Revista Arte

Las formas del enigma. José Lupiáñez

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Es un honor tener con nosotros esta tarde a José Lupiáñez Barrionuevo (La Línea, 1955), sin duda uno de los poetas más originales e independientes del panorama literario español, ganador del Premio de la Crítica Andaluza a la mejor opera prima en 2013 e incluido en numerosas antologías de poesía, si bien creo que todavía no ha sido valorada en toda su magnitud la originalidad y coherencia, la insobornable honradez crítica al margen de modas y tendencia, de su obra literaria, especialmente su producción poética.

Cuando yo empecé a pergeñar mis primeros versos de adolescente, José ya estaba consolidando su obra poética, y fue durante los primeros años de andadura de la revista Empireuma, en la segunda década de los ochenta, cuando en Orihuela empezamos a oír hablar de él y de sus compañeros del granadino Grupo Ánade de poesía. Recuerdo haber leído con deleite Arcanos, uno de sus primeros libros. Obviamente no imaginé que pasados más de treinta años, en un futuro que mí me parecía entonces muy lejano, aquel poeta al que admirábamos en la distancia y que en alguna ocasión llegó a escribirnos una misiva de agradecimiento acusándonos recibo de nuestra revista Empireuma se afincaría en Orihuela, y que Ada y yo acabaríamos entablando amistad con él y con su compañera Enriqueta Perales; y es que tan grande ha sido su vínculo con Orihuela que uno de sus libros de crítica literaria lleva el nombre de una de partida rural oriolana y en la portada aparece reproducido el pájaro Oriol , emblema de la ciudad. Me refiero a Cuaderno de Arneva, (Editorial Alhulia, Granada, 2021)

Me resulta imposible en una introducción breve resumir la amplísima e impecable trayectoria literaria de José Lupiáñez como poeta, narrador, crítico literario, editor, redactor de revistas literarias y director del suplemento literario de la revista el FARO de Motril, así como su labor de diseñador de numerosas portadas de libros y su activismo cultural: fue uno de los fundadores de la Poesía de la Diferencia y pertenece a la Academia de Buenas Letras de Granada y a la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras. Tampoco me será posible abarcar en tan poco espacio su extensa producción lírica (autor de más de veinte poemarios publicados), de manera que me centraré en su último libro de poesía Las formas del enigma (Ediciones Carena, Barcelona 2021).

De entrada, el poemario parece un tanto heterogéneo, dada la amplia variedad temática y métrica y la alternancia de gravedad y ligereza. Sin embargo, leído atentamente, destaca la eficiencia y la homogeneidad en la definición constructiva. Ya el título mismo resulta iluminador, pues anuncia al lector los motivos que sustancian el libro: el misterio, la trascendencia, la conciencia de lo sagrado, la unión del ser humano con la naturaleza y el universo, pero también su desamparo ante las fuerzas ignotas telúricas y cósmicas y el hecho irremediable e inextricable de la muerte y sus huellas sombrías. Me llama la atención especialmente esa sed de trascendencia precisamente cuando la poesía moderna se ha desentendido de todo aquello que suene a sagrado o religioso, seguramente por un ataque soterrado a la religión o por una indiferencia hacia las iglesias instituidas, pero la noción de lo sagrado, como queda patente en el poemario que nos ocupa, no está vinculada necesariamente a ningún credo concreto y puede ser entendida como la entrada en el círculo polisémico de la poesía, como un medio de indagación de la propia existencia y una vía de conocimiento para intensificar la conciencia al margen de las limitaciones dogmáticas.

El mismo autor ha manifestado en numerosos textos y entrevistas que la vida es profundamente enigmática, y lo que nos rodea está lleno de misterio; que el ser humano, alienado y enajenado por las rutinas, ha perdido la capacidad de asombro y la noción de milagro. En una entrevista con Ada Soriano publicada recientemente en El cuaderno, declaraba que "se ha perdido la capacidad de asombro que teníamos tan viva en la infancia, en la que todo era intenso y nos sorprendía y era milagroso. Yo he querido rastrear esa dimensión mágica de la realidad que nos rodea y he explorado vertientes distintas en las que los enigmas se suceden; vertientes como la del amor, el universo de los afectos; la del transcurso del tiempo, me sobrecoge el paso del tiempo; o el entrañamiento del paisaje en el que transcurre nuestra existencia y los de aquellos otros lejanos y exóticos."

Este ideario no es exclusivo de Las formas del enigma, puesto que está presente en todo el itinerario lírico del autor, e incluso en su obra crítica; pero es en su último poemario publicado, donde, en mi opinión, más impacta y enamora.

