Revista Opinión

Las cicatrices de Asia-Pacífico

Publicado el 24 mayo 2018 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

La región de Asia-Pacífico alberga en la actualidad cerca del 40% de las disputas marítimo-territoriales en activo y, a su vez, presenta las tasas de resolución de este tipo de controversias más bajas del planeta. Esta es una situación que, pese al prometedor futuro económico de la región, genera considerables inquietudes. El territorio de un Estado es un elemento intrínseco y exclusivo a su soberanía que no solo incluye la tierra firme, sino también los subsuelos, los espacios aéreos y las extensiones marítimas pertenecientes a un país.

Ello explica que las luchas por la soberanía de los territorios han sido la principal causa bélica a lo largo de la Historia. El riesgo de que se produzcan choques de naturaleza militar se duplica cada vez que media un asunto relacionado con la soberanía de los Estados sobre unos determinados territorios. Esta es una circunstancia que en Asia se ha percibido de manera particularmente acentuada: el continente representa el 34% de los conflictos territoriales militarizados del mundo desde la Segunda Guerra Mundial y más de un cuarto de las guerras interestatales motivadas por esta causa.

Las tensiones no resueltas del sudeste asiático

La subregión del sudeste asiático se caracteriza por su complejidad étnica, política y cultural, pero también por la considerable fragmentación territorial, heredada del período colonial. A pesar del pronunciado crecimiento económico de tigres asiáticos como Tailandia, Singapur o Indonesia, la dificultad a la hora de trazar fronteras definidas y aceptadas por todos los actores de la zona ha provocado que las rencillas fronterizas nunca hayan terminado de disiparse del todo. Generalmente, este tipo de enfrentamientos regionales se han visto bastante eclipsados por la internacionalización del conflicto del mar de China Meridional, donde están implicados algunos actores de la zona, como Tailandia, Vietnam, Malasia, Filipinas o Brunéi, en relación con las disputas sobre los recursos a los que da acceso, en forma de zonas económicas exclusivas, el control de las islas Spratly, Pratas y Paracelso o del arrecife Scarborough.

Para ampliar: “Geopolítica en el mar de China”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2013

Sin embargo, las relaciones internacionales en el área no pueden analizarse únicamente a partir de la tensa y ya profusamente estudiada situación del mar de China Meridional. Desde la Segunda Guerra Mundial, los países del sudeste asiático vienen arrastrando otras disputas marítimo-territoriales importantes. La retirada progresiva de fuerzas coloniales francesas, británicas y holandesas de la región en la década de los 50 y 60 y la aparición de nuevos Estados independientes, a menudo con Gobiernos revolucionarios muy recelosos de la integridad nacional, explican la aparición de choques tanto militarizados —véase la Konfrontasi malasio-indonesia o la guerra camboyano-vietnamita de 1975 en torno al delta del Mekong— como no militarizados durante la Guerra Fría. La formación de nuevos Estados dio lugar a desacuerdos sobre los límites fronterizos, con reivindicaciones territoriales que en muchas ocasiones se superponían ante la vaguedad de las demarcaciones territoriales de las potencias imperiales. Del mismo modo, la persistencia de las divisiones ideológicas del mundo bipolar y las injerencias de grandes potencias en la región impidieron durante años abordar razonadamente la cuestión de los territorios disputados.

Las cicatrices de Asia-Pacífico
Disputas territoriales en el Sudeste asiático.

El caso más paradigmático de este modelo poscolonial se observa quizá en la creación del Estado malasio. Tras alcanzar su independencia del Imperio británico en 1963, las tensiones malasias relativas a asuntos marítimos y territoriales afloraron en sus relaciones con vecinos como Indonesia —en lo que respecta a la zona de Ambalat, rica en hidrocarburos–—o Filipinas —en lo relativo a la región de Sabah, en el norte de Borneo—. Además, con la división de Singapur y Malasia en 1965 también se produjeron controversias relacionadas con la soberanía sobre Pedra Branca e islotes como Middle Rocks —Batu Puteh y Batuan Tengah en malayo, respectivamente—, que, a diferencia de la tónica habitual en otras partes de Asia, han sido sometidas a la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia.

