Ladrillo sobre ladrillo

El lobo no deja de soplar desde anoche. Sopla y sopla con el malsano objetivo de dejar esta casita hecha trizas. Pensábamos que estaríamos a salvo con la novedad que supusieron, hace décadas, las nuevas técnicas constructivas basadas en el ladrillo sobre ladrillo y el mortero para unirlos (y desde entonces no se ha innovado en nada sustancial). El edificio sólo hacía que crecer, subir y subir, y con él, nosotros escalábamos más pisos, cada vez más alto. Hasta que llegó el tsunami financiero y arrasó lo que parecía eterno dejando un paisaje desolado, desolador. Los consumidores, las hormigas que habían construido el bosque de cemento quedaron empobrecidos y empezaron a ser un gasto en lugar de la fuente de ingresos sin fin que eran antes de que se derrumbara la casa de ladrillo. Ahora, apenas sin presupuesto para despejar las vías y recoger los escombros, sólo pensamos en volver a levantar nuestra casita devastada, ladrillo sobre ladrillo otra vez, ya sin ventanas, para evitar que entren aires nuevos y nos desordenen el chiringuito. Sólo unos pequeños miradores enfocados al único sendero que nos dicen que es transitable: seguir construyendo con técnicas obsoletas, huir hacia delante, jugar cada nuevo día al viejo juego del gato y el ratón con la depresión que a veces nos encuentra y nos hace perder la partida. Y vuelta a empezar. Ladrillos en las playas, en la tierra que un día fue bosque. “El ladrillo os hará libres en la casa sin ventanas, a buen resguardo, mientras escucháis el viento atronando afuera, arrancando los cimientos y partiendo los árboles enfermos”.