Revista Coaching
Las fiestas de Gràcia siempre son uno de los mayores acontecimientos del verano en Barcelona, días de agosto que se esperan con especial ilusión por el encanto que tiene esta fiesta mayor.La calles se visten de gala, no solo se decoran, mutan en un montón de historias diferentes hechas de papel maché, botellas de plástico, ilusión e imaginación, todo gracias a la dedicación especial y el cariño que ponen los vecinos para crear la calle más bonita del barrio.
Yo me considero graciènca de adopción, porque pese a no vivir en el barrio, he estudiado allí y todos mis amigos, mis noches, parte de mis mejores recuerdos y mis mejores días están en esas calles estrechas, en ese barrio con sabor a pueblo y a bohemia.Este año, casi sin ninguna duda, han sido las mejores fiestas que recuerdo en mucho tiempo, donde las noches se han alargado hasta la mañana, la música ha inundado nuestro cuerpo a ritmo de rumba catalana, los amigos han inundado el corazón de amor hasta casi hacerlo estallar y las horas han sido una sucesión de risas, abrazos, besos, bailes, fotos, ligues, calor, cerveza, churros con chocolate a las cinco de la mañana, cha cha cha, encuentros y desencuentros y verano que no debería irse nunca.
Y las calles, preciosas, engalanadas como si fuesen el fondo del mar, con sirenas flanqueando su entrada, mozart que nos observa a través de su música evocándonos a bailes centroeuropeos de épocas pasadas, mundos donde Bob Esponja, Patricio y Calamardo vivien en piñas debajo del mar, donde Peter Pan abre de nuevo las puertas de tu habitación para invitarte al bosque de nunca jamás junto a los niños perdidos y se juega la vida para salvarte del capitán garfio. Y decenas de mundos, centenares de historias diferentes se agrupan en esas calles que tanto quiero, durante estos días de fiesta mayor, tantas historias que sería casi imposible enumerarlas una a una aquí, porque Gràcia hay que vivirla para entenderla y para quererla como se merece.
Y gracias a Eva, Maria, Anna, Jordi, Dídac, Àlex, Oriol y a los demás, que hacéis de las noches cualquiera, noches de incendio
Yo me considero graciènca de adopción, porque pese a no vivir en el barrio, he estudiado allí y todos mis amigos, mis noches, parte de mis mejores recuerdos y mis mejores días están en esas calles estrechas, en ese barrio con sabor a pueblo y a bohemia.Este año, casi sin ninguna duda, han sido las mejores fiestas que recuerdo en mucho tiempo, donde las noches se han alargado hasta la mañana, la música ha inundado nuestro cuerpo a ritmo de rumba catalana, los amigos han inundado el corazón de amor hasta casi hacerlo estallar y las horas han sido una sucesión de risas, abrazos, besos, bailes, fotos, ligues, calor, cerveza, churros con chocolate a las cinco de la mañana, cha cha cha, encuentros y desencuentros y verano que no debería irse nunca.
Y las calles, preciosas, engalanadas como si fuesen el fondo del mar, con sirenas flanqueando su entrada, mozart que nos observa a través de su música evocándonos a bailes centroeuropeos de épocas pasadas, mundos donde Bob Esponja, Patricio y Calamardo vivien en piñas debajo del mar, donde Peter Pan abre de nuevo las puertas de tu habitación para invitarte al bosque de nunca jamás junto a los niños perdidos y se juega la vida para salvarte del capitán garfio. Y decenas de mundos, centenares de historias diferentes se agrupan en esas calles que tanto quiero, durante estos días de fiesta mayor, tantas historias que sería casi imposible enumerarlas una a una aquí, porque Gràcia hay que vivirla para entenderla y para quererla como se merece.
Y gracias a Eva, Maria, Anna, Jordi, Dídac, Àlex, Oriol y a los demás, que hacéis de las noches cualquiera, noches de incendio
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