No obstante, abundan los casos de tensiones irresueltas en la zona. Un ejemplo reciente lo constituyen las violentas escaramuzas militares transfronterizas entre Tailandia y Camboya en 2011, cuyas relaciones han sido tradicionalmente bastante tensas por las disputas relativas al templo Preah Vihear o a las áreas de Popiet y Prachinburi. En este caso, la vaguedad de la línea fronteriza de Dangrek, establecida por los franceses a principios del siglo XX, fue la principal causa de la discordia, aunque a partir de 2013 ambos países lograron enfriar la cuestión. Otro caso destacable es el de las controversias fronterizas en torno a la línea Doi Lang, que separa Myanmar y Tailandia, dos países con relaciones particularmente complejas por la presencia de movimientos secesionistas como el Ejército para la Liberación Nacional de Karen, la crisis humanitaria interna de la antigua Birmania y el progresivo enquistamiento de la disputa.

Aun así, pese a la persistencia de conflictos latentes o dormidos, los países del sudeste asiático han logrado evitar disputas más severas practicando lo que se conoce como bracketing, es decir, poniéndolas entre paréntesis —brackets en inglés— para evitar que empañen el conjunto de las relaciones bilaterales. El modelo de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN por sus siglas en inglés), a pesar de no resolver el fondo de las cuestiones, sí ha tenido éxito en relativizar la importancia de las diferencias intrarregionales y cohesionar la subregión ante desafíos geopolíticos de mayor calado, como los del creciente revisionismo chino en el mar de China meridional. Esta apuesta por un multilateralismo sui generis ha permitido consolidar la región como punta de lanza del iusliberalismo asiático y potencial modelo de gestión de controversias para el resto del continente.

El rompecabezas territorial del sur de Asia

En el caso de Asia del sur, nos encontramos con controversias territoriales que habitualmente también aparecen asociadas a los caprichos fronterizos heredados de la época colonial. Tal es el caso de las disputas militares entre Afganistán y Pakistán en relación con la línea Durand, fijada por el británico Mortimer Durand en 1893. Sin embargo, a diferencia de los conflictos intrarregionales del Sudeste Asiático, los conflictos del sur de Asia destacan por un perfil mayor al interaccionar en esta zona al menos tres potencias nucleares como son India, China y Pakistán y por la inexistencia, más allá de la inoperativa Asociación Sudasiática para la Cooperación Regional (conocida en inglés como SAARC), de mecanismos colectivos de gestión de asperezas territoriales.

Para ampliar: “La amenaza nuclear en el siglo XXI”, Diego Mourelle en El Orden Mundial, 2017

En este triángulo estratégico, el eje indo-pakistaní destaca por su significación histórica; tanto Nueva Delhi como Islamabad se han visto enfrentados por cuestiones político-territoriales desde la partición de la India en 1947. Destacan en este sentido las disputas relativas a la situación de Cachemira, donde han tenido lugar tres guerras entre ambos países y una serie de escaramuzas militares bastante recientes, como la del año 2014. Sin embargo, también se han experimentado enfrentamientos militares en entornos extremos de alta montaña, como la guerra de Kargil de 1999 o las tensiones en el glaciar de Siachen y las zonas de Saltoro y Jammu, entre otras.

Las cicatrices de Asia-Pacífico

Ahora bien, por peso económico y geopolítico, los choques territoriales más preocupantes son los que enfrentan a China e India. Ambos países mantienen importantes vínculos comerciales, aunque tras la llegada al poder de Narendra Modi en Nueva Delhi y Xi Jinping en Pekín el lenguaje en política exterior de ambos países se ha endurecido ostensiblemente. El crecimiento económico de estos dos gigantes ha favorecido una mayor asertividad en asuntos estratégicos, lo que ha originado en los últimos años un incremento de las tensiones en torno al valle de Shaksgam o la zona de Arunachal Pradesh, delimitada con base en un acuerdo anglo-tibetano de 1914 no reconocido por China, que considera que el territorio forma parte del Tíbet Sur y no del norte de la India. Son de destacar en este sentido también las delicadas controversias fronterizas de Aksái Chin, territorio sobre el cual ambos países mantuvieron una guerra en 1962 y un enfrentamiento militar limitado en 2014 —según China pertenece a la provincia de Sinkiang; según India forma parte del territorio de la Gran Cachemira—.

