Las doncellas de óxidoGwendolyn Kiste (Trad. de José Ángel de Dios)Dilatando MentesRústica | 308 páginas | 18,95€
Siempre me resulta fascinante pensar como existen ciertos hitos o momentos traumáticos pueden marcar parte de nuestra trayectoria vital. Por ejemplo, una pequeña lesión mientras jugaba al fútbol sala me llevó a descubrir mi pasión por los maratones. Y mírame ahora… Es extraño como los sucesos del pasado parecen, a la larga y vistos en perspectiva, un hecho fantasioso que marca el devenir de nuestras vidas. Pero a veces, no son tan positivos como mi ejemplo anterior. A veces, no son más que anclas emocionales, que nos atan a un pasado del que no podemos escapar. Son como un muro de hormigón armado contra el que chocamos una y otra vez, pero que nunca podemos atravesar. Algo similar es lo que le pasa a Phoebe en Las doncellas de óxido.
Veintiocho años después de abandonar su hogar en la calle Denton (Cleveland), Phoebe Shaw vuelve a casa para ayudar en la mudanza de su madre. Su regreso no hará más que despertar unos recuerdos del pasado que hicieron de su pequeña ciudad un lugar conocido. Viajaremos en el tiempo hasta 1980, donde una joven Phoebe comparte su vida junto a su prima y mejor amiga Jaqueline. Tras graduarse en la escuela secundaria, y pese a que les persigue la sombra de un futuro desalentador en una ciudad de fábricas abandonadas donde sobrevuela la huelga, tienen esperanza. Un futuro. Sin embargo, todo se ira al garete cuando tanto Phoebe como Jacqueline descubran un extraño suceso: las jóvenes del pueblo se están marchitando, sus uñas se transforman en cristales y sus huesos en metal oxidado.
Cubierta de su edición original
La cercanía como punto de partidaGanadora del Premio Bram Stoker en la categoría de mejor primera novela en 2019, Gwendolyn Kiste nos coge entre sus garras con una escritura íntima y cercana para darnos un inquietante tourde horror corporal y ambiental. La bella prosa de la autora, cuidada y con tendencia a lo lírico en ocasiones, nos hace partícipes del sin vivir que enfrenta Phoebe cada día. Es como estar leyendo la mente de una persona, mas allá de un diario personal, donde el mismo lector siente el desaliento y la culpabilidad que lleva años acosando a Phoebe. El martillo pilón que ha taladrado su corazón cada día para no permitirle avanzar. Con esos vistazos al presente, que funcionan como un interruptor al pasado, comprendemos cada vez más su deseo de extirpar los demonios y pasar página, aunque no pueda.
Su hambre de respuestas y sus recuerdos al pasado nos transportan a una calle que funciona como segundo personaje principal de Las doncellas de óxido. La calle Denton se palpa y se siente en cada página: los grises edificios, las barbacoas vecinales, las misas obligatorias de los domingos, los piquetes obreros… El sentimiento de desesperación va desgarrando como un arma afilada nuestra alma hasta hacer mella. Una ciudad en ruinas como reflejo de una vida sin futuro. De una vida de subsistencia, decadencia y depresión, donde intentar solo se puede intentar sobrevivir. Es un lugar gris, plomizo, desolador y solitario, donde la ausencia de futuro es un mecanismo más de terror.
Lo macabro como metáforaProbablemente muchos de los lectores de Las doncellas de óxido caigamos embelesados, en un primer momento, por la promesa de violencia y terror ontológico que puede inducir su sinopsis. Por esa imagen de mujeres transformadas en monstruos de metal donde prima el horror intra y extra corpóreo. Tranquilos, que estar están. Sin embargo, no creo que de la forma que uno podría esperarse. Kiste es habilidosa al usar sus doncellas como metáfora, como símbolos de una humanidad fría donde parece no haber cabida para lo extraño y diferente. El efecto de las mutaciones sobre las personas del pueblo, sobre las propias chicas y Phoebe, funcionan como un espejo sobre el que pierden su propia identidad. Es nuestra ancla. Es el temor a dar el último paso hacia la edad adulta y cambiar. Es la negación para aceptar los cambios que deben llegar. Que siempre llegan.
Ilustración interiorUna patina de esperanzaPuede no parecerlo, pero Las doncellas del oxido es un libro con cierta esperanza. Es un texto que valora la amistad por encima de todo, proponiéndola como un bálsamo para sobrevivir a nuestros peores temores. A través de la intimidad angustiosa que establecemos con Phoebe, y de esa ciudad sin futuro, podemos vislumbrar que al final del túnel a veces hay luz. Que los cambios existen y son complicados, pero que reamarse a uno mismo es posible. No será fácil, claro que no. Superar un trauma y pegar un corazón destrozado nunca puede serlo. Pero es posible, y solo saberlo, regala una pequeña pátina de esperanza.
Las doncellas del óxido es difícil de clasificar. También de olvidar. La descomposición, física y psicológica, permea del libro creando una extraña sensación de perdida al terminar. Acompañada de una espléndida playlist, la edición de Dilatando Mentes encabezada por la espectacular portada e ilustraciones interiores de Juan Alberto Hernández, incluye prólogo de Antonio Torrubia y un imprescindible postfacio de Silvia Broome.
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