Vivimos tiempos políticamente convulsos entre España y Cataluña, esto es una obviedad, y esta convulsión ha salpicado al mundo del fútbol con mayor virulencia que nunca. Los silbidos al himno en la final de Copa, la presencia en actos catalanistas de Piqué con la consabida reacción del público en los partidos de la Selección, las declaraciones abiertamente independentistas de Guardiola incluyendo su presencia en las listas electorales de Junts Pel Si, la respuesta de Alfonso Pérez o los recientes avisos de Javier Tebas sobre el posible futuro de los equipos catalanes en la Liga Española han enrarecido el ambiente futbolero más de lo deseable.
El caso concreto de Guardiola, al entrar activamente (aunque de forma testimonial) en política, ha dado vía libre a la reacción por parte de las autoridades españolas, encontrando la respuesta del Ministro del Interior, que le acusaba de “interés crematístico” a la hora de jugar en la Selección Española.
Todo este ruido de sentimientos, nacionalidades y fútbol, sobre amor a la camiseta, a la bandera o a la cartera, me hizo recordar una imagen concreta. En la Eurocopa del año 2000, con sedes en Bélgica y Holanda, Guardiola comandaba el centro del campo del equipo mientras, en el banquillo, dirigía aquella Selección quien probablemente sea la máxima representación posible de la “españolía clásica”: José Antonio Camacho. España necesitaba vencer a Yugoslavia para pasar a cuartos de final y, en el minuto 89, caíamos 3-2. Sobre el tiempo, Mendieta de penalti empataba y nos quedaba el descuento para soñar con un milagro.
Balón en el centro del campo, Guardiola (precisamente él) otea el horizonte y busca colgar el último balón del partido. Urzáiz, que (para los más jóvenes) era el Adúriz de la época, baja el balón de cabeza y Alfonso (precisamente él) empalaba una volea al fondo de las mallas. En el marasmo posterior, nadie le preguntó a nadie su filiación, sentimiento o nivel de aprecio por la bandera portada, tan solo hubo euforia por el objetivo común conseguido.
Quien nunca haya pertenecido a un equipo de cualquier deporte, tal vez no sea capaz de entenderlo. Aquellos jugadores, por encima de sus sentimientos, formaban parte de la Selección que legalmente les correspondía y se entregaban para conseguir un éxito común, ya sean patriotas, separatistas o incluso extranjeros nacionalizados, porque el deporte tiene otras normas.
Y así, dos representantes de polos tan completamente opuestos y, frecuentemente, enfrentados como pueden ser Guardiola y Camacho, dejaron esta bella imagen. El sentido abrazo entre dos sentimientos.