Por Urbana Luna
Avanzo por un laberinto vegetal. No soy la única, se oyen otros pasos, pero la elevada altura de los parterres me impide toda visión. Detrás de cada esquina siempre veo la misma fuentecilla coronada por el mismo angelote. Es evidente que camino en círculos concéntricos, estoy desorientada. Intento hacerme un plano mental del recinto, pero el canto de los insectos nocturnos y el miedo me lo impide. El miedo viene provocado por la simetría de los arcos, las hileras interminables de boj, el diseño esférico, que se repite obsesivamente en todos los arbustos. Inspiro el aroma de los setos, recuerda a la pimienta recién molida. Confío en que la gran avenida en la que me encuentro conducirá a la salida, por lo que echo a correr en dirección al punto de fuga sin hacer caso de las voces que me llaman. Al fin puedo llegar hasta los pies de mi cama. Allí dejo caer sobre la alfombra el vestido, las enaguas y el polisón. Sacudo las hojas que quedaron prendidas en mi pelo y me encojo entre las sábanas, todavía temblando. Pronto sonará el despertador. * * * * * * * *