En cualquier caso, India y China no solo se caracterizan por tratar de ejercer su creciente influencia en sus pulsos bilaterales. Otros actores de la zona más modestos son a menudo utilizados a modo de intermediarios colaterales. Piénsese por ejemplo en cómo los dos países pugnan por la hegemonía regional a través de sistemas de infraestructuras como los megapuertos de Gwadar o Chabahar en Pakistán e Irán, así como la influencia que ejercen sobre países más pequeños como Bután —que mantiene diferencias territoriales con China sobre el estatus del distrito Haa, Cherkimp Gompa o Itse, entre otros enclaves— o Nepal —enfrentado con Nueva Delhi por la soberanía de Kalapani, Nawalparasi, Antundanda y el río Susta—. En el sur de Asia, al igual que ocurre en el mar de China Meridional y otras zonas del Pacífico, se sigue cumpliendo la máxima del historiador griego Tucídides según la cual los grandes poderes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben. A falta de instituciones regionales eficaces para la gestión multilateral de las diferencias, termina prevaleciendo irremediablemente la ley del más fuerte.

Para ampliar: “India y China, vecinos condenados a entenderse”, Adrián Albiac en El Orden Mundial, 2014

Los dragones asiáticos y el pulso marítimo en Extremo Oriente

El noreste asiático es la principal locomotora económica del Pacífico. La presencia de actores como China, Japón, las dos Coreas o Rusia configura un paisaje geopolítico de gran peso internacional. Ello se observa especialmente al abordar las longevas y todavía irresueltas disputas territoriales que mantienen algunos de estos gigantes entre sí. A diferencia de lo que ocurre en el sur o el sudeste asiático, la naturaleza de estas controversias no está quizá tan influida por factores coloniales exógenos como por experiencias bélicas regionales como la Gran Guerra del Este Asiático, agravios históricos, ambiciones geopolíticas, luchas por recursos y tensiones ideológico-nacionalistas.

Estos son algunos de los componentes explicativos de las principales disputas existentes en la zona. Las más conocidas son, además del pulso que mantienen las dos Coreas desde su partición en torno al paralelo 38, las que enfrentan a Japón con China en torno a las islas Senkaku/Diayou, con Corea del Sur en el caso de las islas Takeshima/Dodko y con Rusia y Japón en relación con los Territorios del Norte o islas Curiles. No menos importantes resultan las tensiones territoriales, de difícil clasificación, entre China y Taiwán, caracterizadas desde el final de la guerra civil china por las ofensivas militares de Pekín para alcanzar su “integridad territorial” y los ejercicios disuasorios y el apoyo militar de EE. UU. a la independencia de facto de la isla de Formosa.

Para ampliar: “Japón, entre el crisantemo y la katana”, Diego Mourelle en El Orden Mundial, 2018

Las cicatrices de Asia-Pacífico

Un conflicto menos conocido es la disputa territorial que mantienen Corea del Sur y Rusia con respecto a las áreas de Noktundo. Noktundo era una isla del río Tumen que históricamente separaba a Rusia de la península coreana. Sin embargo, aunque Corea ejerció tradicionalmente su soberanía sobre la isla, por factores naturales esta terminó fundiéndose en forma peninsular con territorio ruso. Durante el siglo XIX, la península estuvo también bajo el control de la dinastía china Qing, que en 1860 lo cedería a Rusia, para indignación coreana. Tras la partición de Corea en 1948, Pionyang renunció a Noktundo a cambio de apoyo militar y económico de Moscú durante la Guerra Fría. Corea del Sur, sin embargo, no reconoce esta postura, hecho que se ve reforzado por la considerable relevancia estratégica de este pequeño enclave, que separa el territorio del noreste de China del mar de Japón.

Asia, ¿tumba del multilateralismo liberal?

A la hora de abordar las disputas de soberanía en Asia, los mecanismos de gestión colectiva de conflictos se han caracterizado por una eficacia bastante limitada. Una de las causas más recurrentes para explicar el éxito limitado del multilateralismo en Asia-Pacífico es la ausencia de marcos organizativos de integración regional efectivos comparables a otros continentes, como América o Europa. Los grandes actores regionales no parecen tener incentivos suficientes para ceder soberanía en organismos multilaterales. En este sentido, algunos estudiosos han afirmado en más de una ocasión que Asia debería tratar de imitar especialmente la experiencia europea, donde enemigos históricamente enfrentados lograron apartar sus diferencias territoriales y políticas —véanse los enfrentamiento franco-alemanes por la cuenca del Ruhr o Alsacia y Lorena— para fomentar una integración funcional y pacífica a partir de solidaridades de hecho.

