Post redactado por Ariel.
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Una mesa con una jarra de agua y vasos. Cuatro sillas en cada esquina del escenario. Una historia que en realidad son dos. Así de sobria es la puesta de Bodas de sangre. Un cuento para cuatro actores, que Juan Carlos Gené montó en el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT). Dada la economía de recursos, sobresalen especialmente las actuaciones intensas, desgarradoras y pasionales, tal como amerita la reconocida obra de Federico García Lorca. Y esto es justo lo que conmueve al espectador.
Sorprende que Gené salude al público apenas aparece en las tablas. Lo acompañan Verónica Oddó y dos alumnos del taller que el dramaturgo dicta en el mismo espacio cultural, Camilo Parodi y Violeta Zorrilla.
En ese momento, nos damos cuenta de que la segunda (¿o primera?) historia a contar se centra en los recuerdos del realizador teatral, que evocan a una familia conmocionada por la visita de Lorca a nuestro país y a un Juan Carlos niño oscilante entre la fascinación y la falta de entendimiento.
Cada uno de los cuatro actores mencionados en el subtítulo de esta adaptación encarna y alterna dos roles con maestría. Aquí no hay grandes efectos especiales ni de maquillaje: el tono de voz, la postura del cuerpo y pequeños cambios en el vestuario son las principales herramientas utilizadas para convencer al público del cambio de personajes.
Por ejemplo es notorio cómo, cuando se pone un saco, Camilo Parodi interpreta a un hombre humilde, sumiso, encantado de amor por la joven con la que va a casarse y, cuando se quita el abrigo, se convierte en el soberbio y prepotente Leonardo que también se relaciona con la misma mujer.
Una de las escenas más bellas es el baile de bodas entre los novios. Son varios minutos en los que los personajes, absolutamente abstraídos de su entorno, se comunican y se disfrutan mediante gestos, sonrisas y el baile propiamente dicho, que tiene mucho de cortejo sensual.
Así, una de las obras teatrales más célebres de don Federico admite una adaptación personal por partida doble. Primero, porque revela la mirada subjetiva de quien la recrea. Segundo porque esta mirada subjetiva incluye, de manera natural, el relato movilizador de una anécdota familiar.
Por eso los aplausos de pie son tanto para Lorca como para Gené.