"(...) aquellos lectores acogieron la historia de Pablo y Lulú como una crónica sentimental de su propia generación, una crónica radical y hasta exasperada en algunos aspectos, pero también universal en otros. Creo que esa lectura generacional amplió de forma decisiva el horizonte de la novela, que llegó a muchas personas que ni frecuentaban entonces ni han vuelto a frecuentar después la literatura erótica."
En cualquier caso lo más interesante es pensar qué hubiera sucedido si esta novela se hubiera publicado en nuestros días. La polémica quizá hubiera sido más intensa y sus primeras escenas, esas que protagoniza una Lulú quinceañera que es iniciada en el sexo por un hombre mucho mayor que se aprovecha de su manifiesta superioridad, hubieran sido tachadas de descripción de una violación. Pablo, su amante y posterior marido, es uno de esos personajes burgueses que parecen sentirse por encima del bien y del mal, estando su placer personal momentáneo por encima de cualquier ética, por lo que la eterna mujer-niña Lulú va a ser el elemento ideal para el cumplimiento de sus fantasías. Fantasías que tampoco están ausentes de la mente de la protagonista, que en su caso se orientan al mundo sórdido de los travestis y la prostitución masculina en la noche madrileña, obsesión que acabará poniendo en peligro incluso su integridad física.
La casi inmediata traslación cinematográfica de Bigas Luna tampoco estuvo exenta de polémica precisamente, empezando por la deserción de Ángela Molina, que iba a ser su protagonista, al considerar que la película rozaba la pornografía. Lo cierto es que, vista hoy, Las edades de Lulú es una adaptación horrible, mal actuada, llena de escenas ridículas, con una pésima utilización de la música y que no se atreve a llevar sus imágenes hasta sus últimas consecuencias, siendo lo único que le interesa al director enseñar la desnudez de una mediocre Francesca Neri, que al final se quedó con el papel protagonista.
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