Revista Opinión

La vitalidad de la extrema derecha en España

Publicado el 07 marzo 2016 por Vigilis @vigilis
La explicación más frecuente a por qué es irrelevante la extrema derecha en España apunta a los cuarenta años de dictadura del general Franco y la no participación —oficial— de España en la guerra. Los más modernos señalan otra razón que tiene que ver con nuestro no universal estado del bienestar: en España el inmigrante no está especialmente protegido por el estado y por lo tanto no existe una importante reclamación del nacional por proteger sus derechos amenazados.
Mi hipótesis es algo más agreste y menos refinada que las que salen de despachos universitarios con aroma a marihuana: en España no tiene relevancia la extrema derecha porque no llamamos extrema derecha a la extrema derecha.

La vitalidad de la extrema derecha en España

Se habla poco de lo que pasa entre 1918 y 1939 en Europa oriental.

Durante la posguerra, mientras crecía en occidente la clase media, la modernización industrial y se ampliaba la base de libertades civiles, en Europa la tercera vía era no más que una curiosidad nostálgica. El mundo se dividía entre la democracia liberal y la tiranía comunista y luego había particularidades extravagantes como los regímenes populistas de Hispanoamérica y Oriente Medio, la cosa que tienen en Japón y experimentos mixtos que no nos importan.
Cuando los buenos derribaron el monstruoso muro de Berlín, empezaron a aparecer un montón de países y necesitamos actualizar los mapas de entreguerras. Estos nuevos países, sobre todo en Europa oriental, comenzaron a coquetear con el sabor de la libertad. Es un proceso que recuerda un poco a cuando la dictadura franquista daba sus últimos coletazos y los jóvenes españoles se empiezan a drogar salvajemente. Exprimir la libertad como si no hubiera mañana o como si la libertad no tuviera costes.

La vitalidad de la extrema derecha en España

El deporte favorito de los europeos del siglo XX es redibujar fronteras y mover ingentes cantidades de población.

Pese a la derrota del comunismo, el proyecto americano para frenarlo no se detuvo sino que adquirió vida propia. El mercado común se fue transformando paulatinamente en una colaboración cada vez más intrincada de países asociados y a partir de la década de 1990 se empezó a permitir la famosa libre circulación de personas. Mientras la Comunidad Europea ampliaba sus fronteras a lo que había sido la Liga Hanseática y las posesiones de los Habsburgo, no había demasiado problema: los alcoholizados y machistas del norte de Europa podían desfogarse en las playas del sur y como contrapartida en el sur empezamos a ver carreteras como Dios manda. La cosa empieza a torcerse a inicios del nuevo siglo: el club europeo se amplía al este y comprobamos resultados desiguales.
Mientras en los territorios de la parte austríaca del Imperio Austrohúngaro la incorporación a los tiempos y modos occidentales se produce de forma razonable, los países más orientales, todavía empeñados en coquetear con el anarquismo post-soviético de oligarquía vodkiana y películas de Hollywood, revelan extremas dificultades para adaptarse al nuevo mundo. La consecuencia directa de esto es un trasiego de población hacia la zona central de Europa. Los principales países receptores de esta nueva población cuentan con funcionales estados del bienestar que pasan a proteger a los nuevos ciudadanos pobres de forma más o menos razonable. Los viejos ciudadanos pobres, que no dijeron nada durante la transformación a la economía postindustrial (economía de servicios, tecnológica, de alta demanda formativa, etc.) pasan a tener la mosca detrás de la oreja. Cualquier charatán es capaz de identificar ahí un espacio provechoso y el resto de la historia ya la conocemos: varios países mimebros de la UE cuentan con partidos de extrema derecha en sus gobiernos.

La vitalidad de la extrema derecha en España

La movida está en Braga.

En España este proceso de incorporación de ciudadanos del este no es tan aplastante como en nuestros vecinos. España cuenta con otro mix de inmigración que aumenta la proporción de moros y de parientes lejanos que vienen de ultramar. Si miramos las estadísticas la población inmigrante no se reparte de forma homogénea por el territorio, siendo las ubicaciones predilectas la costa mediterránea y Coruscant. Por lo tanto, un discurso anti-inmigración para toda España sonaría a chino mandarín en más de la mitad del país*. Es evidente que los rescoldos emocionales de la dictadura franquista también pesan: los nostálgicos y neonostálgicos del franquismo son los primeros en impedir que emerja un partido de extrema derecha. No hay forma de casar al Partido de la Libertad austríaco o a Vlaams Belang con gente que se disfraza de falangista como si viviera en una eterna convención de cosplayers (se me ocurre que a los que se disfrazan de azul el 20N se les puede catalogar correctamente de travestidos).
Sin embargo, en nuestro bello país contamos con otras particularidades. No participamos del trasiego transfronterizo de personas pero sí se nos da de miedo levantar fronteras internas. Visto con perspectiva es algo muy paradójico: parece como si tuviéramos la necesidad de deshacer un proceso histórico de homogeneización que en otros países matarían por disfrutar.
Estoy de acuerdo en que el proceso nacionalizador del siglo XIX español no adquiere las cotas de Francia o Alemania, pero también es verdad que la materia prima de la que se partía era diferente. Si España no culmina su nacionalización es en parte porque el país ya era profundamente homogéneo. La historia de la religión y la lengua en España va encarrilada desde tiempos premodernos. No creo que me equivoque si digo que en nuestro país en los albores del XIX mucha más gente entendía el español que el francés en Francia o el toscano en Italia. (Por cierto, esta es otra de esas historias que no aparecerán en los libros de texto para niños de tu comunidad autónoma, libros escolares donde encontramos temas chispeantes como "los romanos en Extremadura" o "la penicilina se inventó en Barcelona").
Con una población nacional homogénea e inmigrantes fácilmente identificables por la falta de mestizaje y la creación de guetos, de forma artificial los charlatanes inventan y aplican aquí las bases discursivas de la extrema derecha que triunfa en la Europa ultramontana. En lugar de gitanos rumanos o refugiados sirios, nuestros bocazas se excitan sexualmente hablando de los mesetarios o de los godos (siempre me hizo particular gracia el nacionalismo de ese apéndice castellano que llamamos Canarias).

La vitalidad de la extrema derecha en España

Yep.

He ahí el misterio del asunto. Si a multitud de partiditos y asociaciones les quitamos el componente racista se quedarían encuadrados en la aburrida política de dos bloques, donde básicamente estamos quienes defendemos las instituciones políticas como el ciudadano y el Estado y quienes defienden las instituciones colectivas como la familia, la iglesia, el sindicato o la clase social. Es la idea de institución "natural" la prueba del nueve para nuestra extrema derecha: la nación natural, la lengua natural, la frase "¿cas dicho de mi aldea?",... estas cosas que excitan tanto a gente con problemas de erección que todavía no ha probado ese gel de placer que es el dejar de catalogar a la gente como si fueran vacas.
Cómo me alegra terminar sin dar nombres. El toque elegante. Que se sienta aludido quien quiera.
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*Os daréis cuenta de que para que triunfe la extrema derecha en toda España basta con que confluyan las distintas extremas derechas. El día que cuenten con un líder carismático que salga mucho por la tele soltando sus bravuconadas la extrema derecha tendrá días de gloria en el parlamento.

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