Sin embargo, la extrapolación literal de la experiencia europea a Asia es extremadamente improbable y quizá desaconsejable. A pesar de las interdependencias económico-comerciales entre países de la región, la concepción de la política exterior en Asia-Pacífico sigue siendo por lo general muy soberanista debido a sus trayectorias dependientes y privilegia por ello las soluciones bilaterales basadas en principios de no injerencia en asuntos internos. Raros son los casos —aunque hay excepciones, especialmente en el sudeste asiático, como Pedra Branca o las disputas malasio-indonesias de Ligitan y Sipadan— en los que dos países asiáticos han decidido simultáneamente elevar una disputa a un tribunal internacional. Esto es especialmente visible en el caso de las grandes potencias, con escaso interés en renunciar a las ventajas geopolíticas que les ofrecen las políticas del poder o power politics. Basta con observar el rechazo chino a acatar la resolución emitida en 2016 por la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya sobre la ilegalidad de sus reivindicaciones históricas sobre la línea de los nueve puntos del mar de China Meridional.

En el sur de Asia se corrobora también esta tendencia, donde instituciones como la SAARC poco han podido hacer para crear sinergias positivas entre India y sus vecinos. En el este y sudeste asiático, la ASEAN ha tenido mayor influencia, pese a que su relevancia en la gestión de las tensiones del mar de China Meridional ha sido limitada por la participación institucional colateral y subsidiaria de grandes potencias como China, Corea del Sur, Japón o incluso India en ASEAN+3, ASEAN+6 o el Foro Regional de la ASEAN. Ahora bien, en el ámbito de las relaciones intrarregionales entre países más modestos del sudeste asiático, el modelo ASEAN sí ha tenido éxitos destacables, como la creación de la comisión para la gestión compartida del río Mekong —hecho que contribuyó a rebajar tensiones entre Laos y Tailandia—, la capacidad de mediación para rebajar una posible escalada en 2011 entre tailandeses y camboyanos y la flexibilidad para evitar conflictos de mayor envergadura entre los países de la zona durante la pos Guerra Fría. El sudeste asiático es, por tanto, una excepción a la multipolaridad regional. Ante su incapacidad para hacerse valer en entornos geopolíticamente darwinistas, no debe sorprender el interés de estos países en unificar sus posiciones para atenuar las brechas con los países más poderosos y fortalecer su capacidad de negociación fomentando una mayor integración regional.

Un continente en busca de estabilidad

Asia-Pacífico es en la actualidad el paradigma más claro del hobbesianismo internacional. Muchas de las disputas que continúan enquistadas en la zona tienen raíces históricas muy longevas y de muy compleja resolución. Ello guarda especial relación con la propia configuración de la estructura de distribución del poder regional y la naturaleza de los conflictos entre los contendientes. Las disputas de naturaleza marítima tienen probabilidades muy inferiores de ser resueltas pacíficamente frente a las que giran en torno a tierra firme: desde 1945 se han zanjado 45 disputas en la región, de las cuales solo cuatro tienen carácter marítimo-insular.

Las cicatrices de Asia-Pacífico
Situación de seguridad en Asia-Pacífico.

En este contexto, los reequilibrios de poder del continente, con un ascenso aparentemente imparable de China e India, están favoreciendo un incremento de la confianza de estos actores para imponerse militarmente o negociar estos conflictos de forma beneficiosa para sus intereses. Esta situación, azuzada por nacionalismos de todo signo, podría derivar en una mayor inestabilidad regional y en una propensión mayor a escaladas militares. En la medida en que se imponga la ley del más fuerte, aumentarán los dilemas de seguridad y las probabilidades de conflicto. Encontrar incentivos para la cooperación pacífica será la única salida si se pretende gestionar la tensa geopolítica regional desde paradigmas en el que nadie pierda. De no ser así, prevalecerán las power politics y difícilmente lo hará la concordia regional a medio y largo plazo.

Las cicatrices de Asia-Pacífico fue publicado en El Orden Mundial - EOM.


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