Revista Deportes
La proliferación de bicicletas circulando sin control por el espacio público de las ciudadades españolas ha sido la consecuencia, tan inevitable como previsible, de cierta bobaliconería progre urbana de nuestras autoridades locales, propia de los años en que este país se creyó de verdad haber alcanzado el estatus de sociedad centroeuropea por mor de la falsa prosperidad alcanzada gracias al ladrillo corruptor y el blanqueo de toda clase de dinero negro.
Así fue como nuestras aceras, sobre todo en las grandes ciudades, se llenaron en poco tiempo de artilugios mecánicos sobre los que pedalean furiosamente en cualquier dirección verdaderos cazapeatones, empeñados en arrojar literalmente a los viandantes fuera de esos velódromos en que han convertido los espacios antes reservados a quienes se desplazan a pie. Timbrazos, insultos y golpes con las ruedas menudean cuando el ciudadano caminante se niega a ceder su derecho de prioridad, reconocido por todas las ordenanzas municipales.
Ocurre a menudo que el ciclista, como cualquier españolito que se sube a un trozo de chatarra metálica con ruedas, sea un Ferrari Testarossa, una motocicleta de 50 cc, unos patines de niño, una tabla con ruedas al estilo norteamericano o como digo una simple bicicleta, se transforma de inmediato en un energúmeno o energúmena que se cree dotado de derecho de pernada sobre la circulación viaria, especialmente sobre ese pobre diablo que transita usando como medio locomotor sus piernas. Y es que a la mayoría de ciclistas españoles les sucede lo que a tantos de nuestros conductores, al decir de algunos psicólogos: que el vehículo que conducen les ayuda a suplir carencias a veces situadas en el cerebro y otras por debajo de la cintura.
El alcalde de Barcelona, el señor Trias, acaba de anunciar que antes de fin de año la ciudad tendrá una ordenanza que prohibirá la circulación de bicicletas sobre las aceras. Bendito sea Dios. El señor Trías habrá cometido muchos pecados en su vida especialmente de carácter político, pero si cumple su palabra este servidor de ustedes, peatón vocacional, le estará agradecido mientras sus piernas le puedan llevar por esta ciudad que a pesar de tanto imbécil sobre ruedas, sigue siendo digna de ser andada.