Revista Opinión
Hay mensajes que marcan. Hoy, aquí en esta situación de stand-by en la que me encuentro a la espera de que me abandonen mis amigas diplopia y ptosis, me acaban de llegar unas líneas vía gmail que me han emocionado.
Uno de mis chavales, -por aquello de la protección de datos solo diré que se llama Miguel- me cuenta cómo les va en clase y me halaga en mi ego de viejo maestro con palabras que llegan a lo más hondo. Pero no es de eso de lo que quiero hablar. También yo les echo de menos y veo pasar los días con la desesperación propia de no poder estar con ellos.
Hay una frase en su mensaje que ha provocado que una furtiva lágrima luche con la ptosis y emerja victoriosa mejilla adelante.
-“Ojala, profe, que un día encuentren una cura para tu enfermedad. A ver si puedes venir a vernos pronto”
Aquí, uno que es de lágrima fácil, como dicho queda, ve que la vista se le nubla y no precisamente por sus amigas miasténicas. El neurólogo lo dice a menudo: Esta es una enfermedad invalidante. Vaya, que te hace inválido. Que no vales, que no sirves ni para lo que más te gusta hacer: enseñar y aprender compartiendo esa intensa vida que se conjuga dentro de las paredes de un aula.
De nada me sirven las listas de actividades, deberes y ejercicios que procuro enviar, también vía email, cuando –preferiblemente por la mañana- mis capacidades están más potentes. Son un hilo conductor, una llamada de atención, un aviso a navegantes –o a mi mismo- para gritar que el pozo no es tan hondo, que aún queda un resquicio de utilidad, que no todo está perdido…
Pero, ¿dónde queda el humor con el que procuro impregnar las entradas de este particular confesionario? Parece que esta vez se ha quedado aparcado a la entrada o colgado en la percha del vestíbulo junto con el último resultado de una analítica de receptores de acetilcolina o la receta doblada del corticoide de turno.
Prometo que todo volverá a la normalidad, que sé que la sonrisa hace de linimento para las heridas internas y que ante un bache no solo hay que saltarlo; también se puede bailar sobre él con unas fantásticas botas de agua.
Gracias, Miguel, por tus palabras. Yo también espero que alguien invente esa pastilla que arregle esas historias que me pasan y no solo por eso: también para poder vernos cada mañana en el cole.
No os olvidéis del viejo profe enfermo. Han sido muchos años ¡¡desde segundo!! avanzando unidos. Ya solo os queda un pequeño escalón para saltar al siguiente piso, la secundaria. Y me gustaría que lo subiéramos juntos. Voy a hacer un esfuerzo. O mil. Tus palabras han sido un buen motor para conseguirlo.
Un besote grande, Miguel.
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