Nuestros compatriotas que concurrieron a votar aquel domingo de febrero, hace 67 años, tenían sin duda conciencia de que esas elecciones constituían un acontecimiento importante. Desde que el 4 de junio de 1943 un golpe de Estado militar había desalojado del gobierno a los sectores más oligárquicos, la lucha de clases en la Argentina había ido subiendo de tono progresivamente. Las profundas transformaciones económicas producidas a partir de la década de los años 30, con la sustitución de importaciones, comenzaban a encarnarse en el campo social y buscaban, por momentos confusamente, nuevas-viejas expresiones políticas. Del lado de la Argentina oligárquica y férreamente dependiente se ubicaron los grandes propietarios del campo, acompañados solidariamente de los grandes industriales, banqueros y comerciantes. De ese lado estaban para testificarlo la Sociedad Rural Argentina, la Unión Industrial y la Bolsa de Comercio. Sin duda el sector económico más poderoso, pero con una base social necesariamente estrecha. Como siempre, su habilidad quedó demostrada una vez más al ganar para su causa al grueso de las clases medias asustadas frente al ascenso del proletariado y a su interrupción tumultuosa en la escena política. Es que, apenas habían pasado 4 meses del 17 de octubre. De este modo es que: la pequeña burguesía, las capas medias, los estudiantes y los profesionales hacen suyas las reivindicaciones del frente oligárquico y pro-imperialista. La Unión Democrática –conjunción de los partidos radical, socialista, comunista y demócrata progresista, con el apoyo también del partido conservador, se constituye en la alternativa electoral de esta alianza, que irá al veredicto de las urnas con la fórmula José Tamborini- Enrique Mosca, dos hombres del radicalismo. En el otro campo, la fracción de la burguesía industrial que aspiraba a un desarrollo más independiente del imperialismo lideraba un frente en el cual el peso masivo reposaba sobre la adhesión de la clase obrera. De ahí que los sindicatos –fuertemente influenciados por la política que Perón desarrollaba desde la Secretaría de Trabajo- resultaran un pilar fundamental de la conjunción que se expresaba a nivel partidario sobre todo en el Partido Laborista, acompañado por el radicalismo (yrigoyenista) Junta Renovadora, que imponía con Hortensio Quijano el segundo término de la fórmula encabezada por Perón.
Todo este proceso estuvo fuertemente impregnado por las resonancias de la contienda mundial y esquemáticamente la lucha política argentina trató de ser embretada en los términos de aliadófilos versus germanófilos. En esta simplificación, los partidos “marxistas” –P.S. y P.C.- ingresaron raudamente en la falsa antinomia, herederos unos del reformismo secular y víctimas los otros de la política estalinista del “frente popular”. Desde la izquierda en particular y del resto en general, pocas fueron las voces que se alzaron para marcar la fundamental diferencia existente entre el fascismo (como maniobra del gran capital que se apoya en las clases medias para liquidar al movimiento obrero organizado y que adopta características expansivas y belicistas en la puja inter-capitalista) y la adopción de ciertos elementos super-estructurales del mismo en los países dependientes, a través de los cuales éstos traducían sus pretensiones nacionalistas. Entendiendo en este caso al nacionalismo no como algo que es parte de un élite aristocratizante, sino como la última barrera que tenemos en los países del Tercer Mundo para parar la voracidad del colonialismo y del imperialismo; es decir un nacionalismo popular y revolucionario. Porque si bien es cierto que sectores ultramontanos de la Iglesia y de esa derecha aristocratizante local también dieron su apoyo a la fórmula “peronista” congraciados con la obligación de la enseñanza religiosa en las escuelas, por ejemplo, lo que verdaderamente se estaba jugando, eran dos proyectos de país. Que esto último era así lo testimoniaba hasta el hartazgo la presencia provocadora del embajador norteamericano Spruille Braden y su injerencia nada disimulada a favor de la Unión Democrática. Pese a este hecho fáctico incontrastable, don Victorio Codovilla, mandamás del Partido Comunista Argentino prefería seguir definiendo a Perón como “nazi antediluviano” y a sus seguidores como “malón peronista”. Poco importaba para esta gente de la izquierda vernácula, que del ’43 al ’45 el número de obreros organizados hubiese pasado de 80.000 a 350.000 y luego en el gobierno peronista propiamente dicho a medio millón de trabajadores sindicalizados. “Para controlarlos mejor”, seguirá diciendo esa izquierda tradicional, sin ver el fenómeno positivo de una agremiación masiva de los trabajadores para defender sus derechos. En tanto, la fecha de las elecciones se aproxima. Desde el gobierno, Farrell apoya la candidatura de Perón. Evita “la mujer Duarte” para el diario de los Gainza Paz (“La Prensa”), ya imponía en las giras proselitistas su sello informal y combativo. A todo esto, la consigna de la Unión Democrática (U.D.) flamea sobre el país entero: “Por la Libertad contra el Nazifascismo”. Pocos días antes del 24 de febrero, aparece el “Libro Azul”, un panfleto antiperonista editado por el Departamento de Estado Norteamericano que se suma de lleno a la campaña de mostrar a Perón como