“La justicia no es tan limpia como nos gustaría” ha declarado el psiquiatra Luis Rojas Marcos esta semana al ser preguntado por un periodista del diario El País por la sorpresiva muerte de Bin Laden, envuelta, por cierto, en una historia que bien podría servir de
argumento a una de las superproducciones de Hollywood, en las que a los norteamericanos les encanta alardear de héroes patriotas que salvan al mundo matando a los malos.
Lo cierto es que la frase del psiquiatra español, que vivió de cerca el fatal
atentado del 11 de septiembre cuando estaba al frente de los hospitales
públicos de Nueva York, da, cuanto menos, para una pequeña reflexión sobre lo que está aconteciendo. Dice Rojas Marcos que la venganza o la necesidad de justicia son sentimientos muy humanos y no cabe duda de que el multimillonario saudí, Bin Laden, que creó Al Qaeda en 1988 para hacer su particular guerra santa, se había convertido en lo que muchos han denominado el “enemigo público número uno” de occidente.
Pero, al margen de los grandilocuentes titulares que hemos podido leer estos días en diversas publicaciones, al más puro estilo del film estadounidense de 1934 protagonizado por Clark Gable y William Powel, es inevitable pensar si el fin justifica los medios, si la justicia colectiva no pierde a veces la perspectiva o si los ideales de paz, diálogo y entendimiento son sólo eso, ideales…
Evidentemente, el héroe, Barak Obama, premio nobel de la paz al poco tiempo de llegar al poder, paradójicamente o no, ha conseguido una victoria que pasará a la historia, la victoria de occidente, que, seguramente, dará mucho juego en la gran y pequeña pantalla. Esperemos, por lo menos, que sea una victoria que, aunque no tan limpia como la justicia que siempre esperamos, sirva para consolidar la paz y no para reactivar conflictos enquistados o generar otros nuevos.