Revista Comunicación

las computadoras de harvard

Publicado el 30 octubre 2015 por Libretachatarra
el país
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Cómo es la vida; un día tienes 19 años y el tiempo se te escapa. Rompes a correr sin rumbo, provocando al destino, te casas, te largas lejos y antes de dos años estás sola, en la calle, preñada y a 5.000 kilómetros de casa. Estos pensamientos debían rondar la mente de Mina Fleming en la primavera de 1879 mientras se sobreponía a los quiebros de la vida y se guardaba sus seis años de prácticas de magisterio para buscar un trabajo urgente de criada. Su vieja Dundee natal no era, desde luego, sitio para una mente inquieta, más allá de un duro pero estable futuro en la floreciente industria textil de fibra de yute o en las fábricas de mermelada. Tampoco su marido, James Fleming, un contable bancario, viudo y 15 años mayor, era, probablemente, su compañero de viaje ideal. Sea como fuere, Mrs. Fleming encontró refugio, y trabajo, en el servicio doméstico de la casa del director del Observatorio de la Universidad Harvard, el profesor Edward Charles Pickering.
Williamina Paton Stevens Fleming, tenía una personalidad magnética y un rostro atractivo, con ojos brillantes y vivos que aumentaban el encantador efecto que, al entrar, dejaba en el aire un saludo alegre, adornado de acento escocés. A Edward Pickering, entre cuyas habilidades estaba la de identificar el talento, no le pasó desapercibido ni un instante que, además, la nueva sirvienta tenía una educación e inteligencia claramente superiores. Así que esperó a que volviera de Escocia, a donde Williamina había regresado para dar a luz a su hijo y, conforme puso el pie de nuevo en Boston en abril de 1881, le ofreció trabajo en el Observatorio. De momento, como ayudante en tareas administrativas y para hacer cálculos rutinarios en los que, en su visión de entonces, una mujer mostraría especial destreza. Al menos, más que sus ayudantes varones.
Pickering era un profesor de Física al mando de un observatorio astronómico, lo que no fue fácil de asumir para la vieja guardia de Harvard. Creía que era el momento de introducir nuevos métodos. Dejar atrás la antigua astronomía de posición y movimientos para dar paso a la fotometría y los estudios espectrales. Y aunque aún sin la base física que permitiera conocer la naturaleza de los objetos, tenía claro que el camino era la obtención y clasificación de la mayor cantidad de datos. Para ello, al igual que hiciera Piazzi Smyth en su pionera campaña en (…) Con el apoyo de su hermano menor William Henry, comenzó por adoptar el método de obtención de espectros estelares mediante la colocación de un prisma en el objetivo del telescopio, para seguir mejorando las técnicas espectroscópicas a lo largo de toda la década de los 80.
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En 1886 llegó el dinero de la viuda de Henry Draper, un pionero en la obtención de fotografías de espectros de estrellas. En memoria de su marido y para la finalización de su sueño de realizar un gran catálogo, interrumpido por una muerte prematura, Mary Draper decidió financiar los trabajos de Pickering. Fiel a su pragmatismo y poco complejo ante las novedades, Pickering no perdió un momento. Su experiencia con Williamina Fleming no podía haber sido mejor, así que contrató a otras nueve mujeres para realizar los cálculos rutinarios y la clasificación de los espectros en las placas fotográficas.
Era un equipo de calculadoras humanas que pasarían a ser conocidas como “las computadoras de Harvard” o “el harén de Pickering”, según se fuera mejor o peor intencionado. Un grupo de mujeres que seguiría aumentando en los años siguientes, y entre las que se encontrarán algunos de los más relevantes astrofísicos de la historia. Y un auténtico chollo, al fin, para el pragmático Pickering, que se hizo con un brillante equipo de 10 especialistas al precio de 5 ayudantes varones. Como responsable nombró a Nettie Farrar, que tan sólo unos meses después abandonaría su carrera para casarse. Una decisión de hace 130 años sobre cuya proyección en el presente podríamos reflexionar. Pickering no tuvo dudas: la sustituiría Mrs. Fleming.
Laboriosa, incansable y con el coraje suficiente para defender sus resultados, Williamina Fleming identificó y clasificó los espectros de más de 10.000 estrellas. Amplió la clasificación de cuatro grupos de Secchi e introdujo un nuevo esquema basado en 16 tipos, tomando como referencia las líneas de absorción del Hidrógeno, identificados alfabéticamente desde A a N (saltando la J), más las letras O para estrellas con líneas brillantes de emisión, P para nebulosas planetarias y Q para las estrellas que no encajaban en los grupos anteriores. Esta primera entrega del catálogo Draper, en compensación por la financiación recibida, la publicó Edward Pickering en 1890 sin figurar Fleming como autora (aunque sí está citada en el interior y, posteriormente, no dudó en hacer reconocimiento público de su autoría) y es la base de la clasificación espectral hoy en uso (clasificación de Harvard).
La llegada de espectros cada vez de mayor resolución y la instalación de un telescopio en Arequipa, Perú, en el Hemisferio Sur, permitió al equipo dirigido por Fleming y Pickering evolucionar en la clasificación, sobre todo con las decisivas aportaciones de otras 2 “calculadoras”, Antonia C. Maury y Annie J. Cannon, que reordenaron los grupos espectrales y aumentaron el número de estrellas clasificadas. En la publicación de las extensiones del catálogo Draper lideradas por Maury (1897) y Cannon (1901 y varias otras hasta su muerte en 1941) ya figuran ellas como las autoras del trabajo. En total, las clasificaciones de estrellas llevadas a cabo por estas mujeres fueron más de 400.000.
La aportación de Williamina Fleming podría considerarse decisiva y envidiable para cualquier astrónomo hasta aquí, pero se le debe sumar el descubrimiento de 10 supernovas y más de 300 estrellas variables, de las que midió la posición y magnitud de 222 de ellas (1907), como parte de la línea de trabajo que llevaría a otra eminente “computadora de Harvard”, Henrietta Swan Leavitt, a realizar uno de los descubrimientos fundamentales de la astrofísica: la relación periodo-luminosidad de las Cefeidas, la base de la medición de distancias en el Universo.
Finalmente, 59 nebulosas, entre las que se encuentra uno de los objetos más hermosos y fotografiados del firmamento, la nebulosa Cabeza de Caballo en la constelación de Orión (1888). Uno solo de estos descubrimientos serviría para compensar los sacrificios de cualquier astrónomo. Antes de que una neumonía se llevara a Mina a los 54 años, aún le dio tiempo de publicar una última clasificación de un tipo de estrellas con un espectro especialmente particular y color blanco que dará lugar a lo que posteriormente se denominará “enanas blancas”.
El éxito en el desempeño de sus tareas y su capacidad de trabajo terminaron cargándola con tareas más prosaicas que la alejaban, con fastidio por su parte, de la ciencia. Mrs. Fleming fue nombrada conservadora de la colección fotográfica del Observatorio, siendo este el primer cargo orgánico ocupado por una mujer. Pero también gastó innumerables horas, por ejemplo, en labores de edición y corrección de los Anales del Observatorio. Su sueldo “de mujer”, muy inferior al de sus compañeros varones, fue otro de sus fastidios y motivos de protesta permanentes, puede que parcialmente compensado, a cambio, por el reconocimiento y honores que tuvo de numerosas sociedades astronómicas.
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Julio A. Castro Almazán es físico y miembro del SkyTeam del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), especialista en Caracterización de Observatorios Astronómicos y Óptica Atmosférica.
“La criada que descubrió 10.000 estrellas”
JULIO A. CASTRO ALMAZÁN
(el país, 29.10.15)


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