una especie de Hitler criollo. Ya con anterioridad los gringos del Norte a través de sus diarios y revistas apuntaban en el mismo sentido. La revista Look calificaba por entonces a Perón como “el Hitler de mañana”, mientras que el The New York Times, se refería al entonces candidato laborista, en una nota titulada “Retrato de un provocador del populacho”. En una parte de ese “Libro Azul” puede leerse: “Ellos (Farrell y Perón) buscan instituir un estado fascista en el hemisferio occidental, abiertamente antidemocrático y autoritario en su ideología básica y en sus métodos. Siguiendo actitudes de la falange nazi-fascista, suprimieron las libertades individuales, liquidaron las instituciones democráticas y persiguieron a sus oponentes con procedimientos terroristas: crearon una maquinaria propagandística estatal para la diseminación de las ideas nazi-fascistas, establecieron una organización sindical corporativa dependiente del gobierno y adoptaron un programa de expansión militar y naval fuera de toda proporción con los requerimientos de la seguridad del país”.Este libro pensado por la inteligencia norteamericana y sus socios locales como un factor decisivo para desprestigiar al “Coronel del Pueblo”, actuó como un boomerang, cuando ese mismo pueblo, con tiza, con carbón o alquitrán comenzó a escribir en las paredes de Buenos Aires una alternativa terminante: “Braden o Perón”. Todos entendieron que se trataba.
Algo más de Braden. Arribó al país en 1945, tres meses después del acuerdo de Yalta, en que las potencias imperialistas triunfantes en la S.G.M. se repartieron el mundo. No era un diplomático de carrera, pero había adquirido una larga experiencia sobre Sudamérica como ingeniero de minas en la costa del Pacífico monitoreando los intereses norteamericanos. Llegó a Buenos Aires con la idea fija que la providencia lo había elegido para derrocar el régimen de Farrell y Perón. Como fiel representante de un imperio se movía sin ningún tipo de diplomacia o sutilezas. Advertía, imponía, retaba o sobornaba a sus interlocutores. Una vez exigió entrevistarse con el presidente Farell. Como este no quería recibirlo le pidió a Perón que lo hiciera por él. Cuenta Perón: “Lo recibí en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Él llegó, dejó su sombrero y nos pusimos a hablar a calzón quitado. Me empezó a plantear una serie de problemas económicos que afectaban a su país por decisiones que nosotros habíamos tomado a su tiempo. Yo le dije, vea embajador, nosotros como movimiento revolucionario queremos liberar al país de toda clase de férulas imperialistas. Usted se ha embarcado en una tendencia totalmente contraria a la nuestra y nosotros estamos en contra de lo que ustedes, los norteamericanos quieren”.
Parece que antes esta parada de carro del General Perón, Braden optó como hacía siempre, tantearlo a nivel monetario, acostumbrado como pensaba, de que cada hombre tiene su precio. Perón, de vuelta lo paró en seco. “Mire, no sigamos embajador, porque yo tengo una idea que por prudencia no se la puedo decir”. “No, dígamela”, replicó el rechoncho hombre del país del Norte. “Bueno, -le contesté- yo creo que los ciudadanos que venden a su país a una potencia extranjera son unos soberanos hijos de puta y yo nunca voy a ser un hijo de puta con mi pueblo”. Y sigue diciendo Perón, “Se enojó y se fue. Y con el enojo se olvidó el sombrero. Mis colaboradores jugaron un poco al fútbol con el sombrero de Braden. Es que este individuo era muy temperamental, un búfalo, y yo lo hacía enojar y cuando se enojaba atropellaba las paredes, ¡que era lo que yo quería! Porque entonces perdía toda ponderación…”
La CGT involucrada en las acusaciones norteamericanas, responde públicamente: “Solamente pueden provocar comentarios jocosos las expresiones que formulan representantes de Wall Street. Nosotros, los trabajadores, ya éramos democráticos, luchábamos y moríamos por la democracia, cuando ellos ensangrentaban con sus garras y tentáculos imperialistas las tierras de nuestros hermanos de Panamá, México, Cuba, Puerto Rico, Nicaragua y Venezuela. Ya éramos democráticos en la época dolorosa de la Semana Trágica y cuando el proletariado derramó su sangre luchando contra la Asociación del Trabajo y la Liga Patriótica Argentina, engendradas y alimentadas por el imperialismo, la oligarquía y las fuerzas vivas. Por nuestro fervor democrático fuimos y somos antifascistas y anti totalitarios y por eso luchamos denodadamente contra Hitler y Mussolini y fuimos profundamente democráticos cuando el pueblo español luchó valientemente contra la oligarquía interna y contra la invasión nazi-fascista (…) la clase obrera argentina y la CGT esperan serenamente el fallo de la historia. Pero que se sepa que nada podrán los lock-out patronales, las solicitadas de las fuerzas vivas, los cheques de la Unión Industrial, ni los libres azules o verdes del imperialista Braden. Estamos firmes en la lucha, y triunfaremos porque somos la fuerza impulsora de una revolución que es del pueblo, porque el pueblo le da sus mejores esfuerzos e ideales”. De aquella camada de dirigentes sindicales adherentes al laborismo deben recordarse los nombres de Luis Monsalvo por los ferroviarios, Luis Gay por los telefónicos, Cipriano Reyes del gremio de la Carne y Vicente Garófalo del Vidrio, entre otros.
