Lunes, 3 de septiembre. A partir de hoy (el sábado fue solo un precalentamiento) muchos vamos a empezar a vivir por encima de nuestras posibilidades, ese pecado por el que cumplimos penitencia y tras el que ha caído un castigo divino que ya dura demasiado en el tiempo y en la intensidad. Pues después de tanta recriminación y reprimenda, ahora sí. Bastará con darse el lujo de ir a la peluquería porque has quedado para ir al cine por la noche. O comprar unas bambas nuevas a tu hijo para el nuevo curso escolar, además de libretas, compás, regla, lápices, bolígrafos, rotuladores… y, por supuesto, una fiambrera y una resistente mochila que aguante la rabia.
Ilustración: Abel Fernández
Cuando era niña, me embelesaba durante las primeras semanas de septiembre aquel olor a nuevo de los libros de texto. Empezaba a leerlos por el final e iba pasando las hojas hacia atrás, imaginando todas las cosas nuevas que iba a aprender en los meses siguientes. Me gustaba ir a la papelería (un ritual que me resultaba hipnótico) a comprar los forros que mejor se ceñían a cada esquina. Los dueños, que ya entonces me parecían unos ancianos entrañables, siguen viviendo encima de la que fuera aquella pequeña fábrica de sueños, convertida ahora en trastero de vida. El marido dejaba siempre la labor de forrar los libros a su mujer, quien con sumo cuidado ceñía esa segunda piel que preservaría al libro del infortunio de haber caído en manos de una niña ávida de saber. Y todo estaba allí. Abrirlos y olerlos, tocar sus hojas tersas, pasar la mano por la tinta y las imágenes nítidas, poner el dedo índice en las esquinas, todavía blancas, y sentir el pinchazo.
Este año, muchos niños no van a tener libros nuevos. Muchos libros este año no tendrán su merecida jubilación y deberán continuar un año más, alargando su vida laboral quizás hasta los tres años, lo que en un libro escolar representa alcanzar unos 80 años de los humanos, con todos los achaques y pérdidas de capacidad cognitiva que implica. También habrá menos profesores que velen y se desvelen por ellos. Estarán más solos que nunca. La realidad golpea duro a estos niños de hoy, que serán los ciudadanos de mañana y, sin quererlo, aprenderán realidad fuera de los libros y serán niños de su tiempo, en el que apenas nada es lo que parece. Dentro de unos años, no podrán decir que no estaban avisados ni que la realidad les ha impedido mantener la honestidad y la decencia.