El devenir entero no es sino un suspiro cósmico. Nosotros somos las heridas de la naturaleza, y Dios, un Tomás incrédulo. Contrariamente a lo que suele pensarse, a pesar de la temible y casi procaz contundencia de sus sentencias, de la oscuridad de algunos de sus fragmentos y de su clarividencia a la hora de escrutar los vastos y temibles abismos humanos, Emil Cioran no abogó nunca por despedirse prematuramente de la vida, por ahogarse en los más tristes y onerosos cienos de la existencia: más bien luchó por asumir nuestra condición de seres en el límite, de seres en la medianía (que pueden serlo todo y ser también nada), una condición tan potencialmente encomiable como despreciable, y aceptar que la vida es un constante e inevitable juego de extremos en el que el punto medio raramente se da.Se publica en español una de sus obras cumbre, a pesar de no ser de las más conocidas, aparecida por vez primera en 1937: Lágrimas y santos. Un texto por el que rápidamente la madre del filósofo se vio muy afectada, pidiendo explicaciones a su hijo y sugiriéndole que habría sido mejor que no lo hubiera dado a imprenta hasta que los miembros de su familia hubieran muerto (su padre fue sacerdote ortodoxo). Y es que en este libro Cioran iguala, si no supera, con sus infinitas armas intelectuales y literarias, la fuerza de un Nietzsche, el ingenio de un Montaigne, la hondura de un Baudelaire o la ironía de un Schopenhauer.
Si no has aspirado a la divinidad, no sabes lo que es el límite supremo del fracaso. En la lucha contra Dios se reclutan los fracasados clásicos, y esta derrota define al hombre en general como un fracasado. Es una cuestión de destino, y no de carrera. Uno se cree fracasado porque no logró ser alcalde; otro, abogado, etc… Éstos se hallan, de hecho, en el límite inferior del fracaso, pues han caído en la lucha contra los hombres, y no en la lucha contra Dios.Lágrimas y santos es un terremoto emocional, una ola gigantesca en la que los argumentos no son lo más relevante. Lo que está en juego son los movimientos anímicos del escritor y del lector: la verdad interior. Cioran, es sabido, vivió en perpetua crisis religiosa. Un aspecto que lo hermana con Unamuno. No arremete contra los santos, tampoco contra Dios, sino que se pregunta, a través de inolvidables aforismos y de uno modo que recuerda mucho a Dostoievski (a quien cita profusamente), si nos es dada la posibilidad de transitar el sinuoso camino humano sin referencia a la divinidad, o más propiamente: si somos capaces de atrevernos a ello.
Llega un momento en la vida en que todo lo sitúas en relación a Dios. El resto es demasiado poco. Sin embargo, a veces te asalta el temor de que Dios pudiera haber perdido su actualidad, y entonces toda referencia a él te parece inútil. La provisionalidad del principio último –absurdo en cuanto idea, pero presente en la conciencia– te infunde una inquietud extraña. ¿Será Dios una simple moda del alma, una pasión pasajera de al historia?Cioran considera la santidad, si bien no a los santos, como una enfermedad anímica y social creada por la religión. Las instituciones religiosas predican la santidad como si de un antídoto contra lo mundano se tratara, como si el ser humano debiera huir de su cuerpo, de su carnalidad, y refugiarse bajo un apelativo que en apariencia pudiera salvarlo definitivamente. Pero la santidad sólo tiene una preocupación, aduce Cioran: “combatir la enfermedad mediante la enfermedad”. Concluye esta idea páginas más adelante:
Se dice que los cadáveres de los santos no huelen… Una prueba más de su inadhesión a este mundo. Las santas incluso exhalan perfumes. Hay en el aire fragancias que quedan en el cerebro y nos transponen como una agonía de santa. ¡Ah, cuántas veces habré cerrado sus párpados!Y la apuntala a mitad de la obra, en un fragmento que recuerda mucho al concepto de salud en Nietzsche:
Una prueba innegable de que la santidad es una enfermedad: cuanto te encuentras “bien”, la santidad te parece incomprensible y monstruosa, una invención fabulosa e inverosímil. La salud es la mejor arma contra la religión. En mens sana y en corpore sano nadie podrá descubrir la más mínima agitación religiosa; de auras místicas, ya ni hablemos. No se puede hacer propaganda antirreligiosa efectivamente sino con un elixir contra todas las enfermedades. […] La santidad representa los frutos últimos de la enfermedad. El cristianismo ha sabido sacar buen provecho de las plagas de la humanidad.La apelación al ejercicio del pensamiento es permanente, a la crítica edificante y constante, a aquel atreverse a ir más allá (y más acá) de las creencias, de los dogmas, de los convencionalismos sociales: “Estás sano mientras crees en la filosofía”. Importa recapacitar sobre y en este mundo, no disociarse de él, enajenarse, desarraigarse.
La creación del mundo no tiene otra explicación que el temor de Dios a la soledad. En otros términos, nuestro rol, el de las criaturas, no es otro que distraer el Creador. Pobres bufones del absoluto, olvidamos que vivimos nuestros drama por el aburrimiento de un espectador cuyos aplausos no han llegado aún al oído de ningún mortal. Tan abrumado parece Dios por el tormento de la soledad que tuvo que inventar a los santos para aliviar la carga de su aislamiento.En cualquier caso, hay que tenerlo en cuenta, en este imprescindible texto de Cioran se huele, como en ningún otro, su ambivalencia a la hora de enfrentarse al sentimiento religioso: si bien no duda en cargar contra la religión oficial e instituida, también reconoce en numerosas figuras (como en el caso de Teresa de Ávila o de Francisco de Asís) un mérito literario y espiritual incomparable. Cioran no quiere resquebrajar los cimientos de la religión; desea más bien inyectar el benéfico veneno de la duda para combatir un veneno aún más dañino: la costumbre de creer, que adocena y nos prosterna a los pies de tronos y figuras de oro.Lágrimas y santos encierra, muy probablemente, la mejor y más rotunda prosa de Cioran y gran parte del núcleo de su pensamiento. Una lectura que sana a la vez que hiere, que dialoga a la vez que nos deja mudos, que provoca a la vez que tranquiliza. Pero, sobre todo, que imprime valor.
La vida entera no es en el fondo sino una serie de obsesiones que hay que liquidar. Nos alimentamos durante algún tiempo de ellas, hasta que nos asqueamos y después ponemos todo nuestro esfuerzo en eliminarlas. El contenido de nuestra existencia es una situación continua de obsesiones, a las que nos aferramos con mayor o menor intensidad. […] El amor, la muerte, Dios o la santidad, ¿qué son sino obsesiones reversibles?