Los sectores de poder económico no se quedan atrás en su ofensiva contra el pueblo peronista y se resisten al cumplimiento del aguinaldo obligatorio para todos los trabajadores decretado por el gobierno, oportunamente. Como se denuncia en la declaración de la CGT, el lock-out patronal amenaza con instalarse. La violencia y la pasión, la lucha entre fracciones de clase y clases enteras impregnan la campaña electoral.
Pero el peronismo naciente sabe con que fuerzas cuenta y como debe movilizarlas en pos del objetivo presidencial. “Se acabaron las negativas de los patrones a concurrir a los trámites conciliatorios; se terminaron las infracciones sin sanción a las leyes del trabajo; se puso fin a la amistosa mediación de políticos, de grandes señores y de poderosos industriales para lograr que la razón del obrero fuese atropellada”. Es palabra de Perón.
El 21 de febrero, desde algunos edificios de la “city” porteña y del Barrio Norte, se arrojó una lluvia de papel picado en adhesión a la U.D. El diario La Nación se enterneció por la lluvia de papelitos y volcando su cuota de cursilería metaforizó: “A diferencia de la otra nieve, que enfría las manos y la nariz, esta nieve de impresos era de las que hacen arder al corazón”. En el cierre de campaña de la U.D. prevalecieron los rostros perfumados, los trajes a medida y las boinas blancas. Al desconcentrarse cantaron “La Marsellesa”.
La Prensa en cambio había encontrado muy poco poéticos a los seguidores de Perón, que auguraban frente a un edificio situado en Diagonal Norte y Cerrito donde el candidato había leído su discurso: “sube la papa / sube el carbón / y el 24 sube Perón”. El diario que tenía su sede en Avenida de Mayo, se alarmaba en su crónica del acto peronista, porque “algunos concurrentes vestían indumentarias que habitualmente no se observan en Buenos Aires, luciendo simples camisetas y cubriéndose de la llovizna con arpilleras”.
Perón en el cierre de campaña definió, después de citar cifras estadísticas: “Hay que evitar la injusticia que representa que 34 personas deban ir descalzas, descamisadas, sin techo y sin pan para que un lechuguino (oligarca) venga a lucir la galerita y el bastón por la calle Florida”. La dicotomía era clara. La U.D. hablaba de democracia como un valor supremo a conseguir, un ideal, que en el fondo lo único que pretendía era mantener el “status quo” imperante. Perón, sin negar la importancia de la democracia, le antepuso la resolución de las desigualdades sociales. Sin justicia social la democracia era cartón pintado.
El propio Perón contará años más tarde aquellos momentos inolvidables de su vida. “Cuando fue la fecha señalada para las elecciones, un día antes convoqué al pueblo por la radio, de la misma manera en que le hablaba en público, sin subterfugios, con el lenguaje directo que solo entiende la gente que no cree en los doble mensajes, los que hablan siempre con la verdad en la boca, porque es la verdad el único idioma que conocen. Yo les pedí con el corazón, que era la manera en que ellos más fácil entendían, que no concurriesen ese día a ninguna fiesta preparada por los patrones. Quédense en casa y el 24 bien temprano tomen las medidas necesarias para llegar a la mesa en que han de votar. Si el patrón de la estancia cierra la tranquera con candado, rompa el candado o la tranquera. O corte el alambrado y pase a cumplir con la Patria y si el patrón lo lleva a votar, acepté, pero luego haga su voluntad en el cuarto oscuro”.
