Tener entre 20 y 30 años en España implica soportar que cuatro cantamañanas te llamen nini. Ay, las tertulias. También implica ser un experto en búsqueda de empleo para que finalmente nadie lea tu currículum. Hay gente que se pasa la vida dando vueltas por un laberinto y nunca encuentra la puerta. En este caso las puertas existen pero… están pintadas en la pared: se ven pero en realidad no existen.
La tasa de paro de la población que tiene entre 20 y 24 años ha vuelto a subir y se sitúa en el 52,86%. Para los que tienen entre 25 y 29 años el escenario se presenta más favorable, aunque tampoco demasiado, y está plantada en el 32,76%. La tasa de ninis, como le gustaría llamarla a algunos, es uno de los problemas más importante del país y parece que las perspectivas no son nada buenas. Ampliar los estudios, poniendo dinero sobre la mesa, montar un negocio (casi) condenado al fracaso al carecer de experiencia laboral o pasar de enviar una postal desde Londres a instalarse entre las extintas cabinas rojas (que por cierto, en algunos barrios las están reconvirtiendo en pequeñas bibliotecas), son algunas de las opciones que se presentan para las personas nacidas en los ochenta y primeros años de los noventa.
Las puertas pintadas en la pared. Vuelta al principio. Existen. Vayamos a un caso práctico. Acabas tus estudios. Tienes 22, 23, 24 o, ¡yo qué sé!, 28 años. Con el título provisional en la mano sales cantando de la Facultad y te plantas frente al ordenador dispuesto a meter tus datos en una página de búsqueda de empleo. Hecho. No has trabajado (o puede que un par de meses de prácticas) y, para no perder el tiempo, filtras las ofertas para seleccionar aquellas que no piden tener 10 años de experiencia de contable, 2 cortando chopos y haber pasado un verano recorriendo a caballo Europa del este. Diariamente, y estoy hablando de la página de búsqueda de empleo que todos estamos pensando, te encuentras con una o dos docenas que se adaptan a tus conocimientos. Aquí aparecen las puertas pintadas. Las posibles salidas al laberinto del desempleo que no dejan de ser posibles salidas que nunca existieron. Hay tres opciones:
Primer caso. Al no tener experiencia la mayoría de las ofertas exigen que el candidato esté cursando en ese momento sus estudios. Es decir, que la empresa pueda hacer convenio con la Facultad de turno y no invertir demasiados recursos en su formación.
Segundo caso. La empresa, al ofertar puestos de duración comprendida entre 3 y 6 meses con un sueldo bruto que rara vez llega a los 600 euros (suelen ser 400), exige que el candidato resida en la misma ciudad de la empresa. No que resida durante los meses que duren las prácticas (o como quiera llamarse) si no que lo esté haciendo en el mismo momento de enviar el currículum. Es racional pensar que si una persona que vive en Logroño se trasladase a Madrid para dicho empleo…difícilmente podría subsistir con esos 400 euros. Por lo tanto, y aunque la exigencia es lógica, es tremendamente injusta.
Tercer caso. Aunque la empresa no pide experiencia para ocupar el puesto, a menuda exige cumplir unos requisitos dignos de comedia barata. Con cerca de seis millones de parados, la competencia para un puesto x es elevada y las empresa lo que busca es hacer una criba vía requisitos. Pero de cribar empleando criterios racionales a pedir a un recién licenciado sin experiencia, inglés, francés y rumano para un puesto de auxiliar administrativo que no llega a 600 euros…hay un gran trecho.

Parece claro que vivir en una ciudad pequeña es un lastre para el desempleado. El tejido empresarial está concentrado en tres polos: Comunidad de Madrid, Cataluña y el País Vasco. El resto del territorio nacional tiene que conformarse con los restos del stock. A menudo, a los único que puede aspirar un recién licenciado en una ciudad pequeña, como Soria, León o Teruel, es a ir de puerta en puerta buscando personas que se cambien de la compañía de gas x a la y. Y esto, aunque es general, sucede más con los mal llamados trabajos cualificados. Aunque en una ciudad como Madrid hay más competencia para un puesto también hay más posibilidades. Un desempleado sin experiencia en una ciudad pequeña, donde el tejido empresarial está formado por quioscos, empresas que se dedican a tareas comerciales y cajas de ahorro en la ruina, tiene dos opciones. La primera es intentar encontrar trabajo en el esquelético tejido empresarial local. Ya de por sí la tarea es bastante complicada. La segunda es ir haciendo entrevistas por diferentes ciudades, generalmente grandes, ¡y en el caso de que te llamen!, con el fin de poner los pies sobre el inestable suelo laboral. Este segundo caso va de la mano de un desembolso económico que depende de: las entrevistas realizadas hasta el momento de encontrar empleo, el trayecto y en su caso, las entrevistas son por la mañana, del alojamiento, además, claro está, del coste de oportunidad que acarrea. Porque, no hay duda, buscar trabajo cuesta dinero y dicha cantidad depende del tamaño de la ciudad de origen, el cual, suele estar relaciona con el tejido empresarial y la consiguiente posibilidad de empleo.
Hace un tiempo, en una de las últimas asignaturas que cursé, un profesor universitario se indignaba y nos decía “ahora queréis nacer, vivir y morir en el mismo lugar”. La movilidad geográfica suele estar unida tanto a la necesidad de buscar empleo como a la dificultad de encontrarlo en la localidad de residencia. La situación actual es incierta para el desempleado sin experiencia. Por una parte está más dispuesto a cambiar de residencia y por otro lado, tanto las exigencias empresariales para este tipo de personas como la disminución en la retribución (que se aleja de la mera subsistencia), van en su contra. La realidad no es tan simple cuando se carece de experiencia. Tanto los requisitos de las empresas, en forma de búsqueda del trabajador de la tierra, como la retribución recibida en ese primer contacto con el mundo laboral (en el caso de que tal retribución exista), son piedras en el camino de la movilidad geográfica de los jóvenes, los tan socarronamente llamados ninis.
Encontrar una puerta real, que no sea un simple pintura en la pared, no es nada fácil para el desempleado sin experiencia. Tienen que desaparecer las barreras que dificultan la movilidad de este tipo de personas y los requisitos exigidos deben pasar del cine de ciencia ficción al realismo más palpable. No podemos ser viajeros si el horizonte, el maldito horizonte, también es una pintura inexistente.
