Revista Arte
Existe el retrato en el Arte. Definamos el término. Es copiar, dibujando o fotografiando, una imagen determinada. Copiar una imagen de algo que está ahí, dejándose ver. Siendo consciente el objeto mismo de la imagen del artífice que estará ahora, en ese mismo momento -como un fotógrafo o un pintor avezado- llevando a cabo el proceso artístico. Pero en el Arte, a veces, esto no sucederá. No sucederá, por ejemplo, cuando el objeto no existe en sí, cuando solo es una recreación mental del propio artífice, en este caso del pintor o creador artístico. Y, entonces, ¿qué lo procurará? ¿Qué cosa llevará, verdaderamente, a motivar al artífice a realizarlo? El deseo.
En la mitología antigua fue llevado eso, el deseo, a su más elaborado proceso creativo. Porque, entonces, el deseo se representó en la figura más paradigmática de todos los posibles personajes que aquella mitología pudiera manejar: el dios supremo del Olimpo griego, Zeus. En él se reflejó entonces las más de las veces, cuando no la única, el deseo más desaforado, el más inevitable, el más trágico, el más humano... Tanto desearía ese dios satisfacer sus deseos eróticos que la literatura posterior grecorromana, la basada en su mitología, llevaría a contar múltiples leyendas de sus fantásticas maquinaciones poderosas, por ejemplo, para acercarse ahora -y consumar así el deseo- a las bellas ninfas, nereidas o diosas. Una leyenda cuenta la historia de la muy hermosa y joven Calisto. Pertenecía ella al cortejo de Artemisa, la diosa hermana de Apolo. Para seducir a sus objetos de deseo, el gran dios griego se transformaba en otros seres. De nuevo la transformación, la única cosa que, realmente, nos procurará conseguir nuestros deseos...
Zeus tomará la apariencia del hermano de la diosa Artemisa, Apolo, y entonces Calisto no rehusará acompañarle. Apolo y Artemisa eran gemelos, se parecían mucho, y aquella no distinguiría ahora detalles... Así consumaría Zeus su deseo, y Calisto acabaría encinta del dios. Pero, Artemisa no perdonaba traiciones sagradas. La expulsó de su cortejo y la transformaría en una osa. Sin embargo, la historia del Arte se aprovechó de su leyenda para hacer distintas versiones de aquella afrenta. A veces, claramente representada en una obra; otras, con el misterio que el Arte sabe hacer de sus historias. El extraordinario pintor del Renacimiento que fue Giovanni de Niccoló Luteri, más conocido como Dosso Dossi (1490-1542), llevaría el misterio a su Arte renacentista más inspirador. Una vez compuso una Escena Mitológica alrededor de 1524. Así es denominada la obra -de gran calidad y resolución su imagen en internet- en la galería donde se encuentra, el Museo Paul Getty de Los Ángeles (California).
Pero esta obra de Arte renacentista es todo un misterio. Porque es una alegoría en su sentido más exacto. Es decir, es la representación de una cosa que significa otra diferente, otra cosa que no se verá en lo representado claramente. Es una alegoría más que una escena. Sin embargo, no hay sentido en muchas de las cosas que aquí se representan como para entender siquiera qué alegoría habrá ahí para titular así la obra. Por eso sigue siendo, hoy por hoy, un misterio esta, por otro lado, maravillosa representación pictórica. Primeramente, de hallar algún calificativo a una alegoría, ésta debería llamarse alegoría renacentista, porque es ahora aquí el Renacimiento más espléndido, el más significativo, el más colorido -gracias incluso a su extraordinaria conservación-, el mejor compositivo de una idea tan renacentista de la vida. Otro calificativo podría ser el del amor o el del deseo, es decir, una Alegoría del deseo o del amor.
Porque no es la Belleza aquí, que existe, lo que estará ahí solamente reflejado. Sin embargo, como en todas las bellezas renacentistas, ahora sin un objeto consciente de ser retratado... Porque, además, hay otros personajes que interactúan ahí con esa belleza, y esto lo hace también diferente. Pero, ¿quiénes son? ¿Qué hacen? ¿La desean, desean a esa belleza? En otras escenas de parecido contraste, esos personajes que rodean a la belleza renacentista -o a cualquier otra- sí la desearán claramente. Aquí no. Ni siquiera el dios Pan, el ser mitad hombre-mitad bestia con su flauta, está ahí ahora para desearla. Este dios griego está asociado a la fertilidad bestial, tal vez por eso ahora está él ahí... Están aquí también dos personajes más, femeninos ambos. Uno benefactor para la belleza, protector más bien, que con sus manos mostrará ese gesto reconocido de grandeza. El otro es aquí un misterio indescifrable..., aunque parezca ser aquí la diosa Artemisa, gemela del Apolo intercambiable. Arriba, a la izquierda, los alados diosecillos del amor señalarán, sin dudarlo, el sentido más erótico de esta escena mitológica.
