Vos y yo llegamos a la oficina acalorados por viajar ensardinados en el subte con demoras. Prendemos la PC y nos servimos una taza de café que tomamos (quemándonos, claro) mientras se terminan de cargar los mil mails que tenes para contestar.
Mientras tu compañero de escritorio se queja de lo malas que son las sillas y te come las galletitas que te quedaban para la tarde, escuchas los mensajes de voz, revisas la agenda y te organizas el día. Te peleas con tu jefe, con un cliente y con vos mismo. Y así, te sentas y afrontas las 9 horas que tenes por delante.
Ellos, no. A pesar de ejercer una de las profesiones más estresantes y exigentes del Universo todo llegan a su lugar de trabajo frescos cual lechugas. Llegan de pelos, maquillaje y ambos impecables. Se pasean de la mano de sus parejas y amantes omitiendo, vilmente, que ya han jugado al “todos contra todos”. (Y nadie se queja!) Llegan inmersos en “conversaciones de minita”, salpicados de los tragos que se estaban tomando al terminar el episodio anterior.
Los doctores de Grey’s Anatomy la pasan bomba.
Operan un ratito, se toman un recreo y chusmean. Complotan y se desvisten en los pasillos cada vez que tienen la oportunidad. Operan un ratito más y paran para besarse y prometerse “amor hasta que el nuevo enfermero nos separe”. Se casan y se separan. Sufren por el amor que fue, el que no fue y el que es. Por los padres que no estuvieron, los medio hermanos que se encontraron en el camino, por los engaños a cielo abierto y los trapitos al sol. Operan un poco más, se vuelven a desvestir y lloran.Mucho.
Y nosotras lloramos con ellos.
Y a nosotras no nos importa. Porque también cambiaríamos nuestras 9 horas de rutina oficinistica por un trabajo como ese. Trabajo en el que sin culpas podamos abusar del (des)amor, desvestirnos en compañía cuándo se quiera y que a nadie le importe…
