Revista Coaching

Las 11 actitudes peligrosas del emprendedor

Por Juan Carlos Valda @grandespymes

Alberto Losada Gamst 02por Alberto Losada Gamst

Un repaso de ciertas actitudes equivocadas pero frecuentes en emprendedores y pequeños empresarios.

Ahora está de moda la figura del emprendedor. Da la impresión de que la mayor parte de las soluciones para salir de la crisis que ahora nos agobia pasa por promover la creación de empresas. Y en parte es así. Lo que pasa es que necesitamos una evolución cultural que haga que se valore especialmente a quien arriesga su propio capital y compromete el 100% de su tiempo en una aventura empresarial. Montarse la propia empresa debería ser una opción como cualquiera otra, alentada desde las escuelas y las familias.

Pero entendamos una cosa: no todo el mundo vale para crear y sacar adelante su empresa. Dejando a un lado las graves restricciones de crédito, hacen falta una serie de requisitos personales que no todos tienen. No obstante, el agobio del paro y el negrísimo panorama económico hace que muchas personas se vean casi obligadas a crear su propio empleo. Son los emprendedores forzosos o, desde un punto de vista más optimista, antiguos empleados que pasan a ser sus propios jefes aunque no fuera su sueño profesional.

Como en muchísimos sitios se pueden encontrar consejos técnicos para emprender, veamos una serie de actitudes que juzgamos arriesgadas a la hora de montar y desarrollar la propia empresa. Se ven con cierta frecuencia, y las principales serían:

    • Mi idea es genial. Quizá. O quizá no. Es lógico que el promotor de una idea sea el primero en creer en ella. Pero la ceguera es mala para los negocios. Nos impide ver los inconvenientes: la competencia, la dificultad en la comercialización, el desarrollo final del servicio o producto, el esquema de costes o los nichos de mercado, por ejemplo. Al final, quien decidirá sobre la genialidad de la idea será el cliente al comprar. Y su decisión es inapelable.
    • Cómo me aburren los números. Ya. Y a mí también, pero hay que hacerlos. Como siempre hay que recordar, una empresa está para ganar dinero y por tanto hay que hacer algunas matemáticas. Básicamente, cuánto me cuesta lo que hago y a qué precio me lo compran: la diferencia es el beneficio. Para llegar a esta sencilla operación hay que tener en cuenta muchos factores y elementos, todos valorados y cuantificados. Y eso significa hacer números. Las cuentas, claras.
    • Paso de hacer un plan de negocio. Consecuencia de la actitud anterior. Hacerlo no garantiza el éxito de la empresa, pero da una buena idea de cómo será el proceso. Obliga a escribir –y por tanto a revisar- los elementos importantes que conformarán toda la iniciativa. A quién venderé, cómo venderé, a qué coste, de dónde sacaré el dinero y cuánto me hará falta, cuánto me costará arrancar, de qué viviré, qué partidas de gasto tendré que atender, qué precios pondré o durante cuánto tiempo tendré pérdidas son aspectos que hay que tener previstos. No hacerse un buen plan por escrito, realista, revisado y actualizado es casi lo mismo que conducir a ciegas.
    • No entiendo de leyes. Pues espabila y aprende lo básico. Hay que decidir con información y con criterio sobre aspectos esenciales como el esquema societario y la fiscalidad que se aplicaría en cada caso. La legislación sobre locales comerciales, espacios de trabajo, sanidad o contratación laboral está para cumplirse, y ello presupone el conocerla. Cada error traerá consigo complicaciones y casi siempre una multa o, en el mejor de los casos, un retraso en la obtención de documentos de la Administración.
    • No tengo competidores. También es posible que muchos otros se hayan planteado el mismo negocio, pero vieron que no había mercado. El simple hecho de ser el primero en poner un servicio en el mercado no quiere decir necesariamente que había un montón de clientes esperando la llegada de tan revolucionaria oferta. Un aspecto importante a valorar es que quizá antes no hubiera mercado pero ahora, tiempo después, sí lo pudiera haber gracias a cambios sociales, tecnológicos, de modas o incluso legales.
    • Yo me sé apañar en todo. Puede que sea así. En tal caso, enhorabuena. Leí una vez que las personas son muy buenas en un 20% de las cosas, normalitas tirando a discretas en un 50%, e inútiles para el restante 30%. Lo que quiere decir que siempre habrá unas cosas que nos cueste menos hacer que otras. Que nos llevarán menos tiempo, y que las haremos mejor. Hacerse aconsejar y contratar el servicio especializado de un contable, diseñador web, abogado, aparejador o quien fuera necesario nos ahorrará al final tiempo y dinero. Y subidas innecesarias de tensión.
    • No me gusta vender. Pues no sigas. Emprender y ser empresario es vender. Como dicen los chinos, “si no sabes sonreír, no abras una tienda”. Aún hay cierto desdén social hacia la actividad comercial, algo realmente injusto porque es la que mueve el mundo. Llevar una empresa es precisamente estar convencido de que lo que ofrece es bueno para alguien, y por tanto gratificante el hecho de pensar que ayudo a mejorar el mundo… y mis beneficios. Pero hay que convencer a los futuros afortunados de las bondades de lo mío por encima de las de los competidores, y eso es vender. Hay que hablar con muchas personas. Escuchándolas y entendiendo sus puntos de vista para ver cómo enfocar mis esfuerzos comerciales, sin molestar a nadie y sin perder el tiempo yo.
    • Todo funciona gracias a Internet. Hay muchos éxitos gracias a Internet, pero también muchísimos más fracasos. Estar presente en la Red, participar en ella e involucrarse activamente en ese canal o mundo paralelo al físico mejora mucho las posibilidades de triunfar. Baja los costes de la promoción de un negocio. Hace posible llegar a un número antes inimaginable de potenciales clientes. Permite recoger información gratuita de infinidad de fuentes más o menos fiables: este mismo artículo vuelca la experiencia de su autor en la creación y mejora de empresas, y es gratis leerlo. Es cierto que la popularización del acceso a Internet ha supuesto un gigantesco empujón a la universalidad del conocimiento, pero nunca dejemos de estar atentos al mundo físico. A las personas también les gusta verse la cara y oírse la voz para establecer cierta confianza.
    • Soy tímido pero valgo muchísimo. Es más un comentario de la orgullosa madre de su niño que de un empresario de sí mismo. Triunfan las ideas y personas conocidas, y no las guardadas en secreto. Por mucho que alguien sepa de una materia no conseguirá nada hasta que el mundo sepa que esa persona existe. Hay incluso cierto toque de soberbia en la frase.
    • Los problemas se irán solucionando solos. Creo que esto sólo ocurre en los cuentos de hadas, y no en todos. Mucho cuidado con dejar latentes esos asuntos sin resolver: normalmente van a más, y lo que en principio era una molestia puede convertirse en algo mucho mayor. Por ejemplo, una multa por aparcar mal el coche se convierte en una diligencia de embargo con recargos si no se hace nada con ella el primer día, ya sea recurrirla o pagarla. Un cliente algo molesto por una entrega defectuosa o una respuesta desafortunada va guardando ese malestar hasta convertirlo en resquemor. Un producto que no funciona ahora quizá no vaya a funcionar nunca, y hay que saber decidir dejar de invertir en él para crear y promocionar otras opciones. Un colaborador que evidentemente no aporta lo que se esperaba de él pasará de ser una apuesta o un dinero empresarialmente mal empleado a un problema interno de la empresa. Me gusta el término “write-off” entendido como la aceptación y asunción de la pérdida de valor de algo como paso previo a ponerle fin. Hecho esto, seguimos adelante con nuevos productos, servicios, colaboradores o empresa.
  • Los clientes ya vendrán solos. Desengáñate. Esta filosofía de poco esfuerzo y resultado rápido solamente se ve en los anuncios de “Hágase rico/aprenda chino/adelgace 15 kilos en 15 días”. Ganarse un puesto en el mercado, da igual el sector, supone un importante esfuerzo comercial y de marketing. Hay que estar informado de las tendencias de consumo para poder aprovecharlas. Es preciso enterarse del funcionamiento y uso de las tecnologías que se van desarrollando. Pero sobre todo es imprescindible saber cómo es el cliente y salir a la calle a buscarlo. Quien crea que le va a ir bien con un logo de diseño, una página web vistosa y un servicio o producto aparentemente diferentes está muy equivocado. A menos que sea un negocio exclusivamente de Internet, hay que ir a hablar con las personas. Asistir a reuniones profesionales para hacer contactos. Estar en foros del ramo. Saber lo que pasa, y qué personas y empresas destacan. Es preciso construir una cierta reputación como especialista en lo que uno hace, y esto solamente se consigue dándose a conocer. Un trabajo intenso pero gratificante para quien realmente lo disfrute, y en todo caso imprescindible para la buena marcha de la empresa.

No pretendo con estas reflexiones disuadir a los potenciales empresarios. Lo que sí quiero es compartir las lecciones de mi experiencia profesional con los futuros empresarios. Invito a reflexionar con realismo sobre la personalidad de cada uno, y en función de ella saber anticipar posibles errores de actitud que puedan aumentar las posibilidades de fracaso.

Suceda lo que suceda, crear la propia empresa es un master impagable de realidad, sentido común, curiosidad, ambición, humildad y ampliación de miras que lleva a una actualización profesional y evolución personal que todo el que pueda debería probar al menos una vez en la vida.

Autor Alberto Losada Gamst, socio fundador de Ocio Dinámico

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