¿Por qué lleva ph el sustantivo que María Álvarez convirtió en título de su opera prima? El entrañable documental sobre seis mujeres mayores que padecen de cinefilia no ofrece una respuesta explícita para la inquietud ortográfica, pero sí invita a barajar algunas hipótesis sobre la importancia que el amor por el séptimo arte a veces adquiere en tiempos de vejez, soledad y/o nostalgia.
La realizadora argentina visitó, entrevistó, acompañó a Norma y Estela en Buenos Aires, a Lucía y un poquito a Leopoldina en Montevideo, a Paloma y Chelo en Madrid. Así como sólo se conocen (circunstancialmente) las señoras que viven en la capital uruguaya, las seis coinciden en mirar películas casi a diario y –atención– siempre en alguna sala, en general externa al circuito comercial.
El rostro y la voz de Álvarez se cuelan apenas en este retrato coral irreductible a la categoría Adultos mayores. Acaso la joven directora se haya concedido un pequeño espacio a la vista para dar cuenta de la identificación que todo cinéfilo, sin importar edad ¿ni género?, establece con las entrevistadas a partir de las distintas declaraciones que describen esta suerte de neurosis inofensiva: por ejemplo, el frenesí por armar el mejor cronograma de funciones festivaleras, la fruición por evocar escenas y parlamentos enteros, el fastidio que algunos realizadores provocan con el tiempo, la devoción incondicional por otros, la discusión en torno al cine como refugio o como ventana a un mundo ilimitado.
El primer gran acierto de Álvarez radica en la elección de sus entrevistadas (le habrá llevado un tiempo, imaginamos los porteños que hace tiempo observamos una llamativa cantidad de mujeres mayores en las salas). El segundo, en la capacidad para fotografiarles el alma.