Esta entrada es relativamente corta, ya que no soy precisamente un experto en temas agrícolas, pese a incluir la revalorización de los residuos de cultivos como una parte fundamental de mi futura tesis doctoral. De todos modos, creo que mis futuras entradas deberán asemejarse más a la que está usted leyendo que a las anteriores, al menos si deseo mantener una frecuencia de publicación aceptable.
Al no estar ducho en lo relativo a plantaciones, me he forzado a informarme para escribir esta entrada. Estoy seguro que de esta forma me hago un favor a mí mismo.
A menudo se piensa que ser una persona comprometida con la protección ambiental y las generaciones futuras, una persona que piensa que el desarrollo actual no es sostenible y debería serlo, implica seguir un credo determinado, una única doctrina. A saber: favorecer el uso de las energías renovables, reducir la emisión de gases de efecto invernadero, mantener la biodiversidad de los ecosistemas en la medida de lo posible, etc. Seguramente, esos ejemplos sí son puntos en los que todos o casi todos estamos de acuerdo. No se me ocurre cómo alguien podría decir, coherentemente, que apuesta por el Desarrollo Sostenible sin estar a favor de las energías renovables, desde luego. Pero hay casos con mucha más controversia, casos que no sabríamos situar en el lado verde o en el lado… negro, digamos. La encrucijada nuclear es una entrada en la que traté precisamente este problema: es más verde que los combustibles fósiles, pero no es renovable, pero es eficiente, pero los residuos…
El movimiento ecologista global parece apostar, de forma mayoritaria, por la agricultura orgánica o ecológica. Las características fundamentales de este tipo de agricultura son: ausencia de organismos modificados genéticamente (OMG), ausencia de fertilizantes, ausencia de pesticidas. Los defensores aducen múltiples razones para ello: se protege el suelo, se evita la contaminación, se mantiene una mayor biodiversidad, se reduce el riesgo de toxicidad y accidentes.
Midnight Sun Farm, en Illinois. Propiedad de N. Choate-Batchelder y B. Stark.
Pero, por otro lado, se ocupa una mayor superficie de tierra por unidad de comida producida. Y esto, siguiendo a los detractores, implica una mayor huella ecológica, menos beneficios en el sector primario y pérdida de competitividad.
Resulta también que, como no podría ocurrir de otro modo con el pensamiento humano, hay infinidad de posiciones intermedias. Uno puede estar a favor del uso de OGM y no de los fertilizantes. Otro puede estar de acuerdo con el uso de fertilizantes y pesticidas, siempre y cuando cumplan ciertos requisitos, pero reprobar la reutilización de OMG.
No voy a situarme a un lado ni al otro en el debate. En esta entrada, me limito a exponer algunos métodos, nuevos o antiquísimos, que pueden hacer que la llamada agricultura orgánica compita con la convencional. O que, al menos, se acerque a la convencional en términos de rendimiento.
Policultivo o asociación de cultivos. Frente al monocultivo, que consiste en dedicar una cierta superficie siempre al mismo cultivo, el policultivo implica plantar varias especies en la misma área. Una especie puede mejorar las condiciones de otra, compensando parcialmente la no utilización de fertilizantes. Por ejemplo, el cultivo conjunto de guisante y maíz se basa en la captación de nitrógeno por parte de la primera planta y su consumo voraz por parte de la segunda. El policultivo del café tiene una larga tradición en México, particularmente en el Sur: se aprovecha la sombra de una especie vegetal de mayor tamaño, como el naranjo, el aguacate y el plátano. La asociación de distintas plantas resulta, además, en una mayor resistencia frente a plagas y enfermedades.
Policultivo en Tukriajhar Forest, India. Autoría: Arun4202. Enlazo aquí una clara y didáctica imagen de otro policultivo en Uganda, pero no la reproduzco por estar sujeta a derechos de autor.
Policultivo de tomate y café en Darién, Colombia. Autoría: Katach.
Rotación de cultivos. En este caso, las distintas especies vegetales no conviven simultáneamente, pero una da el relevo a otra en la misma superficie de terreno. Con esta técnica, se evita la degradación del sustrato (el suelo con sus nutrientes) que produce la agricultura intensiva. Cada especie necesita consumir distinta cantidad de cada nutriente, de forma que el suelo puede regenerarse si pasamos de plantas voraces (calabaza, maíz, patata…) a plantas que absorben menos nutrientes (ajo, cebolla, lechuga…), introduciendo en algún momento de la rotación una leguminosa (lenteja, garbanzo, guisante…) para reponer nitrógeno. La rotación y la asociación de cultivos cuentan con su propio documento de Buenas Prácticas del Ministerio de Medio Ambiente de España.
Abonos ecológicos y biofertilización. A muchos les podrá parecer un paso atrás el sugerir el uso de abonos ecológicos. Al contrario: el compostaje y la biometanización (que, además de biogás, da lugar a compost) necesitan más desarrollo. Por un lado, revalorizamos residuos; por otro lado, el abono que obtenemos no es dañino para el sustrato. En cuanto a la biofertilización, esta técnica consiste en el cultivo de microorganismos fertilizantes, como Azospirillum brasilense, Azotobacter chroccocum y Trichoderma lignorum, que promueven el crecimiento de varias especies vegetales.
Planta de compostaje de Pradejón (La Rioja). Autoría: Pradejoniensis.
Cultivos trampa. Sacrificamos algunas plantas atractivas para los insectos pero con poco valor, protegiendo el cultivo valioso. Los agricultores rodean este cultivo con las plantas trampa, a modo de barrera. De esta forma, las potenciales plagas permanecen ahí durante un tiempo en el que pueden ser eliminadas, química o mecánicamente. Por sí solas, las plantas trampa no pueden reemplazar totalmente a los pesticidas. Los insectos voladores y rápidos, o aquellos desplazados por el viento, pueden sobrevolarlas e ignorarlas. Pero sí permiten reducir la necesidad de dichos agentes químicos. Las capuchina y la dedalera, atractivas para los pulgones, son ejemplos de plantas trampa.
Repelentes naturales. Cuando los cultivos son pequeños, cabe considerar la opción de pulverizar un preparado o infusión de otras plantas, plantas que causan repulsión a los potenciales destructores del cultivo. Además, del mismo modo que ocurría con los cultivos trampa, las plantas repelentes se pueden disponer alrededor del cultivo, siguiendo el principio contrario pero con un mismo objetivo: protegerlo de las plagas. Plantar ajedrea junto a las leguminosas ahuyenta a los pulgones, por ejemplo, y lo mismo ocurre con el romero. La decocción de cola de caballo y posterior pulverización sobre el cultivo evita la propagación de hongos parásitos.
Control biológico de las plagas. Podemos liberar o favorecer la acción de bacterias o animales depredadores que infecten o maten a los insectos no deseados. Frecuentemente, estos depredadores se encuentran en torno al cultivo de forma natural, por lo que basta atraerlos y generar condiciones adecuadas. Los girasoles silvestren atraen a las avispas, carnívoros que se alimentan de múltiples insectos perjudiciales. El hinojo alberga a insectos que cazan pulgones. La bacteria Bacillus thurigiensis infecta a plagas en fase larvaria. Se puede aplicar pulverizando agua con bacterias en suspensión sobre las hojas, de forma que las larvas serán infectadas tras alimentarse de ellas.
El cazador, una avispa de la familia Crabronidae. La presa, una mosca. Autoría: Alvesgaspar.
Estas dos últimas estrategias, consistentes en utilizar el propio ecosistema para resguardar el cultivo evitando o reduciendo el uso de agentes químicos, también se conocen como control integrado de plagas.