No sé si fue el frío, el calor o el sueño que tenía. O la sed, no había mucho agua, llevaba treinta y cinco días sin llover. Lo sé porque fui haciendo rayitasen el resquicio de la pared donde solía esconderme para mantener mi fría temperatura corporal mientras me alimentaba de las reservas de mi cola.
Normalmente me iba al fondo, para estar a oscuras. Menos a las 12 y 10, en esa época del año el sol daba justo en la grieta y yo le miraba curiosa, oculta, anhelante.
Había muchos ruidos, los ruidos me asustaban, menos a las 12 y 10. Mi rayo de luz, una música sonando. Más tarde, entre el calor infernal, los encajes de bolillos y la oscuridad, pensaba: podría leer una partitura, si tuviera partitura y supiese leerla.
Un día la música no volvió a sonar, o sonaba pero distorsionada, se mezclaba con otros sonidos: voces, máquinas, perros ladrando. Ya no era música, solo era ruido.
No recuerdo haber hecho la rayita 36. Sí recuerdo el sol, traspasando mi cuerpo, sentirme polvo al caer y a lo lejos, las risas crueles de unos niños.* * * * *