Night of the eagle (Burn, Witch, Burn!, ¡Arde, bruja, arde!)
Director: Sidney Hayers
1961
Gran Bretaña
90 min.
Fotografía: Reginald H. Wyer (b/n)
Música: William Alwyn
Montaje: Ralph Sheldon
Guión: Charles Beaumont, Richard Matheson y George Baxt según la novela de Fritz Leiber Conjure Wife (1943)
Reparto: Peter Wyngarde, Janet Blair, Margaret Johnston, Anthony Nicholls, Colin Gordon, Kathleen Byron, Reginald Beckwith, Jessica Dunning, Norman Bird, Judith Stott
En principio la idea para Night of the eagle era que apareciese en una breve recopilación de un puñado de títulos de algo así como la cara-b del horro británico en compañía de una selección de títulos que iba a incluir gozosos clásicos oscuros como Horrors of the Black Museum (1959) colorista delirio macabro de Arthur Crabtree, Circus of horrors (1960) dirigida por el propio Hayers en 1960 y otro festín de suntuosidad en miniatura guiada por al malevolencia de un genial Anton Diffring, Los diablos de la oscuridad (1965), extraño título vampírico-ocultista firmado por Lance Comfort o El teatro de la muerte (1967) de Samuel Gallu, espectáculo tétrico con un memorable Christopher Lee como tiránico autor/director de morbosas obras teatrales. Un
puñado entre la producción rematadamente sugestiva de un cine que está, afortunadamente, siendo redescubierto en estos momentos y que representantes, en todos los sentidos de un alternativa consistente al dominante imperio Hammer y sus satélites. Pero si bien este grupo de trabajos citados admiten una limpia correspondencia (conceptual, estética, tonal,…) entre ellos más allá de un puntual momento creativo/industrial Nigh of the eagle chirriaba allí metida –Nota bene: el popular y estupendo título Burn, Witch, Burn! fue un invento de la AIP, distribuidora en América de la película a la cual, además, añadió un prólogo recitado con la pantalla aun en negro para crear la sensación de un efecto hipnótico en la concurrencia-. Nada o muy poco compartía, su enfoque sobre el fantástico y el horror era divergente desde su misma formulación estética: frente al lujurioso color, el severo blanco y negro.Lo cierto es que la cinta dirigida en 1962 por el ya mencionado Sidney Hayers pertenece a una corriente distinta, igualmente sugestiva donde podrían listarse títulos mayores como el The Hunting (1963) de Robert Wise, título fundamental del cine de “casas encantadas” o la extraña Eye of the devil (1966), una rara muestra de la sensibilidad fantastique del nada despreciable J. Lee Thompson (y con estatus de culto por contar con la participación de la llorada Sharon Tate) y que tendría su origen en la mixtura de esoterismo y cotidianeidad de la formidable Night of the Demon, incursión inglesa del gran Jaques Tourneur en 1957. Este hoy ya clásico indiscutido sentaba las bases de un enfoque del terror en clave nigromante tan seductor que era imposible no intentar su continuación. Citándome a mi mismo: “El recurrente enfrentamiento entre una mente racional y las circunstancias y poderes sobrenaturales plasmado por Tourneur de acuerdo a su estilo elíptico, atmosférico y sugestionador, todo la cual da lugar, no ya a una de las obras mayores de tan singular autor, sino a la obra maestra del cine esotérico/nigromante. A la vez irónica y fascinada, repleta de detalles extraños y poseída por una capacidad indescriptible para catalizar lo inquietante (…)”
Si en el título de Tourneur ya se imponen una serie de recurrentes claves estéticas y argumentales, en el de Hayer cristalizan desproveyendo la ficción gótica de sus formas externas más reconocibles pero manteniendo esa entraña del elemento racional violentado por la introducción de lo imposible, lo hórrido lo fantástico. Es decir por la “caotización” del orden asumido. Esta característica se expresa en el presente film de modo insuperable, abriendo el argumento a una riqueza polisémicas rematadamente seductora, mucho más compleja de lo que pueda hacer pensar su naturaleza primera de sobria cinta paranoico-esotérica al usar con maliciosa inteligencia la idea de una magia cotidiana enfocada sobre las mezquindades de clase.