El volumen se divide en siete secciones, y tres de ellas constan de un único poema. No es azaroso que estén situadas al comienzo, en el centro y el final del libro. Los tres poemas, "Soliloquio del navegante", "Fábula profana" (un poema de 171 versos alejandrinos y de un ritmo arrollador) y "El ausente" son, junto con "Plegaria" y "La casa encantada", los más intensos, exuberantes y conmovedores del libro. Poemas extensos escritos en versos de arte mayor y en los que el desamparo humano no está reñido con la celebración poética. En ellos el autor despliega su destreza técnica y su honda riqueza simbólica e imaginativa.

En "Soliloquio del navegante" el yo poético avanza por las procelosos piélagos de la noche mientras hace un balance vital desolador, pero no exento de esa sensorialidad que caracteriza toda la poesía de Lupiáñez. Resuena con un oscuro fervor un percutiente ubi sunt, el poeta se pregunta "¿quién ató mi destino a un mar siempre cambiante?", y añade en los tres últimos versos: "Pariente de los astros, en esta duermevela,/sigo sin rumbo fijo; el piélago me mece,/ y arriba en esta noche no lucen las estrellas". Por cierto, alejado de tantos y conocidos versos llenos de tópicos que ensalzan la navegación como metáfora de libertad, El soliloquio del navegante" también se interna en las rutas transitadas por el célebre poema onírico "El barco ebrio", de Rimbaud. El texto central, "Fábula profana", al igual que el primero, también tiene un contenido narrativo pronunciado y en sus versos conviven realidad y fantasía, tremendismo y sensualidad. Y en el poema final, "El ausente", hay una honda reflexión sobre la muerte; la muerte en abstracto y la muerte concreta de un ser querido innombrado. En los versos resuenan ecos del célebre soneto de Quevedo "Ah de la vida..." Escribe José Lupiáñez: "¿A de lo eterno!, dime, di, responde.../¿En qué pliegue impalpable de la nada/ se oculta tu figura, que ya partió de aquí/ y ha vuelto sola hacia su dolorida raíz originaria?",

En los tres poemas que he destacado observamos una profunda sensación de orfandad ante el sinsentido de la muerte y los misterios del cosmos, una fulguración visionaria, sublime, que recuerda al joven Hiperión de Hölderlin absorto en la contemplación del horizonte, atento al infinito, pero sin poder superar su frustrante incapacidad para integrarse con aquello que es más grande que nosotros y supera nuestra imaginación.

Si atendemos a las citas escogidas por el autor para encabezar las distintas partes del libro, empezamos a percibir uno de los rasgos esenciales de la obra poética de Lupiáñez: la fusión de clasicismo y vanguardia. Hay autores citados de aliento clásico y destacada vocación geométrica, como Jorge Guillén, Leopardi y Pedro Salinas, y otros exuberantes, visionarios, rompedores: Cioran, Michaux, Huidobro, Dámaso Alonso, Emilio Carrere. Las citas también nos avisan de dos elementos medulares del libro: el empleo de un lenguaje reflexivo y potencialmente lírico, así como la sorprendente diversidad métrica (sonetos, romances, tercetos alejandrinos, copla de pie quebrado...). El autor maneja con maestría el versículo, las estrofas más libres y las más encorsetadas, con un especial dominio del endecasílabo y el alejandrino.

Otros poetas no nombrados resuenan en Las formas del enigma, y a través de ellos el lector puede hacer un recorrido por la tradición literaria de Occidente, sobre todo en lengua española, desde los trovadores medievales y el barroco, pasando por el romanticismo, el simbolismo y el modernismo hasta llegar a Juan Ramón y a la Generación del 27. Hay. Además, un diálogo con otras obras literarias y varios homenajes explícitos: "El viaje de Margarita Nikoláyevna" es un reconocimiento a El maestro y Margarita, la novela de Mijaíl Bulgákov; los poemas "Justine" o "Noche de Alejandría" se basan El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell; el "Romance de la bella ante el espejo" y "Una bruma interior" son sendos tributos a García Lorca y a Juan Bernier; y no faltan los cantos de amistad, por ejemplo, la oda goliárdica dedicada al poeta jerezano Mauricio Gil Cano.