El domingo 24 de febrero de 1946 son las elecciones presidenciales. Los ciudadanos empadronados suman 3.405.173. El total de votantes será de 2.839.507. O sea, que el porcentaje de votantes es alto: alcanza el 83,88%. Serán unas elecciones sin proscripciones ni limitaciones de ninguna índole; un dato sumamente importante si se recuerda las anomalías y fraudes existentes con anterioridad y que precisamente por esa razón pasaron a la historia como la “década infame”.
La temperatura –más de 28 grados a la madrugada- hizo presentir una jornada calcinante para la ciudad que 129 días antes había asistido a la primera revolución popular en Argentina corporizada en la gesta del 17 de octubre.
A las 8 menos cuarto de la mañana, el coronel Juan Domingo Perón, vestido con un ambo gris claro, se hizo presente en el comicio instalado en Juncal 2961 de esta capital. Fue silbado por un grupito de muchachos “bien” adictos a la Unión Democrática y debió esperar 15 minutos para depositar su voto.
El día anterior, La Razón había anunciado en grandes caracteres: “Mañana votará el país por la libertad y la democracia”. Crítica en su edición del día de las elecciones tampoco ocultaba su optimismo: “Anticípase un aplastante triunfo de la democracia. En todo el territorio nacional se impuso la fórmula de la libertad”, predecía a media tarde.
Seguros del triunfo, los popes de la U.D. aceptaban sin retaceos la limpieza del comicio. Américo Ghioldi, rebautizado más tarde “Norteamerico Ghioldi” por su posición afín a los yanquis, hablaba de “elecciones sorprendentemente correctas”. El vespertino La Razón medido pero seguro a la vez aseguraba que “Tamborini aún no ha formado su gabinete”.
Fue una elección muy polarizada. Recién 41 días después se supo el resultado del escrutinio.
El Partido Laborista obtendrá 1.527.231 votos (52 %).
La Unión Democrática, 1.107.155 votos. (42,51 %)
El resto de los partidos el 5,09 % de los votos.
Si bien los números de la victoria no fueron holgados, sus alcances fueron rotundos. El peronismo, por ejemplo, consiguió la presidencia y todos los gobiernos de las provincias, con excepción de Corrientes y 304 electores.
Tamborini-Mosca (a quienes los peronistas les cantaban “Tambo con Mosca, leche podrida”), solamente sumaron 72 electores.
A continuación se sucedieron 9 años de progreso ilimitado para el pueblo argentino.
Quedan como fiel testimonio de aquella realidad: plena ocupación, altos salarios, vacaciones pagas para todos los trabajadores. La instauración de los derechos sociales del trabajador, de la ancianidad, de la niñez y del peón de campo: todos estos con fuerza de ley al ser incluidos en la Constitución Nacional de 1949; también la puesta en práctica del voto femenino.
La construcción de 76.230 obras públicas (70.000 en el postergado interior de nuestro país) y entre ellas, centrales hidroeléctricas, plantas siderúrgicas, diques, gasoductos, refinerías de petróleo, usinas eléctricas, que acercan tecnología, modernidad y fuentes de trabajo. Por primera vez se producen en serie en nuestras fábricas con tecnología propia y mano de obra nacional: motocicletas, motonetas, automóviles, trenes y aviones.
Se construyen 8.000 escuelas, la mayor cantidad registrada en toda la historia de la Argentina hasta el día de la fecha. El analfabetismo se reduce al 3%. Además entre 1946 y 1955, se construyen 500.000 viviendas con capacidad para cerca de 5 millones de personas.
Los trabajadores se sienten dignificados con contratos de trabajo, leyes de previsión social, jubilaciones y pensiones, cooperativas, proveedurías, escuelas técnicas y la creación de una universidad obrera. También se crean los tribunales de trabajo, ya que hasta ese momento, un trabajador podía ser echado por la patronal cuando esta quisiera y casi siempre sin indemnización alguna de por medio.
Y como olvidar la importancia de la Fundación de Ayuda Social “María Eva Duarte de Perón” con la construcción y mantenimiento de los hogares escuela, la ciudad infantil, la ciudad estudiantil, los hogares para ancianos, los hogares de tránsito para alojamiento de las empleadas que venían de las provincias a la metrópoli, etc.
También, hospitales, clínicas y policlínicos para el común de la gente y con los últimos adelantos tecnológicos incorporados en todos ellos. Turismo infantil y colonias de vacaciones para todos los pibes de la Argentina.
Por primera vez en nuestra historia, el Pueblo de la Nación ha tenido acceso a salud, trabajo, educación y bienestar para todos sus integrantes por igual.
Como bien dice el artista plástico Daniel Santoro, “Al revés del socialismo y del capitalismo, el peronismo no es una promesa en el futuro, sino una lamentable pérdida en el pasado de la felicidad”. Está en todos nosotros poder volver a conquistarla para siempre.