El contexto tecnológico ha propiciado un nuevo panorama --impensable hace años-- para el cortometraje; no son sólo por las plataformas digitales de video bajo demanda disponibles y en plena fase de consolidación, sino porque el cambio de soporte y de canal ha dado como resultado un género mucho más consciente del público al que se dirige. Internautas a los que enganchar y fidelizar desde el primer minuto, espectadores con el poder de interrumpir el visionado en cualquier momento y al mínimo síntoma de aburrimiento. Es un reto que se nota en los temas, en la factura técnica, en los puntos de vista, pero sobre todo en los arranques. Cuando la competencia de estímulos audiovisuales tiende al infinito, el cortometraje ha tomado nota y se ha transformado en un género eficaz, directo al grano, obligado a impactar y/o transmitir lo necesario en los treinta primeros segundos. Pero no todo es presión mediática, también están los cambios formales: para empezar, la reducción al máximo de la duración, con los consiguientes efectos sobre la economía narrativa (rozando en ocasiones los límites de la comunicación), y uno de cuyos resultados es la preferencia por propuestas vanguardistas y experimentales; pero también en la variedad de temas y aproximaciones. El cortometraje bulle, deseoso de dar con recursos novedosos que encajen con las anécdotas mínimas que maneja. Hoy, más que nunca, el cortometraje sigue siendo la I+D de la narración audiovisual.
Aquel no era yo (2013) de Esteban Crespo, ganador del Goya al Mejor Cortometraje de Ficción de este año es un buen ejemplo de filme que irrumpe sin tapujos en un tema duro, incómodo y de posicionamiento inmediato: niños reclutados a la fuerza como soldados, embrutecidos en conflictos olvidados que duran años, abandonados a la tremendas secuelas que deja la violencia adulta. El objetivo está claro: remover conciencias y provocar reacciones; y para ello Crespo no se limita al drama directamente sobre el terreno, sino que necesita mostrar a una audiencia occidental al otro lado de la pantalla, confirmando que el mensaje ha sido recibido y ha provocado el efecto esperado. Quizá en ese empeño el desarrollo dramático sea un poco demasiado retorcido, pero quién soy yo para valorar las barbaridades que se comenten por ahi...
La paradoja actual es que el cortometraje goza de buena salud a pesar de la precariedad financiera en la que sobrevive, ya que se ruedan más cortos que nunca en casi total ausencia de soporte institucional (casi toda la labor la realizan festivales y patrocinadores privados). Aun así, hay donde escoger, y para orientarse nada mejor que el nuevo libro de Juan Antonio Moreno (que ya publicó Cine en corto en 2010), una nueva guía de títulos recientes: Miradas en corto. Un texto ideal para documentarse y contextualizar un fenómeno breve al que cabe augurar una larga cola...