Las formas familiares establecen formas sociales

No nos diferencia lo que hacemos, sino el cómo lo hacemos. Contenido y continente, mensaje y forma de comunicarlo… Eso es una asignatura pendiente en muchos adultos que olvidan que la forma en que hacemos las cosas marca la visión del todo, así que dudo mucho que sin esa premisa clara se pueda transmitir el mensaje a los hijos de cómo tan importante es lo que hacen como el cómo lo hacen…

Permanentemente tratamos de enseñarles, de educarlos en lo que tienen que hacer, pero si luego el mensaje no es coherente con las distintas formas que adquiere es tiempo perdido, o al menos, desaprovechado. Nos parecemos mucho más de lo que creemos en lo que hacemos en la familia, lo que nos hace diferentes es la forma en cómo lo hacemos: enseñamos a caminar, enseñamos a dormir, enseñamos a comer, enseñamos conocimientos, enseñamos valores, enseñamos sensaciones, enseñamos… Al principio son mensajes sencillos y los niños lo aprenden mediante el efecto espejo, sin grandes explicaciones. Todos aprenden a dormir, todos aprenden a comer, todos aprenden a aprender… Eso lo leo mucho. Todos aprenden. Ya. Todos. Pero precisamente es el cómo lo han aprendido lo que marca su diferencia, porque las formas se entrelazarán en muchos más aspectos vitales y no solo se limita a ese caso en particular.

Una de las cosas que más atractivas me resulta de estar en la blogosfera maternal es lo que aprendo de la observación de otras familias. Todos hablamos de lo mismo, pero lo que nos diferencia a cada blog es la forma en la que hablamos a nuestros lectores acerca de nuestra vida familiar. Esto no es ciencia, esto no es teoría, esto es práctica y experiencia. Si hablamos de cómo duermen nuestros hijos lo hacemos desde nuestra vivencia. Y ahí cada uno tenemos nuestros resultados dependiendo de la forma. Si hablamos de cómo comen, igual. Si hablamos de cómo aprenden, idem. Y lo que diferencia a cada familia es la forma. Así que se me antoja que hay una clave a la que prestar mucha más atención: más que el qué, el cómo. Siempre digo que aprendo mucho más leyendo a las familias por cómo lo dicen que por lo que dicen…

Me resulta atractivo ver cómo la sociedad lamenta ciertos comportamientos adultos carentes de ética, pero que luego no reparan en seguir su estela en el micromundo en el que viven. Toda forma social tiene una explicación en el detalle cotidiano personal, familiar… Porque al fin y al cabo los comportamientos sociales no dejan de ser un reflejo del comportamiento personal.

• Se critica todo. Se inspira poco. Eso me desmoraliza mucho. Todo el mundo prestando atención a lo que hacen los demás para criticar pero no para inspirarse y aprovechar lo bueno que también hacen. ¿Cómo van a aprender los niños a inspirarse de otros niños en la escuela por ejemplo? ¡Qué desperdicio de talento propio preocupados por descubrir defectos en los demás! Me decía mi hijo el otro día que los profesores siempre alaban sus cuadernos cuando los corrigen. Y no es por el contenido, que estoy segura que todos resuelven los problemas y escriben las frases si no iguales, sí parecidas. Lo hacen por la forma: son cuadernos cuidados, ordenados, con colores, subrayados, con dibujos… Y le dije: ¡seguro que algún niño ya ha aprendido de ti a usar los colores en sus cuadernos! Me dijo que no; que solo lo hacía él. Jopetas… vamos, que están dispuestos a chivarse de cuando alguien hace algo mal, ¿y no son capaces de aprovechar lo que otro hace bien en beneficio propio? ¡Qué desperdicio! Y con las familias igual: siempre dispuestos a criticar a quien no entiende la visión familiar como nosotros. Como la vida misma…

• Solidaridad. Se nos hincha la boca a la hora de hablar de ella. Y se nos deshincha en los pequeños detalles. Aparcar en doble fila porque vas a dejar a tu hijo a la misma puerta de la escuela… eso no es solidario para quienes nos haces esperar por no poder pasar para ir a aparcar de forma correcta. ¿Pasas por delante de alguien pidiendo para comer y sales del supermercado con tu barra de pan y sin una simple barra adicional para quien se ha puesto en la puerta precisamente porque necesita comida? No está a la puerta de un banco. Eso también es ejemplo para nuestros hijos. Aún así, veo mucha solidaridad silenciosa en otros muchos detalles, en las formas de tratar al otro. Y cuando veo la solidaridad en un niño siento admiración por sus padres. Como la vida misma…

• Empatía. Sabemos lo que sentimos nosotros, porque lo experimentamos, ¿pero sabemos lo que siente el otro?. Que yo no haya visto el átomo no significa que no crea en quien dice que existe y que lo ha visto. Que yo no sea daltónica no significa que no crea que el que sí lo es ve el rojo que yo veo de otra forma… pero no, si alguien dice que siente de una forma diferente a la nuestra es por un “defecto” suyo… ¡Qué falta de respeto! Siempre buscando defectos ajenos sin tratar de comprender la forma por la que ve las cosas así… Como la vida misma.

• La ley del esfuerzo, del trabajo, del no conseguir las cosas por la cara… No, eso se critica en las altas esferas, pero cuando se trata de nuestro micromundo si podemos tirar de amistades, de favorecer sólo a nuestros amigos, incluso de buscar relaciones artificiales para un fin propio… Y eso, pensemos que en las relaciones de amistad en la infancia también se puede estar forjando. Una educación en valores ayuda al niño a ser crítico con su entorno, incluso con sus amistades. Valorar a todos los compañeros por lo que son, sean amigos o no, ayuda a establecer valores adecuados y no interesados. Porque quizás estemos estableciendo líderes desde la infancia de forma soslayada.

Y es que nuestras formas familiares son las que establecen formas sociales…

¿Creéis que debemos prestar más atención a las formas? ¿Consumimos contenido y productos sin ver la diferencia de forma? ¿Creéis que como adultos debemos desaprender para poder enseñar a aprender a los hijos?