Luego estará la belleza. ¿Quién es ella? ¿Venus, Calisto, una ninfa mitológica cualquiera...? El objeto de deseo, más bien. El sentido de todo eso. Tanto el amor -Eros-, como la divinidad más elogiosa -Artemisa-, como las virtudes más humanas -la vieja protectora-, o como el anhelo más terrenal y brutal -Pan-, estarán ahí para justificarla; para justificarse ellos, también. Todo por ella, todo por la belleza más deseosa, la más perfecta, la más indefensa... Cuatro años más tarde, el mismo pintor compone su obra Diana y Calisto. Diana es la Artemisa romana. Aquí, el título de la obra despejará ya toda elucubración interpretativa. Aquí es la ninfa Calisto, la hermosa joven despreciada por Artemisa -Diana-, y representada aquí también desnuda y dormida. Diana señala hacia arriba, hacia donde Zeus morará, ahora como el claro responsable de esa fertilidad furtiva. Al fondo veremos la misma o parecida silueta de una ciudad en la ladera, esa que pinta el autor en ambas obras. Rasgos similares que nos llevarán a pensar en la misma leyenda, aunque la obra de antes no mencione para nada a Calisto ni a Diana.
Pero, la imagen del deseo es el sentido aquí desarrollado en esta entrada. La idea del deseo, que, como todos los deseos, no es nunca retratado... Es decir, no es representado con la anuencia del objeto retratado. Siempre es recreado por la mente furtiva del autor. Entonces puede él pintar lo que quiere, no lo que está ahí sino lo que no está ante él ahora siendo, sólo lo que imaginará que es, lo que puede distorsionar ahora con el misterio, con el deseo o con el gesto. El Realismo, en el Arte, es el contrapunto del Renacimiento, un contrapunto que en ambos estará, casi siempre, llevado por la sorpresa de lo representado. Ahora como un hecho vergonzoso o como un acto cifrado, o como un alarde cuyo realismo no estará tanto en cómo lo hacen los personajes cuanto en lo que ellos son verdaderamente, lo que representarán. El pintor frances Évariste Vital Luminais (1821-1896) llevaría su academicismo perfecto para representar a veces realidades de la vida y de la historia. En su obra El rapto veremos una escena de deseo también. Aquí se representa ese gesto poderoso del atropello violento para poseer al objeto del deseo. La obra es realista y confusa. ¿Cómo es posible atrapar un cuerpo ahora desde el lado opuesto al brazo que el raptor utilizará para llevarla? Es imposible, o tuvo la ayuda de alguien o ella se dejaría montar.
Pero, aquí es ahora la belleza -como antes- de la escena lo que primará. El academicismo comprendía equilibrio y proporción. El cruce de las dos figuras desnudas sobre la montura llevará a la obra a su mejor composición. Pocos años antes, el pintor argentino Ernesto Sívori (1847-1918), otro pintor realista, nos propuso una muy impactante escena desnuda y solitaria en este caso. Porque ahora pasaremos a un único personaje desde el grupo inicial de cuatro o tres de antes hasta los dos anteriores de Luminais. Aquí veremos a una mujer descuidada, mirada ahora desde la menor sensación de un retrato, levantándose desnuda al despertar en su dormitorio. Desnuda y con las formas tan diferentes a aquella ninfa mitológica renacentista. No es ahora la belleza, solo el deseo. La vida y las ideaciones del deseo habían cambiado desde el siglo XVI al XIX. Ahora no se necesitará a nadie más para exacerbar el deseo, solo al único objeto del mismo. Además no se necesitará tampoco mostrar ya una belleza tan ideal, tan perfecta, solo aquí la realidad de una solitaria escena sorprendida -para nosotros, no para ella-, esa misma escena sugestiva -no retratada- para representar así, con ella, el deseo más expresado y poderoso, el más confuso, o el más misterioso.
(Fragmento de la obra Escena Mitológica, del pintor Dosso Dossi, 1524, Museo Paul Getty, EEUU; Detalle del mismo cuadro; Óleo Escena Mitológica, 1524, Dosso Dossi, Museo Paul Getty; Lienzo Diana y Calisto, 1528, del pintor renacentista Dosso Dossi, Galería Borghese, Roma; Cuadro del pintor Évariste Vital Luminais, 1890, El rapto, Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires; Lienzo del pintor argentino Ernesto Sívori, El despertar de la criada, 1887, Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.)
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