Ha vuelto a corporeizarse, quién sabe si un poco enfadada, la tan diligente como sin duda astuta Sherezade o Scheherazade o Shahrazad para pasar revista en el serrallo, ahuecar tal vez los alhohadillones y pufes, y comprobar, como suele, la sucesión de lunas y «ponerme en un plis al corriente —dice ella— de cómo está el cómputo general de cuentos y qué lides quedan en lanza ahora que ya enfilamos las últimas diez noches de las Mil y Una en su retorno, estas tus algo latosas Las Últimas Novelas, o LUN propiamente dichas, y cuando todo empieza a tener un aire de hastaluego y ahí os quedáis, tolais…». Me parece que esta chica con el paso de los días y las reiteradas confianzas, anda un poco ligera, y no solo de lengua, y como con el fandango corrido. Pero sí, tiene razón: no hay más remedio que hacerle caso y mirar en derredor, en cajones y anaqueles, para que no quede pendiente o discordante nada que en verdad importe (si es que algo), antes de poner fin definitivo al juego y entregar al olvido los azares, el runrún y las llaves de la última casa. Dicho de otro modo: vamos que nos vamos (yendo). Aunque es la verdad que, si no está todo en orden (¿y quién se atrevería a precisarlo?), lo fundamental sí parece resuelto. Ya vimos en su día lo que fue de las primeras casi setecientas noches, de modo que centrémonos ahora en lo que corresponde a las últimas trescientas y pico lunas, al menos en los argumentos o series principales. Concluyeron, al menos en apariencia, las andanzas y parrafadas de Nostra, si bien no cabe descartar alguna sorpresa. Y culminó asimismo la procesión o desfile o solo comitiva de «Los figurantes de Javier Serrano», serie urdida a partir de las imágenes previas y de lo que cada una fue capaz de referir, en términos concretos, de lo mucho que en cada una de ellas se podría ver. También parecen consumadas, y en todos los sentidos, las estampas eróticas de «Las musas de Macías», aunque me consta que a Shere no le importaría ponerse a leer alguna más (y al que suscribe tampoco). Andan por ahí aún ronroneando y tramando sus complicidades inconexas (en apariencia, pues siempre hay un hilo subterráneo que los desata) los recalcitrantes Merluzos, aunque estos dos —si es que son dos o multitud— van a su bola y muy capaces serían de despedirse a la francesa. Cualquiera sabe. Series que seguramente aún podrían brindarnos, si las hubiera, noches de mucho ajetreo son, además de los diversos juegos y malabares perpetrados por el Juglar del «Amo Idioma» —a saber: palíndromas, micródromos, nanódromos, dados, cuadrados mágicos, acrósticos, haikulerías, molinillos…—, los “cuentos literales”, que deberían, en puridad crecer hasta completar el alfabeto; también el desorden refranero de las nuevas intropías, los argumentos esgrimidos o aportes sembrados «Al pie de Goya», y, en fin, los homenajes y necrológicas que puedan surgir al albur de los devaneos de La Parca, sin olvidar los apuntes inmediatos «De la vida misma» ni los ejercicios ecfrásticos agrupados bajo el rubro de «Fotos que dan pie». Pero es evidente que no hay noches ni nichos para tanto y finalmente, oh pacientes cooperantes, criaturas de luz que os movéis con tanta soltura entre el viento y la noche, ni que decir tiene que en vuestras sucesivas comparecencias habréis de seguir observando la coherencia del conjunto, el verdadero y completo sentido sin sentido pero de tan hondo sentido de estas “novelas últimas”, al tiempo que también deberéis procurar que las acciones avancen en sustancia e interés hasta un colofón no redundante que, si el tiempo sigue en sus raíles y las esferas no detienen su curso, habrá de llegar allá por el último día de este mes de mayo que ya enfila sus últimas jornadas. O sea.
(LUN, 10 ~ «Carta de ajuste», y 2)