Revista En Femenino

Land Rover y ropa de marca (1a parte)

Por Expatxcojones

Land Rover y ropa de marca (1a parte)

R, que prefiere ocultar su rostro. Tánger, 2015.expatriadaxcojones.blogspot.com


Es mujer. Es marroquí. Es musulmana y es practicante. No quiere decir su nombre.
Tiene veintisiete años. Está divorciada. A su cargo, una hija de cuatro años. Ha estudiado un montón de cosas y ha trabajado en muchas otras. De madre muy creyente y padre más abierto, ha recibido una educación distinta a lo habitual.
   —Mi madre es muy religiosa. Mi padre vivió diez años en Canadá cuando era joven y eso le ha hecho tener una mentalidad más abierta. Mi hermana y yo estamos perdidas entre los dos.    —¿A qué te refieres?   —En Marruecos la gente vive por los demás, por el que dirán. En realidad, hacen lo que les da la gana y mienten lo que les da la gana. Gracias a Dios, en mi casa no ha sido así. Ellos nos han dado libertad.
El sueño de su padre siempre había sido tener una hija médico. A ella le gustaba más la ingeniera, así que hizo los exámenes de acceso a medicina incorrectamente para que no la admitieran.
   —Me supo tan mal ver a mi padre llorar… estaba tan disgustado… por eso me fui a Dakar. Para estudiar medicina. Para complacerlo. Aquí no podía porque, en Marruecos, una vez que fallas la prueba de acceso no te dan otra oportunidad.
En Dakar sólo estuvo un año. Una vez más, constató que la medicina no era lo suyo. Se acabó mudando a Barcelona para estudiar Telecomunicaciones. Se instaló en casa de su tía.      —¿Te le gustó la vida allí?   —Sí y no —me responde. —Sí me gustó por la libertad. Te pones lo que quieres. Yo llevaba minifalda, mechas rubias,… era una más. Todos mis amigos eran catalanes. Nadie sabia que yo era marroquí —se detiene, se pone seria y continúa. —No me gustó porque tuve una mala experiencia en la Universidad.   —¿Qué pasó?
Según R una de sus profesoras era muy catalana. Tanto que si en clase ella le preguntaba algo en español, la profesora no la respondía (Me lo creo. Hay catalanes muy cazurros). Suspendió su asignatura hasta en cuatro ocasiones. Siempre con la misma nota: Un cuatro coma nueve.
   —Pedí una cita para hablar con ella. No entendía nada. Estando en su despacho me preguntó: ¿Tú de dónde eres? Y yo le contesté: De Marruecos. Entonces ella vio mi móvil, un Nokia de los caros y me soltó: ¿Lo has robado en Plaza Cataluña? Casi me pongo a llorar. Pero ella no se calló y continuó: Mi asignatura no la vas a aprobar nunca.
Ese fue el motivo por el que, después de dos años, dejó los estudios y la ciudad. En esa época R no llevaba pañuelo. Cuando les contó a sus amigas el porqué dejaba la carrera, una de ellas le dijo: ¿Tú eres marroquí? ¡Yo pensaba que eras colombiana! 
Y las dos nos petamos de la risa. Ella al recordarlo. Y yo al imaginármelo.
Le pregunto por su ex marido, me interesa saber porqué se ha divorciado. Me dice que es una historia muy larga y que tiene que remontarse a mucho tiempo atrás, en la época que estaba en el colegio.
   —Yo tenía un novio. Lo quería mucho. Estuvimos cuatro años juntos. Él era un poco mayor, se fue a Francia para estudiar y allí murió.   —¿Qué pasó?   —Estaba jugando en el andén del metro con un amigo, se cayó y lo arrolló el convoy.   — Lo siento mucho.   —Lo pasé muy mal. Lo quería mucho. Teníamos planes de boda… pero la vida sigue. Unos años después conocí a otro chico. Era una copia de mi anterior novio. Tenía todo lo que a mi me gusta de un hombre. Estuvimos tres años saliendo.
Aprovecho para preguntarle sobre el tema. Siempre he sentido mucha curiosidad.
   —¿Qué hace una pareja de novios en Marruecos?   —Lo que hace todo el mundo —y se ríe.   —Pero… las relaciones sexuales están prohibidas ¿no?   —Bueno, está prohibido todo. Pero eso depende de las personas. Hay quién tiene sexo como en cualquier otra parte. Hay quien no tiene relaciones con penetración pero hace todo lo demás. O quien ni siquiera puede salir con un chico porque sus padres no le dejan. Depende de la familia y de lo religiosos que sean.
Esclarecido el tema (me queda claro que en Marruecos pasa lo que en todas partes. Los jóvenes son jóvenes, aquí y en Tombuctú) seguimos hablando de su novio.
   —¿Te casaste con él?   —No. Ya me habría gustado. Su familia no tenia dinero. Mis padres no lo aceptaban. Aquí la boda es muy importante. Las familias quieren quedar bien y, sobretodo si tus padres están bien posicionados, como es mi caso, no quieren a alguien que no esté a su nivel.    —Que pena…   —Pues sí. Mírame ahora. Divorciada. Sola. —vuelve a detenerse. Suspira y sigue hablando. —Muchos hombres se piensan que las divorciadas solo servimos para follar. Es triste. Me duele.   —Entonces ¿con quién te casaste?   —Ay… —y al decirlo entorna los ojos. —¿Con quién me casé?
