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Ladridos y mordiscos: Semilla de maldad, el cine ejemplar de Richard Brooks para Cinearchivo

Publicado el 20 marzo 2012 por Esbilla

Comienza este mes en Cinearchivo una retrospectiva en dos partes sobre el guionista y director Richard Brooks, uno de esos hombres de la violencia del cine norteamericano de los 50 que extendió su implacable mirada sobre la sociedad USA de tres décadas. Este capítulo abarca parte de su producción entre 1952, Deadline USA y 1958 con la adaptación de La gata sobre el tejado de zinc. Mi aportación se centra en el film-canon Semilla de maldad.

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Ladridos y mordiscos: Semilla de maldad, el cine ejemplar de Richard Brooks para Cinearchivo
*Si las novelas de los chicos del Distrito 87 son el molde documental del police procedural realista bien puede decirse que The Blakboard Jungle —Semilla de maldadpara su estreno español— es el formón de algo que podrimos bautizar como school procedural. Tras ambas está el mismo escritor; Ed McBain para las primeras, Evan Hunter para la segunda, Salvatore Albert Lombino de nacimiento. Editada en 1954, fue adaptada de manera fulgurante por un Richard Brooks con el olfato agudo para los temas fuertes y las temáticas sociales. El resultado es un film de terror, no de terror genérico, sino de terror de clase, de terror social.
La peripecia es muy básica y ha sido repetida tantas veces que vista hoy esta primera vez reverbera con multitud de ecos desde presupuestos fascistoides como El rector (Christopher Cain, 1987) o delirantes como, El sustituto (Robert Mandel, 1997) hasta bienintencionados como la cuasi secuela-variación británica Rebelión en las aulas  (James Clavell, 1967) —con Sidney Poitier cambiando alumno a profesor—, Up the Down Staircase (Robert Mulligan, 1967) o su puesta al día Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995) pasando por manifiestos amarillistas italianos del tipo I ragazzi del masacro (Fernando di Leo, 1969) sobre una novela de Giorgio Scerbanenco protagonizada por su recurrente policía humanista Duca Lamberti. Un profesos idealista colisiona con al realidad de un sistema escolar entregado y con unos alumnos al borde mismo y directamente dentro de la delincuencia juvenil y la psicopatía. Carencia de medios, desánimo, frustración, sordidez… Todo refleja dos mundos que hablan idiomas distintos, que se temen y detestan por igual y entre los cuales el héroe, abnegado, sacrificial, intentará construir algún puente perdurable incluso a costa de exponer su propia salud mental y física.
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Semilla de maldad
 no solo se basa en el libro de Hunter, se basa también en sus propias experiencias directas como profesor de un instituto en el Bronx. Como en un momento del film dice el protagonista; un desafío. En su momento también un escándalo, con dificultad para estrenarse en multitud de países, algaradas en cines británicos y norteamericanos y con el propio gobierno USA poniendo trabas a su exportación a cuenta de la cruenta imagen que de su juventud y sistema educativo se daba. El comienzo con Bill Haley y sus Comets tocando a toda pastilla Rock around the clock, era la primera vez que sonaba rock ‘n’ roll, esa música del demonio, en una producción de estudio, llevaba al paroxismo a los jóvenes espectadores y llenaba de miedos a los adultos. Hay una violenta secuencia en la película donde esta Brooks expresa este enfrentamiento, esta fractura más bien, generacional mediante, precisamente, el empleo muy inteligente de la música: el profesor de matemáticas al cual encarna el excelente Richard Kiley es un fanático del jazz. Para exponer sus teorías sobre la materia y como esta se relaciona con la música
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lleva su preciada colección de discos a clase con el resultado de que sus alumnos primero se burlan de aquel sonido, lo que equivale a burlarse de él mismo como individuo, y después los destruyen, metáfora explícita de su propio derrumbe.
El problema de la película  s un problema en cierto modo recurrente en Brooks, al menos en Brooks hasta bien entrados los 60,  recurrente en el cine norteamericano comprometido, fuerte, de la época y recurrente en algunos contemporáneos suyos que compartían postura ideológica: el subrayado. Una obviedad psicologista que es puro énfasis. Quizás la secuencia más dolorosa, por nefasta, sea aquella en la cual Glenn Ford visita una ejemplar institución académica después de que sus propios alumnos le hayan marcado al cara indeleblemente tras una encerrona callejera. Tan sonrojante que ni el propio realizador se la cree. Así de mal interpretada y pobremente planificada está.
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   De igual modo hay un exceso de todo, hay demasiados elementos, se quieren tocar demasiado palos. Tenemos a unos veteranos de guerra a los cuales les cuesta reintegrarse en la sociedad, tenemos acoso sexual, tenemos conflictividad racial, unos prejuicios estos de los cuales ni siquiera el propio héroe escapa, y que son otro subrayado instrumental más dentro del continuo demostrar que es el film. Brooks necesita aleccionar y busca ejemplos de manera constante, pero a la vez hay una serie de puntos negros, superficies viscosas, que apuntan a la demagogia, incluso al aprovechamiento comercial, reprobable de un clima de paranoia antijuvenil. El mismo título con su alusión a la jungla, y los diálogos en los cuales se habla de fieras, y de domar en lugar de enseñar colocan el listón de lo agresivo. A excepción del personaje encarnado por Sidney Poitier, en principio ambivalente, pronto revelado como un muchacho lúcido y pesimista, aliado del profesor ya que ve en su empeño la posibilidad de cambiar algo (lo mismo ocurre con el cínico profesor de historia al cual de vida Louis Calhern, el cual es incapaz de
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entender a sus alumnos porque los odia), el resto de alumnos se dividen en los malos y los peores;  gregarios los primeros, criminales los segundos. Entre éstos un implosivo Vic Morrow, de maneras marlonbrandescas, erigido como némesis de Glenn Ford y contrapunto perfecto para la neurosis interpretativa de este, más tenso aquí que casi nunca.
Pero con todas estas pegas, con su exceso de discurso y demostración, con su insistencia en lo sórdido, la película funciona. Lo hace por el nervio que la atraviesa. Por un lado está magníficamente rodada (excepción de la secuencia ya señalada), consiguiendo mediante al puesta en escena y el encuadre, a veces crispado, a veces naturalista, transmitir el exacto clima de amenaza que el Ford somatiza en su cuerpo. Por otra está muy bien narrada; pronto se acoge a una estructura de thriller, con un suspense entorno a la esposa del héroe que vertebra toda la segunda mitad hasta desembocar en un clímax emocionante y violento, algo afeado por la obviedad del simbolismo usado, pero igualmente vibrante.•

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