He señalado solo algunos temas y características dominantes en Las formas del enigma, peor hay más. El libro es realmente rico, y diría que insondable en una primera lectura. El autor también aborda el paso del tiempo y el conflicto interior ante la pérdida de la juventud, a través de símbolos muy significativos como es el crepúsculo (tanto el matutino como el vespertino), estado ambivalente de luz y sombra, de lo que nace y lo que declina. Todo lo cual tiñe los versos de una melancolía reincidente. Asimismo, nos habla de la soledad, del dolor personal y el colectivo (Lupiáñez nunca incurre en el solipsismo ni el dolorido sentir autocomplaciente), recorre paisajes (marinas, islas, ciudades visitadas en sus numerosos viajes) y describe el amor afectuoso y el erótico, expresado este último de una manera elegante sin ningún rastro de expresión vulgar o soez. La mujer resulta omnipresente en este libro y en toda la obra poética del autor, y también destaca la feminización de elementos abstractos o paisajes y ciudades, como ya quedó patente en el hermosísimo poema río que es Petra (la ciudad rosa), publicado en Port Royal ediciones en 2004.

José Lupiáñez elabora un discurso dirigido a la inteligencia racional sin descuidar la inteligencia sensitiva. De esta manera crea mundos nuevos que se integran en los existentes sin renunciar nunca a la belleza (tan denostada por las modas poéticas imperantes) ni a la lucidez como elementos consustanciales al fenómeno poético. Sus versos eufónicos y exactos fluyen sin falsedades verbales, con el rigor característico y la idea ética de la poesía como una aventura espiritual de autoconocimiento.

Hay otros recursos presentes en la vasta y varia obra de nuestro autor y que sin duda extrañarán a los lectores acostumbrados a la lectura exclusiva de poesía contemporánea basada principalmente en el lenguaje prosaico, conversacional, excesivamente coloquial y anti literario; uno de los más llamativos consiste en la utilización de un lenguaje arcaizante, incluso anacrónico, que dota a los versos de un vigor expresivo, exótico e intemporal.

Resumiendo: en los poemas de este libro asistimos al cotidiano extrañamiento del ser ante la nada, a la celebración del instante y a la nostalgia como tormento y tabla de salvación frente la fugacidad del tiempo: "La juventud se ha ido, pero no sé por dónde/ gastada en los altares de la belleza efímera" leemos en "El soliloquio del navegante". Hay En las formas del enigma una alianza entre lo insignificante, habitual y rutinario con un trasfondo de angustia nihilista o de plenitud abarcadora (el microcosmos de la casa, la imagen fugaz de unas flores, una reflexión del profesor en el aula, una estampa matinal, un paseo por la orilla del mar...) y lo más extraordinario y tremendo, como la connivencia entre la vida y la muerte, la soledad del poeta ante la indiferencia del deus absconditus y el ansia apocalíptica de una fusión con el cosmos, "donde el ser y el no ser se dan la mano / donde no importa el tiempo y no hay un antes / ni un mañana, y el pasado se confunde con el presente", deseo expresado en uno de los más imponentes y perturbadores poemas del libro como es "Plegaria".

Estamos, en fin, ante un autor apasionado y clarividente que no renuncia a la transgresión imaginativa en el afán de llenar lo que es efímero, por decirlo con un verso de Cernuda. José Lupiáñez no deja que la emoción asfixie la sensatez, ni el desasosiego opaque los momentos de plenitud. No es un poeta esteticista, aunque en sus versos destaque la belleza y fulguren imágenes de una gran potencia visual, y es por ello que afronta el riesgo de la meditación profunda adentrándose en la dimensión de lo desconocido que ya sondearon grandes poetas de todos los tiempos. Así leemos en el poema "Lo sagrado": "Siento una profunda inquietud en el corazón/ por esa lumbre ignota que viene desde más allá/del horizonte./Aquella línea vaga y anaranjada es como el borde/ de un abismo lejano,/hacia el que van mis pasos,/ por senderos desconocidos;/ caminos donde quedan muchas huellas borrosas,/ plateadas que otros fueron dejando",

En Laurel de la costumbre, antología que reúne su producción poética desde 1975 hasta 1988, José Lupiáñez definió el oficio poético como "algo trágico que alimentándose de los estados contemplativos se muestra marcado por una manera de sentir y estar en el mundo". Que su manera de concebir el hecho poético no ha cambiado desde entonces, lo confirma Las formas del enigma, "un poemario variado, denso, excesivamente grande en este tiempo de minucias y mediocridades, una poesía que se alza como un grial de oro para permanecer y abrir camino a las nuevas voces (...) un nuevo hito en la brillante trayectoria de este autor imprescindible". Así lo califica acertadamente Fernando de Villena, reconocido poeta y amigo íntimo del autor, en un artículo publicado en el Diario Córdoba.

Y ahora escuchemos a nuestro invitado. Muchas gracias.

José Luis Zerón Huguet

Texto leído en la introducción del recital de José Lupiáñez en el marco del VIII ciclo Encuentros con la Poesía, celebrado en la Biblioteca Pública María Moliner de Orihuela, el miércoles 27 de abril de 2022

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