Así la prosaica Inglaterra contemporánea de los primeros 60 está surcada de ritos paganos y poderes ocultos que no son ejercidos por fantabulosos brujos o tétricas brujas, sino por apacibles mujeres en sus 40 desde agradables casas en las que se juega los viernes a las cartas o desde los despachos de exclusivos colleges. Una manifestación de lo mágico como universo presente pero solo perceptible por los iniciados; algo insuperablemente expresado por el guionista de comics Neil Gaiman a través de John Constatine en Los libros de la magia, cuando este dice que “La magia es como bajarte de la acera. Todo sigue pareciendo igual pero en cualquier momento puede atropellarte un coche“.Pero aunque el peso femenino sea obvio, la rivalidad se desarrolla entre dos hechiceras, no es menos el poderoso cuestionamiento de la masculinidad que se propone, con el acierto de contar con el atractivo erótico de Peter Wyngarde en lugar del previsto Jon Finch, como magnético profesor que ve sacudida su comodidad profesional, hogareña y, claro está sexual, ante el descubrimiento de que su esposa está absorbida por rituales vudú, por antiguos paganismos y por amarres místicos de los cuales depende su estabilidad presente. Este hombre
triunfador y descreído llegará a quebrarse al dudar si lo que ha conseguido ha sido realmente por sus méritos o por la intervención de fuerzas más allá del conocimiento, esas que él mismo ridiculiza al principio del film y las cuales tendrá que recurrir para salvar a su mujer y a si mismo.El combate que se plantea es una síntesis de envidias, frustraciones sexuales y terrores íntimos somatizados en clave de cine de género pero perfectamente hermanables con los trabajos del dúo Joseph Losey/Harold Pinter. ¿Podría pasar Night of the Eagle como una especie de variante fantastique de, por ejemplo, Accidente? Quizás demasiado.
El argumento es en realidad de una increíble colisión de talentos para lo inquietante que comprende al novelista Fritz Leiber, el cual presta la novela de base Conjure Wife -ya adaptada en 1944 en una producción Universal a cargo del olvidado Reginal LeBorg, Weird Woman de 1944 y de nuevo rodado en 1980 con miras a la televisión y bajo el título Witches’ Brew- y a un terceto de guionistas formado por el también escritor Richard Matheson y los fundamentales Charles Beaumont y George Baxt, figuras mayúsculas del horror de los 50/60 y cuya aportación ya fue brevemente tratada por aquí en la reseña sobre The city of the dead, otro maravilloso y atmosférico trabajo nigromante de1960 a cargo de John Lewelyn Moxey.El film, sobre el papel, resulta por lo tanto excelente, lleno de elementos complementarios y enriquecedores, de múltiples lecturas y su resolución en pantalla está a la altura aunque sea imposible negar que la puesta en escena de Sidney Hayers deriva por igual de la del film de Tourneur, aunque su insistente barroquismo camina en paralelo al Seth Holt de la joya Hammer el sabor del miedo o al del Jack Clayton de la estupenda ¡Suspense¡ ambas del 61 e incluso el estudioso David Pirie relaciona la película en su enjundioso El vampiro en el cine publicado en 1977 con el Vampyr. La bruja vampiro (1932) de Carl Theodor Dreyer en virtud de su ominoso empleo de la iluminación o de su aire ritualista hermético. Quizás Dreyer quedará lejos de la mente de Hayers a la hora de decidir la poderosa plástica del film, su monolítico blanco y negro y su enfático empleo del encuadre repleto de composiciones en escorzo e insistencia en la profundidad de campo que desde luego consigue imprimir la amenaza en el encuadre, apurar la tensión con garra en un espléndido tercio final progresivamente enloquecido y cerrar con bienvenida ironía un trabajo afortunadamente rescatado del olvido, que pese a su notable densidad de ideas y sugerencias tampoco desdeña el gusto por el detalle pulp como esa memorable villana interpretada por Margaret Johnstone, cuyo tortuoso interior está reflejado en un físico igualmente retorcido.