R se casó con el hermano de una amiga suya a la que conocía desde la infancia. Aunque era un chico guapísimo y tenía dinero a ella nunca le había interesado.
   —No había estudiado, no había viajado… Aquí, eso a las chicas les da igual. En Marruecos y, sobretodo en Tánger, lo más importante es la pasta. A las mujeres les da igual si se va de putas, tiene amantes o lo que sea. Lo importante es conducir un Land Rover y vestir ropa de marca. Esta es la mentalidad.    —¿Y qué le viste?   —Me dijo que había estado en Bélgica, que quería montar su propio negocio y lo empecé a mirar de otro modo. Me pidió el teléfono y empezamos a salir. Recuerdo que la primera vez que quedamos yo llevaba un buen escote y me dijo: ¿No te da vergüenza salir así a la calle?
A medida que salía con él, R fue tapándose. Dejó de utilizar faldas. De enseñar piel. Pero incluso entonces, y aunque él se lo pedía, ella se negó a ponerse el pañuelo.
   —En sólo dos meses me pidió matrimonio. Cuando se lo conté a mi madre no le gustó la idea. El bebía, fumaba, salía con mujeres,… pero yo le excusaba. Es joven, su familia es muy religiosa, cuando se case cambiará, pensaba. Y como era guapo…   —Aceptaste.   —Sí. Y mi padre me lo dejó bien claro: Si algún día ves algo que no te gusta, no vengas a mi casa a llorar.
R siguió adelante con el compromiso. Firmaron los papeles de la boda. Estuvieron varias semanas de viaje. Dando vueltas. Disfrutando. La vida era guay, me dice.
   —Al cabo de un año nos casamos. Por todo lo alto. Fueron cinco días de celebración. Más de quinientos invitados. Con comida, baile, fuegos artificiales. La boda nos costó más de cincuenta mil euros.
Como es costumbre en Marruecos, los recién casados fueron a vivir a la casa de la familia del marido. Y allí empezaron los problemas.
   —Yo tenía veintidós años. No quería tener hijos hasta los treinta. Pero en la mentalidad del marroquí están prohibidos los preservativos y por eso tomaba la píldora. Su familia lo descubrió. Fue un escándalo. Mi obligación como mujer casada era tener hijos.
   —Y dejaste de tomarla.   —No. Las tomaba a escondidas… hasta que él lo descubrió. —se detiene unos segundos. —Y me pegó.   —¡Que hijo de puta!. Lo siento por el taco pero es que…   —Tranquila. Yo pienso igual. Pero entonces era joven, más tonta. Él me pidió perdón. Fuimos a cenar y yo calladita. No se lo conté a nadie.   —Y dejaste la píldora.   —No. Continué tomándola medio año más. Pero él salía con otras mujeres, me pegaba… adelgacé casi veinte kilos. Estaba fatal y, al final, pensé: Quizás con un hijo nos acerquemos más.
R se quedó embarazada. La familia de él cambió, a peor. Era como si con un hijo ya estuviera sentenciada. Atada de por vida. No podía dar marcha atrás.
   —En Marruecos la mujer sólo sirve como puta y chica de la limpieza —me dice y, por desgracia, no es la primera vez que lo escucho.   —Vaya panorama.   —Pues sí. Tuve a la cría con veintitrés años. Él continuaba con sus amantes. Seguía pegándome. Fue horroroso. Yo la rechazaba. No quería darle el pecho ni estar con ella. Me recordaba a él, la pobre… ella que no tenía nada que ver.
Por su hija intentó aguantar. Se cambiaron a un piso para ellos solos. Lejos de la familia. Parecía que la cosa iba un poco mejor. Entonces R le comunicó que quería volver a trabajar, que llevaría a la niña a la guardería. Él no estaba de acuerdo pero acabó aceptando. Fue el principio del fin.
   —Entré a trabajar en el centro de llamadas de El Corte Inglés el día uno de septiembre. El veintitrés de ese mismo mes, me llamó mi jefe y nos pusimos a hablar en español. A mi marido no le gustó nada. Se enfadó muchísimo. Me pegó delante de todo el mundo. La niña lo vio y vomitó. Fue entonces cuando pensé: ¿Qué estoy haciendo? O lo dejo o seguiré toda mi vida igual. Ese día recogí mis cosas y volví con mis padres.
Me cuenta que, al principio, a ellos les costó aceptar lo que había pasado. A pesar de la gravedad del asunto, no querían que se divorciara. Para ellos ser divorciada equivale a ser una puta, me dice.
—Yo aproveché que ellos estaban muy ocupados con el trabajo y solicité los papeles. En dos meses tenía el divorcio. Él no me pasa la pensión y apenas visita a la niña pero no me importa. Nosotras dos estamos bien. Ella es lo mejor que me ha pasado.—Crees que quizás, más adelante, ¿encontrarás a tu media naranja?—No me atrevo ni a intentarlo. Tengo miedo. Lo que he vivido ha sido horroroso.
Dejamos el tema de las relaciones y los hombres. Y empezamos a hablar de religión.
   CONTINUARÁ

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