Revista Deportes

Las cuatro faenas de Floro

Por Malagatoro

Cabestros Madrid

Las cuatro faenas de Floro, de Florito, del cabestrero. Tres de ellas, de gran ovación. La otra no fue faena, sino putada. La gran putada para usted; el gran triunfo para él.

La corrida de Las Ramblas anunciada estaba allí porque Florito la reseñó cuando todavía era veedor (quien elige los toros) de la empresa Taurodelta. ¡Qué gran putada! Quién sabe si la eligió para lucirse él, para que este 27 de mayo de 2011 quedase en los anales de su brillante currículum de cabestrero histórico. 

Florito, sin duda, fue el gran triunfador. Lo prueban las cerradas ovaciones del coso, el fervor con el que aplaudía el señor de El Molar, el del balconcillo del 2, ese que decía que lo mejor de la tarde fueron las vacas. Su primera gran faena llegó pronto, casi al comenzar. El primero de los de Las Ramblas salió al ruedo, flacucho, escurrido de carnes y sin las fuerzas para aguantar. Pañuelo verde y esos cabestros lustrosos, coordinados cual ballet, en perfecta sincronización, meten al flacucho toro en el corral.

La segunda gran faena llegó a las ocho y media, cuando todavía salía el cuarto de corrida. Otro animal de Las Ramblas sin llenar, protestado de salida y tropezándose al caminar. Otro pañuelo verde y otra vez esos bueyes relimpios, parejos, músicos que nunca desafinan a la orden de batuta del maestro Floro. A galeras, en un pis pas. El señor de El Molar, como el resto de la plaza, aplaudía y aplaudía como gente enloquecida ante tamaña habilidad.

Saltó un sobrerito coloradito y lavadito de origen portugués, recibido ya de uñas y que tampoco pudo aguantar. Codazos se daba el personal. ¡Hasta tres veces iban a ver faenar a esos bueyes famosos de enorme destreza! "A que a la tercera va y marra", saltó el señor de El Molar. Ni hablar, esos lindos mansos de cencerro o campanilla, según tamaño y función, que salen a escena de uno en uno dando brincos de alegría. Y su serio domador ante el reto de acorralar a tres de tres en otros tantos pis pas. El grande, por allá; los chiquitos para cerrar. El gran buey rompe camino y el bicho en el corral. 

Aquello fue el delirio, la gran hazaña. El señor de El Molar, que se retorcía en su banco, que besaba a su mujer, que aplaudía a rabiar. Se llevaba las manos a la cabeza porque algo así no lo podía ni imaginar. Para él era como ver a dios resucitado bajo gorra campera y vestido en traje corto. La ovación, otro clamor.

Sus compañeros de cartel, los toreros, no tuvieron tanta fortuna. Y es que para triunfar como lo hizo Floro en sus tres faenas hay mucho que estudiar y preparar. 

De la crónica de Javier Hernández en Burladero.com


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