francia. ‘Si llegáis hasta allí, sabréis planificar el resto vosotros solos’ -me dijo antes de partir. El libro que preparó incluía todas las variables que nos afectarían durante las fechas que habíamos escogido. Desde la coordinación con salvamento marítimo hasta las horas a las que debíamos levantarnos cada día. Todo estaba incluido. De nuevo, volvimos a experimentar todo tipo de incidencias. Ningún día es igual a otro en el mar. Navegamos durante tres meses y medio hasta que llegamos a Castro Urdiales. No voy a detallar ahora el viaje, porque necesitaría demasiado tiempo y porque no es relevante para lo que pretendo demostrar ahora. Tan solo diré que mantuve contacto telefónico casi diario con Roger. Cada vez que hablábamos me preguntaba por todos los detalles del barco. Le interesaba hasta la más mínima modificación en el comportamiento de cualquier pieza.

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Vino a Cantabria para comprobar que todo lo que le había contado por teléfono era verdad. Al verme, me saludó e inmediatamente después me preguntó:

- Where is the boat? (¿dónde está el barco?)

Quería ver con sus propios ojos que lo había conseguido. Me felicitó y después de pasar un par de días con mi familia en Castro Urdiales volvió a Inglaterra. Una vez allí, convocó a la prensa y organizó un acto público en el que hizo entrega de las titulaciones (todavía no tenía el título de Patrón). Aprovechó la ocasión para contar nuestra hazaña a la prensa y a los alumnos que habían dejado de hablarme. Recogí la acreditación con Mención de Honor. Para mí, aquello fue un auténtico premio. Cuando llegué por primera vez a Inglaterra casi no sabía hablar inglés y ahora un periódico me dedicaba una página completa explicando al detalle mi vida y mi aventura.

Pasé un año más en Inglaterra haciendo el siguiente curso de navegación y el verano siguiente navegué desde Santander hasta Gibraltar llevando conmigo a una persona sorda que no sabía navegar y recaudando fondos para dos asociaciones de personas sordas en Inglaterra (‘Norfolk Deaf Association’ y ‘West Norfolk Deaf Association’). Los alumnos que me retiraron la palabra hasta en dos ocasiones, le pidieron a Roger que me dijera que les gustaría navegar conmigo en períodos de una semana cada uno para aprender. Me equivoqué y dije que no, el orgullo a veces te juega malas pasadas.

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Fue en el segundo viaje cuando aprendí que hundir un barco es extremadamente difícil. Si el barco es bueno, es prácticamente imposible hundirlo. De ahí que la vida favorezca a los valientes. Durante los tres meses y medio que tardé en completar la travesía hasta Gibraltar probé todo tipo de cosas. Ahora ya sabía lo que hacía y le dejé los mandos a Juan José, el chico sordo que me acompañaba. No sabía navegar, nunca se había montado en un barco antes. Y no pasó nada. Si no eres un suicida, es realmente difícil hundir un buen barco. Pero la gente no lo sabe, por eso sólo los valientes se benefician. No me jugué la vida tanto como creí haberlo hecho. Era una percepción equivocada. En general, lo desconocido nos asusta. Yo viví una experiencia inolvidable, pero en realidad lo que hice no fue tan especial. El valor real fue atreverme a hacerlo.

viento en popa

Han pasado siete años de aquello. Y ahora, al echar un vistazo atrás, todo cobra sentido. Es fácil mirar por el retrovisor y conectar los puntos. Primero conoces a una persona, luego entablas una relación comercial, después comienza una amistad, más adelante descubres que tu amigo es un afamado ingeniero industrial que trabajó en el Pentágono y que fue un pionero de la tecnología aeronáutica del siglo XX, y finalmente te invita a comer en el club de vela más antiguo y exclusivo del Reino Unido, el Royal Thames Yacht Club.

Si alguien me hubiera dicho hace siete años que el miércoles pasado comería con alguien así y en un sitio tan elegante, no me lo habría creído. Es lógico, sólo somos capaces de conectar los puntos cuando miramos hacia atrás. Todavía no los vemos, pero también existen hacia adelante. O mejor dicho, están a punto de aparecer. Cualquier cosa es posible. Tan sólo debemos vivir la vida con pasión y valor. Si somos coherentes con estos principios, no hay ningún motivo para que dentro de unos años miremos atrás y no podamos conectar unos puntos que hoy ni siquiera podríamos atrevernos a soñar.

¡¡La vida esconde cosas maravillosas si reunimos el coraje para buscarlas!!


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