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Las formas de la culpa: entre el melodrama clásico y el misterio irónico. “Vivamos de nuevo” y “Tres casos de asesinato” para Cinearchivo

Publicado el 05 marzo 2011 por Esbilla

Las formas de la culpa: entre el melodrama clásico y el misterio irónico. “Vivamos de nuevo” y “Tres casos de asesinato” para Cinearchivo

Novedades en DVD para este mes en Cinearchivo de mayor eclecticismo imposible e insospechadado vínculo moral: la culpa.

Por un lado la edición de un olvidado trabajo del clásico Rouben Mamoulian, Vivameos de nuevo, un arrebatado melodrama de época según un original de León Tolstoi. Un trabajo genuinamente Studio System en el cual, pese a irregularidades, imposiciones e imposibilidades brilla el talento purísimo de su director en formidables destellos de puesta en escena y verdadera emoción, con el añadido de un interpretación descomunal de Frederic March. Por el otro la aparición en el mercado de un trabajo curiosísimo, Tres casos de asesinato. Un film de episodios entre los misterioso, los fantastique y lo irónico que recogiendo la herencia de Al morir la noche avanza también los futuros empeños de la entrañable Amicus. Pese a que la mayor celebridad (es un decir) de la película se debe a la presencia genialoide de un caracterizado, tal y como él siempre prefería, Orson Welles en la versión del cuento de William Somerset Maugham, Lord Mountdrago la verdadera pieza maestra se encuentra en su primer sketch, In the picture, una pequeña joya sobre la obsesión de un pintor por la perfección de su cuadro, obsesión prolongada incluso post-mortem, una pieza singular, de perfecto acabado y autonomía, métrica exacta y perverso sentido del humor, beneficiada, encima, de una antológica creación del actor Alan Badel.

Las formas de la culpa: entre el melodrama clásico y el misterio irónico. “Vivamos de nuevo” y “Tres casos de asesinato” para Cinearchivo
Vivamos de nuevo, Rouben Mamoulian, 1934

“(…)Otro de los problemas, quizás el más grave y paradójicamente uno de los que ayudan a que, vista desde hoy, la película adquiera una rara dimensión poética, casi irreal, estriba en el empeño imposible de condensar una obra de gran profundidad moral que encima es todo un fresco histórico visto a través de sus personajes en poco más de 80 minutos, lo cual además desdibuja terriblemente a los secundarios, especialmente a la prometida de Dimitri, un personaje muy interesante que no conoce desarrollo de ningún tipo más allá de la dignidad que es capaz de imprimirle una magnífica Jane Baxter. Dividida en dos partes fuertemente contrastadas, naif hasta el exceso la primera, casi sórdida y arrebatadamente dramática la segunda, ambas tienen la credibilidad pendiente de un hilo y cabalgan a golpe de elipsis brutal. Esto resulta especialmente notorio en la primera mitad, la que narra el romance puro y juvenil del idealista Príncipe Dmitri y la pura campesina Katusha. Mientras ella es feliz con su condición él alberga deseos revolucionarios e intenta explicarle el significado real de la obra de Gregory Simonson Tierra y libertad, ambos viven en una arcadia ideal, soleada y maravillosa, de cuento. Será en base a ese objeto simbólico, el libro que representa los ideales del Príncipe reformista, que Mamoulian explicará su evolución de modo 
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sucinto y efectivo: después de uno años en el ejército endureciendo el carácter la portada del manifiesto servirá para que se encienda un cigarro durante una orgiástica fiesta, no sin antes haber abofeteado a un camarero. Todavía, entre los excesos bucólicos y los mohines de Anna Sten en director se las ingenia para lograr otro momento purísimo de verdadera magia cinematográfica, localizado durante la larga escena de la misa del gallo, culminada con una beso entre los amantes secretos que para ellos guarda un significado muy diferente que para el resto de los presentes. Esta capacidad exclusivamente cinematográfica de apelar a la potencia del símbolo, de la imagen, está ejemplarmente empleada en esta película. Por ejemplo, el cambió sin vuelta atrás que operará sobre el amargado Dimitri durante la segunda mitad de la cinta, está también expresado mediante este recurso: cuando reparta títulos de propiedad de sus tierras entre los campesinos que las trabajan y uno de ellos le coja las manos en señal de agradecimiento, Dimitri le dirá «así no» y acto seguido ambos se darán un apretón recogido en primer plano. Sin sumisión, de igual a igual.(…)” continuar

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Tres casos de asesinato,Wendy Toye, David Eady, George M. O’Ferrall, 1955

“El 12 de mayo de 1955 Tres casos de asesinato se estrenaba en los cines del Reino Unido, poco antes, el 15 de marzo lo había hecho en los de los Estados Unidos. La película consistía en tres sketches de misterio de una media hora cada uno, rodados en blanco y negro y sin mayor conexión entre ellos que el ser presentados por un hombre vestido de smoking que explica algunas de las peculiaridades de los casos con la mayor distensión. Ese mismo año, el 13 de noviembre se estrena en la CBS el primer episodio de la serie Alfred Hitchcock Presets (entre nosotros la hora de Alfred Hitchcock) titulado Colapso, protagonizado por Joseph Cotten y que había sido rodado en septiembre. 25 minutos más la publicidad, en blanco y negro y presentados por el propio director inglés con su habitual sorna. Este fenómeno de la coincidencia en el tiempo de dos sucesos simultáneos sin relación aparente se le conoce como sincronía. Pero la sincronía no es casual, existen patrones internos en ella, funcionamientos ocultos que provocan la aparición, solo aparentemente espontánea, de dos ideas tan similares en lugares relativamente diferentes.(…)” continuar
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“(…)En el, un pintor sale del interior de su propio cuadro para captar a continuación a un incauto guía del museo, al cual introduce de nuevo en el interior de la pintura con el objetivo de lograr unas cerillas con las cuales encender una vela que de a la composición, un paisaje romántico de un misterioso caserón, su balance exacto. Realizada por Wendy Toye, bailarina, coreógrafa, directora escénica y finalmente cineasta, sobre una obra radiofónica del más bien desconocido autor Roderick Wilkinson (otra casualidad: participó en una de las antologías de relatos de misterio, Alfred Hitchcock’s Tales To Send Chills Down Your Spine). Misteriosa, barroca y seductora, esta historia poco tienen que ver con las otras dos en cuanto a 
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tono o resolución formal, tampoco en la densidad de sus ideas sobre la imposibilidad de finalizar una obra tal y como se había pensado o en la creación mágica de un mundo propio, el del interior del cuadro una desvencijada y caótica mansión llena de los objetos robados en el museo que habitan el pintor su inquietantemente risueña esposa y un taxidermista, poseedor de la única vela y el único pedernal de toda la estancia y el cual antes había vivido en una pintura de Velázquez. Más allá de su fascinante puesta en escena o de la formidable interpretación de Alan Badel (el único actor que repite en cada historia, con papeles de diferente importancia) como el alucinado pintor lo que convierte esta media hora en una joya es esa creación de un universo paralelo, inquietantemente cercano, lleno de reglas que desconocemos, de relaciones que se adivinan intrincadas y de pulsiones por completo enloquecidas. Finalmente el pobre guía será entregado al taxidermista a cambio de la vela en al ventana, apero cuando el pintor lo vea desde fuera nuevamente encontrara la composición desequilibrada. Una joven que contempla hipnotizada la obra le dará un nueva idea ¿qué tal una estatua en el jardín? Detallista, perversa, sardónica, una obra maestra.(…) continuar

 


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